Abbaye de Scourmont

Página de Dom Armand Veilleux

 

 

 

 
 

1er Domingo de Adviento “C”

 

Homilía

 

El acontecimiento que ha tenido consecuencias más profundas para la historia toda de la humanidad es éste que vamos a celebrar al final de este Adviento que hoy comenzamos: el momento en que Dios haciéndose hombre, ha asumido una de sus criaturas.. Cuando se ha  manifestado Dios como hombre en Jesús de Nazaret, ha sido la humanidad entera la que ha sido asumida. En el corazón  mismo de la humanidad se ha plantado una semilla de vida divina. El ‘hijo del hombre’ de que nos habla el texto evangélico que acabamos de escuchar no es únicamente el Mesías, el hijo nacido de María, lo es asimismo todo hombre, la humanidad  en su totalidad.

El mensaje último del gran discurso escatológico de Jesús del que hemos escuchado la parte principal, no constituye llamamiento alguno al miedo, a la resignación, a la angustia. Todo lo contrario, es un llamamiento a la esperanza

Como sucede en no pocos textos proféticos del Antiguo Testamento, las catástrofes cósmicas son utilizadas por Jesús como imagen de la violencia que entre los hombres reina desde que hizo derramar Caín la sangre de su hermano Abel. Por medio de estas imágenes quería Jesús aludir a todas las miserias que los humanos de su época se infligían mutuamente a través de la explotación, la esclavitud, las guerras, la ambición. Y anuncia que el hombre – el ‘Hijo del Hombre’, la humanidad será capaz de salir – saldrá – de ese ciclo de autodestrucción y quedará finalmente revestido de toda la grandeza y de toda la gloria que se hallan vinculados a la dignidad de hijo de Dios. Si en nuestros días pronunciara Jesús el mismo discurso, mencionaría no únicamente el genocidio de Darfour, las matanzas en Irak y en Afganistán, sino también las armas de destrucción masiva que constituyen la deuda de los países pobres para con los ricos y el hambre que causa a su vez el acaparamiento de la mayor parte de los recursos del planeta por una pequeña minoría de privilegiados, por nosotros habitantes de los países del Norte. Y mencionaría asimismo la posibilidad de que la humanidad ha querido dotarse de autodestruirse..

Y Jesús no diría, cosa que tampoco ha dicho a los Judíos de su época: “Encerraos en un rincón esperando que otros vengan a salvaros”, y menos aún: “Aceptad una muerte dolorosa para lograr, más tarde, una  felicidad eterna en otro mundo”. No, hoy como entonces diría: “Cuando se  manifiesten todos estos acontecimientos – justamente cuando se  manifiesten e incluso no bien comiencen a manifestarse  - enderezaos, levantad vuestras cabezas.”  Los poderes de los cielos quedan quebrantados y  comienzan a valicar – diría una vez más, aludiendo de manera simbólica a los poderes tiránicos que se han auto-divinizado.. Si os mantenéis firmes, despiertos, si cuidáis de no dejar que se os embote la mente por el vicio, la embriaguez, la búsqueda loca de los bienes materiales, entonces no sólo se manifestará en los hechos, en la historia, la dignidad del ser humano, sino que podréis manteneros enhiestos, en toda vuestra dignidad, ante Dios, que se ha convertido en el “Hijo del Hombre” por excelencia.

Los verdaderos discípulos de Jesús han de ser personas sin miedo alguno, optimistas, porque han puesto toda su confianza en el Padre de Jesús. Pero son optimistas de verdad, no ingenuos. Optimistas que tienen sus dos pies bien colocados en tierra, pero que mantienen enhiestos, con la cabeza bien alta, para ver el rostro de Dios y escuchar su voz. Pero los verdaderos discípulos, en pie, con la cabeza alta,  levantan asimismo sus mangas para participar en la medida de sus fuerzas en la reconstrucción con los instrumentos del amor de un universo que ha quedado destruido por los instrumentos del odio.

La liturgia de este primer Domingo de Adviento es el toque de corneta que abre esta obra lanzándonos a esta campaña. Tenemos la misión, no sólo de conservar o de recobrar nuestra confianza, sino de dar una vez más a nuestros hermanos y hermanas todas la confianza en  ese futuro extraordinario al que se halla convidada la humanidad,

 

Armand  VEILLEUX