Abbaye de Scourmont

Página de Dom Armand Veilleux

 

 


vida religiosa en general



 

 

 
 

¿Nuevos peregrinos, o turistas?

 

Reflexión

 

El viaje como arquetipo humano
  El viaje es uno de los grandes arquetipos espirituales que se encuentra en todas las grandes religiones y culturas. No es sorprendente, por tanto, que los monjes hayan adoptado con mucha frecuencia el estilo de vida de peregrinos. Eso eran los munis de la India pre‑aria, los rishis y los sannyasin del Hinduísmo, en una época tan lejana como la de los primeros Upanishad, los bikkus del Budismo y los más antiguos ascetas del Cristianismo cuya vida se describe en los Hechos de Tomás y en el Liber Graduum. En la tradición occidental del Cristianismo, esta misma espiritualidad del peregrinaje estaba en el corazón del monacato celta e inspiró las empresas misioneras de Agustín en Inglaterra y de Bonifacio en Alemania. [1] No era esta, sin embargo, una práctica universal. En el Este cristiano, los primeros monjes de Egipto, a la vez que recibían una numerosa y constante afluencia de visitantes, se mostraron poco dispuestos a adoptar ellos mismos un estilo de vida errante, y, en, el Oeste, Benito manifestó su nula estima hacia los que él llamaba giróvagos. Pero aunque tanto los monjes de Egipto como los de Occidente después de Benito se caracterizaron por buscar una estabilidad geográfica, siguieron considerando la vida monástica como un viaje, aunque un viaje esencialmente interior.En nuestros tiempos, el monacato occidental ha conocido nuevas formas de peregrinaje. Tras haberse circunscrito a Europa durante siglos, ha entrado de repente en un amplio movimiento de fundaciones, en Norteamérica primero, y en Africa, Latinoamérica y Asia después. Junto a esta implantación en varios sectores de la Iglesia del Tercer Mundo, el monacato occidental ha comenzado, principalmente desde el Vaticano II, a ejercer un papel muy activo en el diálogo entre el Cristianismo y algunas de las grandes religiones no‑cristianas, del lejano Oriente en especial el Hinduísmo y el Budismo.Fieles a la preocupación de Benito por distinguir entre la auténtica peregrinación espiritual y el vagabundeo, podría ser importante en el actual momento del proceso del diálogo monástico con otras culturas y religiones preguntarnos por las condiciones de un auténtico y fructífero peregrinaje.  
Peregrinos y vagabundos de hoy
Nuestro siglo se caracteriza por la aceleración de la historia y por la relativización de las distancias, así como por un masivo encuentro entre todas las grandes culturas y religiones del mundo. Hace sólo medio siglo, poca gente tenía la oportunidad de vivir en una cultura distinta de la suya. Pocos occidentales viajaron alguna vez  a Asia o Africa, y lo contrario era todavía más excepcional. Hoy, se ha convertido en una costumbre generalizada. En el pasado, sólo unos cuantos especialistas podían estudiar las grandes tradiciones culturales y espirituales ‑antiguas y nuevas‑ de otros continentes. Los encuentros interculturales y los diálogos interreligiosos son cada vez más frecuentes.Deberíamos ser conscientes, sin embargo, de que aunque casi todos nos vemos afectados por este cambio cultural, son muy pocos los que activa y conscientemente se hallan implicados en el encuentro y diálogo antes mencionados. Generalmente se trata de especialistas o de individuos esporádicos.Entre la multitud de occidentales (principalmente jóvenes) que viajó a Oriente en los años cincuenta y sesenta, había verdaderos peregrinos, que proseguían su viaje espiritual más allá de los límites de su entorno natural. Existía también un inmenso número de exilados culturales y giróvagos espirituales que huían de una tierra donde no habían sido capaces de echar raíces. Algunos encontraron sus raíces en otro sitio; otros las encontraron en su propia tierra al volver. Muchos siguieron siendo para siempre vagabundos desarraigados.Mientras el giróvago carece de raíces, y por tanto no puede en realidad crecer, el auténtico peregrino es alguien solidamente enraizado. 