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¿Nuevos peregrinos, o turistas?
Reflexión
El viaje como arquetipo humano
El viaje es uno de los grandes arquetipos espirituales
que se encuentra en todas las grandes religiones y culturas. No
es sorprendente, por tanto, que los monjes hayan adoptado con mucha
frecuencia el estilo de vida de peregrinos. Eso eran los munis
de la India pre‑aria, los rishis y los sannyasin
del Hinduísmo, en una época tan lejana como la de los primeros Upanishad,
los bikkus del Budismo y los más antiguos ascetas del Cristianismo
cuya vida se describe en los Hechos de Tomás
y en el Liber Graduum. En la tradición occidental del Cristianismo,
esta misma espiritualidad del peregrinaje estaba en el corazón del
monacato celta e inspiró las empresas misioneras de Agustín en Inglaterra
y de Bonifacio en Alemania.No era esta, sin embargo, una práctica universal. En
el Este cristiano, los primeros monjes de Egipto, a la vez que recibían
una numerosa y constante afluencia de visitantes, se mostraron poco
dispuestos a adoptar ellos mismos un estilo de vida errante, y,
en, el Oeste, Benito manifestó su nula estima hacia los que él llamaba
giróvagos. Pero aunque tanto los monjes de Egipto como los
de Occidente después de Benito se caracterizaron por buscar una
estabilidad geográfica, siguieron considerando la vida monástica
como un viaje, aunque un viaje esencialmente interior.En nuestros tiempos, el monacato occidental ha conocido
nuevas formas de peregrinaje. Tras haberse circunscrito a Europa
durante siglos, ha entrado de repente en un amplio movimiento de
fundaciones, en Norteamérica primero, y en Africa, Latinoamérica
y Asia después. Junto a esta implantación en varios sectores de
la Iglesia del Tercer Mundo, el monacato occidental ha comenzado,
principalmente desde el Vaticano II, a ejercer un papel muy activo
en el diálogo entre el Cristianismo y algunas de las grandes religiones
no‑cristianas, del lejano Oriente en especial el Hinduísmo
y el Budismo.Fieles a la preocupación de Benito por distinguir entre
la auténtica peregrinación espiritual y el vagabundeo, podría ser
importante en el actual momento del proceso del diálogo monástico
con otras culturas y religiones preguntarnos por las condiciones
de un auténtico y fructífero peregrinaje.
Peregrinos y vagabundos de hoy
Nuestro siglo se caracteriza por la aceleración de
la historia y por la relativización de las distancias, así como
por un masivo encuentro entre todas las grandes culturas y religiones
del mundo. Hace sólo medio siglo, poca gente tenía la oportunidad
de vivir en una cultura distinta de la suya. Pocos occidentales
viajaron alguna vez a Asia o Africa, y lo contrario era todavía más excepcional. Hoy,
se ha convertido en una costumbre generalizada. En el pasado, sólo
unos cuantos especialistas podían estudiar las grandes tradiciones
culturales y espirituales ‑antiguas y nuevas‑ de otros
continentes. Los encuentros interculturales y los diálogos interreligiosos
son cada vez más frecuentes.Deberíamos ser conscientes, sin embargo, de que aunque
casi todos nos vemos afectados por este cambio cultural, son muy
pocos los que activa y conscientemente se hallan implicados en el
encuentro y diálogo antes mencionados. Generalmente se trata de
especialistas o de individuos esporádicos.Entre la multitud de occidentales (principalmente jóvenes)
que viajó a Oriente en los años cincuenta y sesenta, había verdaderos
peregrinos, que proseguían su viaje espiritual más allá de los límites
de su entorno natural. Existía también un inmenso número de exilados
culturales y giróvagos espirituales que huían de una tierra donde
no habían sido capaces de echar raíces. Algunos encontraron sus
raíces en otro sitio; otros las encontraron en su propia tierra
al volver. Muchos siguieron siendo para siempre vagabundos desarraigados.Mientras el giróvago carece de raíces, y por tanto
no puede en realidad crecer, el auténtico peregrino es alguien solidamente
enraizado. 0 tiene una casa de la que viene y a la que volverá al
final de su peregrinación; o bien ‑si ha elegido vivir como
peregrino permanente‑ ha encontrado suficiente raigambre interior
como para trascender el soporte ambiental de un enraizamiento geográfico
y cultural.El peregrino se encuentra en casa en cualquier sitio
sin que intente construir un hogar en ninguno. Tiene un sentido
de la libertad que puede convertirse fácilmente en una amenaza para
cualquiera que siga poniendo su seguridad en el hecho de pertenecer
a un lugar y grupo concretos o a un organismo sólido. No es buen
cliente de los que comercian en artículos espirituales extraños.
