Abbaye
de
Scourmont
cuestiones cistercienses
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Presentación de mi documento
sobre
los
laicos
cistercienses. Por: Armand Veilleux Evidentemente no tengo intención de leer todo este documento ya que en realidad
ha
sido
elaborado
como
un
documento
escrito
y
no
como
el
texto
para
una
conferencia.
Ya
os
fue
comunicado
en
su
momento
el
vinculo
donde
encontrarlo
en
Internet
y
tengo
la
impresión
que
muchos
de
vosotros,
quizás
la
mayoría,
ya
lo
habéis
leído. Así que
esta
mañana
voy
a
dedicarla
a
desarrollar
los
puntos
principales. Al redactar este documento, que he escrito recientemente, pero que germinaba
en
mi
cabeza
y
en
mi
corazón
desde
hace
mucho
tiempo,
tenía
dos
objetivos. El primero era trazar a grandes rasgos la historia
del
movimiento
de
lo
que
venimos
llamando
“laicos
cistercienses”
desde
hace
un
cuarto
de
siglo.
Otro
era
definir
las
cuestiones
principales
y
los
retos
que
esta
realidad plantea actualmente a la familia cisterciense
–monjas,
monjes
y
laicos-
e
indicar
cuáles
son
las
posibles
decisiones. Algunas decisiones deberán ser tomadas por
los
laicos,
otras
por
los
Capítulos
Generales
involucrados,
todas
ellas
tomadas
con
un
verdadero
acuerdo,
esa
es
nuestra
esperanza. En cuanto a la parte histórica
de
mi
documento, se trataba para mí, como acabo de decir, de trazar a grandes rasgos la evolución
del
último
cuarto
de
siglo.
No
se
trataba
de
escribir
“la
historia”
en
su
sentido
estricto.
Sería
por
otra
parte
demasiado
pronto
para
escribirla.
Ciertamente
no
lo
he
dicho
todo
ya
que
hay
experiencias
muy
ricas
e
interesantes
que
no
mencioné
y
con
toda
seguridad
hay
muchas
que
yo
ignoro.
Lo
que
me
parecía
importante
era
comprender
y
mostrar
la
dinámica
de
este
“movimiento”
del
que
tengo
la
total
seguridad
que
es
un
movimiento
del
Espíritu
Santo,
que
ya
a
lo
largo
de
los
siglos
ha
dado
numerosas
expresiones
del
carisma
cisterciense
y
que
en
la
actualidad
nos
lo
enriquece
con
esta
novedad.
Los
fundadores
de
Cîteaux
llamaron
a
su
fundación
Novum monasterium (nuevo monasterio), se puede decir que la “novedad” forma parte
del
carisma
propio
de
Cîteaux
en
cada
momento
de
la
historia. Nos podríamos preguntar: “¿Hay de verdad algo nuevo?” En efecto, siempre ha habido laicos, hombres
y
mujeres,
que
han
establecido
estrechas
relaciones
espirituales
con
una
comunidad
monástica
cisterciense,
tanto
masculina
como
femenina. Encontraban en el monasterio un lugar de oración,
a
veces
la
dirección
o
guía
espiritual
por
medio
de
una
monja
o
un
monje,
y
en
su
relación
fraterna
con
la
comunidad,
un
estimulo
y
un
apoyo
para
su
vida
laica
en
el
mundo.
Esta
realidad
ha
existido
siempre
y
de
la
cual
nos
podemos
alegrar
y
dar
gracias
Dios,
pero
no
hay
en
ello
ninguna
novedad
para
el
tiempo
presente. Igualmente, desde siempre ha habido laicos que han encontrado en la cultura
y
la
literatura
cisterciense
y
también
en
la
espiritualidad
guiada
por
medio
de
esta
tradición
literaria
y
espiritual
una
inspiración
para
su
propia
vida
espiritual
estando
o
no
relacionados
con
una
comunidad
monástica
concreta. La novedad de lo que sucede
en
la
actualidad
creo
que
reside
en
dos
elementos
principales:
a) El primer elemento es que laicos,
encontrando
en
su
relación
con
una
comunidad
monástica
y
su
espiritualidad,
una
fuente
de
inspiración
y
enriquecimiento
para
su
propia
vida
a
la
vez
que
reconocieron
que
otros
laicos
también
vivían
esta
realidad
y
sintieron
la
necesidad
de
vivir
en
comunión
–
entre
laicos- esta misma gracia. De este modo se formaron grupos de laicos viviendo
eta
misma
experiencia,
generalmente,
pero
no
siempre,
alrededor
de
una
abadía.
Según
las
diversas
sensibilidades
culturales
y
espirituales,
estos
grupos
se
llamaron
simplemente
“grupos”,
“fraternidades” o “comunidades”
A
pesar
de
los
distintos
nombres
y
variadas
formas
de
expresión
podemos
decir
que
se
encuentra
un
carisma
idéntico
en
todas
ellas
que
es
el
carisma
de
la
“comunión”
de
la
“koinonia” y en consecuencia es un carisma
eminentemente
“eclesial” b) El segundo elemento de la novedad de vuestro movimiento – digo bien
de
vuestro
movimiento,
ya
que
nació
de
los
laicos
y
no
de
la
Orden-
es
la
encarnación
del
carisma
cisterciense
en
la
vida
laica,
y
esto
implica
dos
aspectos
a
considerar.
El primer aspecto es que, casi por todas
partes
del
mundo,
los
laicos
han
sentido
la
necesidad
y
la
llamada,
no
solo
a
establecer
una
relación
estrecha
con
una
comunidad
monástica,
sino
también
la
llamada
a
vivir
de
su
espiritualidad. El segundo
aspecto,
y
que
es
consecuencia
del
primero,
ha
sido
la
llamada
que
muchos
laicos
han
sentido
de
encarnar
en
sus
propias
vidas
de
laicos
(vida
de
familia,
vida
laboral,
compromisos
sociales
o
políticos)
los
valores
esenciales
de
la
vida
cisterciense,
-
los
mismos
que
los
monjes
y
las
monjas
se
esfuerzan
en
vivir
a
su
manera. Para contemplar esta nueva evolución con perspectiva, pueden sernos útiles
algunas
reseñas
históricas.
En
el
siglo
doce
existió
en
el
conjunto del pueblo de Dios, y por tanto también en los
monasterios,
un
gran
movimiento
de
renovación
espiritual,
que
comportaba
una
vuelta
a
la
simplicidad
evangélica,
a
la
oración
sencilla
y
contemplativa,
a
la
pobreza
y
al
ideal
de
la
primitiva
comunidad
de
Jerusalén. La fundación
de
Cîteaux
nació
como
fruto
de
este
vasto
movimiento
de
renovación
que
soplaba por toda la Iglesia, y que fue esencialmente un movimiento
laico
en
el
corazón
de
una
Iglesia
que
hasta
entonces,
durante
los
siglos
precedentes,
había
sido
extremadamente
clerical. Cîteaux ha dado una expresión monástica a este movimiento espiritual de renovación
y
a
través
de
sus
altos
y
bajos,
a
través
de
sus
periodos
de
decadencia,
de
reforma,
y
de
renovación,
lo
ha
mantenido
vivo
dentro
de
la
Iglesia
hasta
el
día
de
hoy.
Ahora,
el
Espíritu
Santo,
a
quien
no
le
falta
sentido
del
humor,
parece
que
quiere
servirse
de
las
comunidades
monásticas,
muchas
de
las
cuales
se
han
vuelto
frágiles
y
humanamente
débiles,
para
hacer
revivir
este
carisma
de
renovación
entre
los
laicos,
en
el
corazón
del
conjunto
del
pueblo
de
Dios,
donde
había
nacido
y
de
quienes
lo
habían
recibido
los
monjes
y
las
monjas. De este modo el círculo queda cerrado. Cuestiones y retos que se plantean hoy a los
laicos
y
a
la
Orden
A) Primera cuestión: un cierto reconocimiento de los laicos cistercienses
Cualquiera puede integrar en su vida los valores cristianos que están en el
corazón
de
la
vida
cisterciense.
Y,
evidentemente,
nadie
tiene
necesidad
de
pedir
permiso
para
hacerlo.
Pero
a
partir
del
momento
que
una
persona
o
un
grupo
se
da
un
nombre
que
ya
tiene
un
sentido
preciso
en
la
sociedad
y
en
la
Iglesia,
una
cierta
forma
de
reconocimiento
es
necesaria,
tanto
para
los
laicos
como
para
los
monjes
o
monjas.
El
carisma
cisterciense
no
pertenece
a
ningún
grupo,
pertenece
a
la
Iglesia,
es
decir,
al
conjunto
del
Pueblo
de
Dios.
Pero
las
Órdenes
Cistercienses
y
las
Congregaciones
Cistercienses
reconocidas
por
la
autoridad
eclesiástica
son
sus
guardianas.