El giróvago, por el contrario a donde quiera que va construye casas
temporales, compra todos los últimos productos del mercado y se
hace discípulo ingenuo del último que se autotitula maestro.
La fundación: un diálogo fe‑cultura
En la época en que tantos jóvenes norteamericanos y
europeos tenían su mirada puesta en Oriente, los monjes de Europa
estaban ocupados fundando en Africa principalmente, y los monjes
de Norteamérica hacían lo mismo en América del Sur, aunque tanto
americanos como europeos llevaron también a cabo algunas fundaciones
en Asía.La primera oleada de fundaciones, a finales del siglo
pasado y comienzos de éste, con excepción de las dos fundaciones
trapenses en Japón, siguió principalmente la tradición del benedictismo
misionero. Los monjes de Sta. Otilia, acompañados y seguidos normalmente
por las Hermanas de Tutzing llevaron a cabo una extraordinaria labor
de evangelización y educación. Pero el diálogo con la cultura y
las religiones locales no constituía la preocupación básica de ese
momento.La segunda oleada de fundaciones, tras la alocución
de Pío XII a los contemplativos, fue diferente. Llegó un grupo bastante
numeroso de fundado res que traían a la vez su tradición monástica
y su cultura. Eran en general humildes, monjes y monjas buenos,
y se dieron cuenta rápidamente de la necesidad de adaptar su estilo
de vida monástico a las tradiciones de las culturas locales. Pero
ésto jamás fue una tarea fácil, ni para los propios fundadores ni
para las primeras generaciones de monjes y monjas nativos. El diálogo
con las culturas locales se hizo muchísimo más difícil por el hecho
de que tales culturas atravesaban un momento de radical y rápida
transformacíon, especialmente después del comienzo de los movimientos
de indepencia en Africa, en los años sesenta. Y además, los jóvenes
que tomaron parte en las nuevas fundaciones no eran precisamente
los que más en contacto estaban con las aspiraciones y problemas
propios países. En América Latina podía encontrarse una situación
parecida, en especial a partir del auge teología de la liberación
y la espiritualidad que surgió de ella.Después del Vaticano II, pocas fundaciones se han llevado
a cabo en Africa o en Latinoamérica desde Europa. Pero ha aparecido
un nuevo fenómeno. En vez de fundadores venidos de fuera y que buscan
candidatos, existen ahora en varios países grupos de aspirantes
a la vida monástica que buscan fundadores, o al menos alguien que
les ayude a poner en marcha fundaciones indígenas. Este modo de
enfocar las fundaciones es sumamente prometedor, pero cuenta a su
vez con dificultades específicas. ¡No es raro que los miembros nativos
de tales fundaciones se muestren más reticentes a realizar adaptaciones
a las culturas locales que la mayor parte de los extranjeros harían!El crecimiento de la vida monástica en la Iglesia del
Tercer Mundo recibió un gran impulso gracias a una iniciativa que
debió mucho en su origen y en su desarrollo a Dom Jean Leclercq:
la A.I.M. (Ayuda a la implantación monástica, rebautizada
más tarde Ayuda intermonasterios). Al tiempo que procuraban
ayuda de diversas formas a los monasterios aislados, organizó tarnbién
en cada continente (Africa, Asia, Latinoamérica), reuniones de superiores
y de otros representantes de las comunidades locales. A la vez que
creaba un espíritu de búsqueda en común y de común apertura, desarrolló
un espíritu de peregrino. Los fundadores se dieron cada vez
más cuenta de que eran peregrinos en tierra extranjera, trayendo
una tradición, una presencia, y realizando las necesarias adaptaciones
externas, pero dejando para las generaciones siguientes la responsabilidad
de llevar a cabo adaptaciones más radicales y profundas.Se ha hablado mucho sobre la aculturación. Mi opinión
personal es que más que aculturación lo que se necesita es desculturizar.