Si
una
persona
o
un
grupo
no
teniendo
ningún
vínculo
con
una
comunidad
monástica
reconocida
se
reviste
con
el
hábito
cisterciense
y
dice:
“Nosotros
somos
Cistercienses”,
la
autoridad
de
la
Iglesia
deberá
decir,
para
que
el
Pueblo
de
Dios
no
sea
inducido
a
error,
“estos
no
son
cistercienses”,
incluso
si
viven
de
manera
edificante.
Lo
mismo
decimos
para
los
laicos.
Los
laicos
pueden
llamarse
cistercienses
en
la
medida
en
que
ellos
hayan
recibido
una
forma
u
otra
de
reconocimiento. Hasta aquí, después de cerca de 25 años, la Orden Cisterciense de la Estricta
Observancia,
(que
no
es
la
única,
pero
que
es
desde
la
única
que
yo
puedo
hablar
con
conocimiento
de
causa)
ha
optado
por
dejar
que
el
movimiento
evolucione,
dejando
a
cada
comunidad
la
responsabilidad
de
hacer
su
propio
discernimiento
en
esta
materia.
Personalmente,
yo
siempre
he
creído
que
esta
posición
era
la
más
sabia
pastoralmente,
pero
también
estoy
de
parte
de
aquellos
cada
vez
más
numerosos
que
creen
que
ha
llegado
ya
el
tiempo
de
que
se
haga
un
cierto
reconocimiento
más
oficial.
Este
reconocimiento
puede
hacerse
a
distintos
niveles.
a) Comunidad local: La mayoría de los grupos han nacido de la
iniciativa
de
algunos
laicos
que
han
encontrado
una
acogida
favorable
por
parte
de
un
miembro
de
la
comunidad
monástica.
A
veces
el
abad
o
la
abadesa
han
dado
simplemente
un
reconocimiento
tácito.
En
otros
casos,
el
acuerdo
puede
ser
más
explicito
siendo,
incluso,
en
ocasiones
el
propio
abad
quien
acompaña
el
grupo.
Esto
puede
funcionar
muy
bien
pero
sigue
siendo
muy
precario.
En
efecto,
el
monje
que
acompaña
el
grupo
puede
morir
o
puede
marchar
y
entonces
el
abad
puede
decir
que
nadie
puede
reemplazarle. También puede ser que un abad pueda ser muy
favorable
a
la
presencia
de
un
grupo
de
laicos
vinculado
a
la
abadía
y
que
su
sucesor
no
quiera
ni
oír
hablar
de
ello.
Es
por
esta
razón
que
algunos
piensan
que
sería
importante
que
después
de
un
tiempo
prudencial,
la
existencia
del
grupo
de
laicos
cistercienses
sea
aprobado
por
el
capitulo
conventual
de
la
comunidad,
de
forma
que
el
abad
siguiente
no
pueda
suprimirlo
fácilmente.
Sin
embargo
un
abad
siempre
puede
no
sentirse
ligado
por
este
voto
si
la
existencia
de
esa
comunidad
de
laicos,
que
no
está
aprobada
por
nuestras
Constituciones,
no
ha
sido
aprobada
explícitamente
como
una
posibilidad
por
el
Capítulo
General. b) La Orden. El Capítulo General puede, como ya lo ha hecho, invitar a los Laicos cistercienses
al
Capítulo
General.
Puede
recibir
de
los
Laicos
cistercienses
reunidos
en
un
Encuentro
Internacional
una
carta
y
responder
a
ella.
Todo
ello
constituye
evidentemente
un
reconocimiento
implícito
del
movimiento;
pero
este
reconocimiento
implícito
corre
el
riesgo
de
no
tener
mucho
sentido
e
incluso
convertirse
en
irresponsable
si
el
Capítulo
no
precisa
qué
es
lo
que
reconoce
y
en
qué
condiciones. Este reconocimiento puede tomar diversa formas. Sin duda no se puede pedir al Capítulo General
que
apruebe
a
cada
uno
de
los
grupos
de
Laicos
cistercienses. El reconocimiento del que yo estoy hablando
podría,
por
ejemplo,
consistir
simplemente
en
el
hecho
de
que
el
Capítulo
General,
en
un
voto
oficial,
dijera
que
cada
comunidad
es
libre
de
asociar
un
grupo
de
laicos.
Entonces
podría
determinar
una
serie
de
condiciones.
Por
ejemplo,
podría
estipular
que
para
que
los
laicos
pudieran
darse
públicamente
el
nombre
de
“cistercienses”
deben
formar
parte
de
una
comunidad
o
una
fraternidad
de
laicos
aprobada
por
el
capítulo
conventual
de
la
comunidad
y
puede
estipularse
que
ni
el
abad
ni
la
comunidad
podrán
suprimir
esta
rama
laica
de
la
comunidad
sin
que
se
den
unas
ciertas
condiciones. Teóricamente podríamos pensar en otras formas oficiales de reconocimiento
por
parte
de
la
Orden,
como,
por
ejemplo,
la
Constitución
de
una
especie
de
Tercera
Orden,
paralela
a
las
dos
ramas
monásticas
femenina
y
masculina. Pero esta opción creo que tiene muy pocos adeptos. Así que no pierdo el tiempo en ello. Tampoco voy a perder tiempo en la opción de que el conjunto de las comunidades
de
laicos
cistercienses
se
hiciese
reconocer
por
la
Iglesia
como
una
Asociación
Internacional
de
laicos.
Bien
pocos,
creo,
desearían
caminar
en
esta
dirección. Os invito a reflexionar en
grupos
sobre
las
siguientes
preguntas:
a) ¿Deseamos un reconocimiento oficial por parte del capítulo conventual de
la
comunidad
a
la
que
estamos
vinculados? b) ¿Deseamos un cierto reconocimiento oficial del movimiento de los Laicos
cistercienses
por
parte
de
la
Orden
(o
de
la
Congregación)
monástica
a
la
que
estamos
vinculados? c) ¿Tenemos alguna opinión acerca de la forma que debería tener este reconocimiento? B) La gestión práctica de un
movimiento
internacional Los diversos grupos de Laicos cistercienses han sentido después de mucho tiempo
la
necesidad
de
comunicarse
entre
ellos.
Esto
les
ha
conducido
a
celebrar
tres
Encuentros
Internacionales,
sin
contar
el
presente.
En
cada
Encuentro
Internacional
los
representares
de
los
grupos
participantes
han
solicitado
a
algunas
personas
que
preparasen
el
siguiente
encuentro
y
también
asegurasen
una
cierta
coordinación
para
los
intercambios
de
los
grupos
entre
las
reuniones. Sin embargo, la misión de este grupo nunca se
ha
definido
con
claridad,
en
todo
caso
nunca
por
un
texto
votado
por
la
Asamblea. Una dificultad adicional es que una vez concluido el Encuentro Internacional
el
grupo
de
personas
que
han
elegido
al
Comité
de
dirección
( Steerring Committee) en cuestión, ya no existe. No hay una
persona
moral
(una
organización,
una
asociación,
etc.)
de
quien
el
Comité
de
Dirección
reciba
su
mandato
y
a
quien
deba
rendir
cuentas
de
su
mandato
hasta
su
el
próximo
Encuentro.
¿No
habría,
pues,
lugar
a
que
vosotros
constituyerais
una
cierta
Asociación libre de comunidades de laicos cistercienses, con un número
mínimo
de
reglas
y
estatutos,
para
coordinar
la
comunión
y
la
comunicación
entre
los
grupos
y
para
otorgar
la
autoridad
precisa
al
Comité
de
Dirección?
(No
se
trata
aquí
de
una
Asociación
en
el
sentido
canónico
del
término). Les invito pues a que reflexionen
en
grupos
sobre
las
siguientes
cuestiones: a) ¿Deseamos un próximo Encuentro Internacional?
(Si
la
respuesta
es
positiva
se
podrá
hablar
a
continuación
de
la
fecha
y
el
lugar)
b) ¿Deseamos establecer, como la última vez, un Comité de Dirección que tenga
por
tarea
preparar
ese
Encuentro
y
a
la
vez
coordinar
las
comunicaciones
entre
los
grupos
entre
un
Encuentro
y
el
otro?
(Si
la
respuesta
es
positiva,
procedería
redactar
un
mandato
escrito
que
debe
entregarse
a
este
Comité;
y
dar
respuesta
a
las
necesidades
económicas
de
su
funcionamiento).
c) ¿Deseamos establecer una Asociación
(quizás
con
otro
nombre)
de
grupos
(o
comunidades)
de
Laicos
cisterciense
que
confiriese
al Comité de Dirección, antes mencionado, su mandato? Y mi sugerencia sería que, sobre cada uno de estos
puntos,
tomarais
rápidamente
una
posición
de
principios
antes
de
entrar
en
el
debate
de
los
detalles.
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