Lo que quiero decir es que tenemos que llegar a liberarnos de toda
cultura, trascenderlas a todas: la que está en nuestro origen y
aquella en la que nos encontramos. Si uno es libre, no tendrá dificultad
en manifestar sus valores en la lengua y costumbres de la tradición
en la que vive como peregrino, pero seguirá siendo él mismo y se
sentirá libre para desafiar a la cultura en la que realiza su peregrinar.
Porque, si es verdad que el Cristianismo (y el monacato) debe hablar
a toda cultura en un lenguaje inteligible, igualmente cierto es
que toda cultura debe recibir el desafío del Cristianismo y del
monacato. No es suficiente que un monje se haga indio o africano;
tiene que llegar a ser monje indio o monje africano... y por supuesto
monje cristiano.
Dialogar desde las raíces
Diversas circunstancias están en el origen de los numerosos
congresos organizados por la A.I.M. en Asia con el fin de ofrecer
oportunidades de contacto con representantes de las religiones orientales.
Por este motivo, la Santa Sede pidió a los monjes que asumieran
la responsabilidad y el liderazgo en el diálogo con las tradiciones
espirituales de Oriente. En realidad el diálogo interreligioso e
intercultural puede ser una forma de peregrinación extremadamente
acorde con la vocación monástica, ya que el monje está llamado a
una última integración que vá más allá de cualquier cultura particular.
La A.I.M.
aceptó llevar a cabo esta tarea, y se crearon dos comisiones,
una en América, en verano de 1977 (Consejo norteamericano
para el diálogo Este‑Oeste) y,
unos meses más tarde, otra en Europa (Diálogo intermonasterios).
Diálogo de formas
El interés por el diálogo ha progresado más entre los
monjes y monjas de Europa y América que entre los miembros de las
comunidades monásticas cristianas de Asia. Y en Asia, ha sido promovido
frecuentemente por europeos que han vivido allí mucho tiempo, más
que por los mismos asiáticos. A menudo Occidente no parece comprender
las razones de esto. Los asiáticos que han crecido en contacto con
otras tradiciones religiosas están a veces en radical oposición
a ellas, sin embargo apenas he encontrado esta actitud en los monasterios
de Oriente. Los monjes y monjas orientales creen más bien que han
aprendido de las tradiciones locales a través de los contactos diarios
que han tenido desde su juventud y que es eso lo que ha afectado
realmente a sus vidas. Los occidentales muchas veces no aciertan
a entender que los orientales que siguen una forma externa tradicional
de vida benedictina o cisterciense puedan estar mucho más influenciados
en su experiencia espiritual por su trasfondo oriental que los occidentales
(vivan en Oriente o en Occidente) que han adoptado costumbres orientales
en la forma de sentarse y de vestir, y técnicas orientales de concentración
y meditación. A los orientales esta ingenuidad occidental con frecuencia
les divierte o les ofende, y con toda razón.Es posible que alguien, como Merton, haya aprendido
mucho, y crecido mucho más, en su vida espiritual a través de las
diversas formas di contacto con grandes maestros de otra tradiciones,
aunque nunca haya sentído la tentación o la necesidad de utílizar
sus técnicas. Por otra parte, puede alguien haber reemplazado
las sillas por cojines, haber decorado las paredes de su lugar de
oración con cuadros de Buda o de Confucio y haber adornado su capilla
con una artística (?) mezcla de imágenes cristianas, dioses y diosas
hindúes y quizá algunas esculturas africanas, y no sacar ningún
provecho espiritual de semejante eclecticismo.
Cualquiera que se haya movido un poco por los círculos, monásticos
sabe que ésto no es una mera caricatura; y puede ser ésta la mejor
forma de trazar la diferencia entre un verdadero peregrino y un
turista espiritual o giróvago.
Diálogo generalizado y de hoy
Durante mucho tiempo los participantes más activos
en el diálogo monástico interreligioso han sido especialistas que,
como parte de su búsqueda espiritual o por razones académicas (o
por ambas cosas a la vez) han adquirido un conocimiento muy considerable
de una o de varias tradiciones y a veces han adoptado técnicas espirituales
de estas tradiciones. Junto a estos auténticos peregrinos, los caminos
del dialogo se han alborotado con la presencia de turistas del espíritu
que han optado por la meditación zen, yoga, meditación trascendental,
etc.. Incluso la peregrinación de los especialistas corre también
el peligro de ser una peregrinación
al pasado. Los Vedas y los Upanishads son obras maestras
de espiritualidad de las que siempre podemos aprender. Sin embargo
no son el camino más directo de entrar en contacto con el Hinduismo
concreto de hoy. Igual que el Peri Arjón de Orígenes
o los sermones del maestro Eckard, con ser escritos cristianos muy
profundos, no serían probablemente la mejor introducción al Cristianismo
actual para un budista o un hindú.En la actualidad el verdadero desafío consiste realmente
en que todos los monjes de Oriente y de Occidente ‑cristianos
y no cristianos‑ tomen conciencia de las tradiciones religiosas
de los demás. Recientemente se han dado algunos pasos importantes
en esta dirección con los distintos programas de hospitalidad: monjes
budistas han residido algún tiempo en diversas comunidades cristianas
occidentales, y monjes y monjas de Occidente han hecho lo mismo
en comunidades orientales. De esta manera entran en contacto con
una tradición espiritual viva distinta de la suya no sólo unos cuantos
especialistas, sino comunidades enteras de ambas latitudes. En nuestros
días, esto es más necesario y provechoso que cualquier otra cosa.Para ser un verdadero peregrino normalmente es necesario
sufrir una conversión. Todo el que viaja a un mundo extraño ‑sea
de Oriente o de Occidentetiende espontáneamente a ser explorador
y potencialmente conquistador. El peregrino es una persona que no
tiene ningún poder.***A lo largo de la historia del monacato puede encontrarse
con facilidad grandes peregrinos. Permitidrne mencionar tan
sólo uno del pasado ‑en muchos aspectos uno de los más grandes‑Evagrio
Póntico. Se marchó al desierto con la mejor educación que se podía
recibir en su tiempo. Formado en la escuela de Alejandría, había
bebido a fondo no sólo de la sabiduría griega sino también de las
fuentes de espiritualidad no‑helenísticas. Después de alcanzar
una perfecta integración y libertad personales, se fue humildemente
al desierto y aprendió de la experiencia del numeroso ejército de
monjes que le habían precedido en Nitria y Kellia. Y fue capaz de
plasmar esa experiencia (la suya y la de los demás monjes de quienes
aprendió) en un sólido sistema espiritual.
ARMAND VEILLEUXMonje del Monasterio del Espíritu
Santo, Conyers, U.S.A.
1 Para el monacato
cristiano primitivo, ver: ANTOINE GUILLAUMONT, Le dépaysement
comme forme d'ascèse dans le monaschisme ancien,
en Ecole Pratique des Hautes Etudes, Ve section:
Sciences religieuses, Annuaire 1968‑69,
t. 76, París 1968, 31-58; reimpreso en: Aux origines du
monaschisme chrétien. Pour une phénoménologie du monaschisme,
(=Spiritualité Orientale, n°30), Bellefontaine 1979,
pp. 89‑116. Para la Edad Media, ver: JEAN LECLERCQ, Mönchtum
und Peregrinatio im Frümittelalter,
en Römische Quartalschrift 55 (1960), 212‑255;
Monaschisme et pérégrination du IXe
au XIle siécle, en Studia Monastica 3 (1961) 33‑52;
estos dos estudios se publicaron de nuevo en J. LECLERCQ, Aux
sources de la spiritualité occidentale, París, 1964, 35‑90.
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