0 tiene una casa de la que viene y a la que volverá al final de su peregrinación; o bien ‑si ha elegido vivir como peregrino permanente‑ ha encontrado suficiente raigambre interior como para trascender el soporte ambiental de un enraizamiento geográfico y cultural.El peregrino se encuentra en casa en cualquier sitio sin que intente construir un hogar en ninguno. Tiene un sentido de la libertad que puede convertirse fácilmente en una amenaza para cualquiera que siga poniendo su seguridad en el hecho de pertenecer a un lugar y grupo concretos o a un organismo sólido. No es buen cliente de los que comercian en artículos espirituales extraños. El giróvago, por el contrario a donde quiera que va construye casas temporales, compra todos los últimos productos del mercado y se hace discípulo ingenuo del último que se autotitula maestro.  
La fundación: un diálogo fe‑cultura
En la época en que tantos jóvenes norteamericanos y europeos tenían su mirada puesta en Oriente, los monjes de Europa estaban ocupados fundando en Africa principalmente, y los monjes de Norteamérica hacían lo mismo en América del Sur, aunque tanto americanos como europeos llevaron también a cabo algunas fundaciones en Asía.La primera oleada de fundaciones, a finales del siglo pasado y comienzos de éste, con excepción de las dos fundaciones trapenses en Japón, siguió principalmente la tradición del benedictismo misionero. Los monjes de Sta. Otilia, acompañados y seguidos normalmente por las Hermanas de Tutzing llevaron a cabo una extraordinaria labor de evangelización y educación. Pero el diálogo con la cultura y las religiones locales no constituía la preocupación básica de ese momento.La segunda oleada de fundaciones, tras la alocución de Pío XII a los contemplativos, fue diferente. Llegó un grupo bastante numeroso de fundado res que traían a la vez su tradición monástica y su cultura. Eran en general humildes, monjes y monjas buenos, y se dieron cuenta rápidamente de la necesidad de adaptar su estilo de vida monástico a las tradiciones de las culturas locales. Pero ésto jamás fue una tarea fácil, ni para los propios fundadores ni para las primeras generaciones de monjes y monjas nativos. El diálogo con las culturas locales se hizo muchísimo más difícil por el hecho de que tales culturas atravesaban un momento de radical y rápida transformacíon, especialmente después del comienzo de los movimientos de indepencia en Africa, en los años sesenta. Y además, los jóvenes que tomaron parte en las nuevas fundaciones no eran precisamente los que más en contacto estaban con las aspiraciones y problemas propios países. En América Latina podía encontrarse una situación parecida, en especial a partir del auge teología de la liberación y la espiritualidad que surgió de ella.Después del Vaticano II, pocas fundaciones se han llevado a cabo en Africa o en Latinoamérica desde Europa. Pero ha aparecido un nuevo fenómeno. En vez de fundadores venidos de fuera y que buscan candidatos, existen ahora en varios países grupos de aspirantes a la vida monástica que buscan fundadores, o al menos alguien que les ayude a poner en marcha fundaciones indígenas. Este modo de enfocar las fundaciones es sumamente prometedor, pero cuenta a su vez con dificultades específicas. ¡No es raro que los miembros nativos de tales fundaciones se muestren más reticentes a realizar adaptaciones a las culturas locales que la mayor parte de los extranjeros harían!El crecimiento de la vida monástica en la Iglesia del Tercer Mundo recibió un gran impulso gracias a una iniciativa que debió mucho en su origen y en su desarrollo a Dom Jean Leclercq: la A.I.M. (Ayuda a la implantación monástica, rebautizada más tarde Ayuda intermonasterios). Al tiempo que procuraban ayuda de diversas formas a los monasterios aislados, organizó tarnbién en cada continente (Africa, Asia, Latinoamérica), reuniones de superiores y de otros representantes de las comunidades locales. A la vez que creaba un espíritu de búsqueda en común y de común apertura, desarrolló un espíritu de peregrino. Los fundadores se dieron cada vez más cuenta de que eran peregrinos en tierra extranjera, trayendo una tradición, una presencia, y realizando las necesarias adaptaciones externas, pero dejando para las generaciones siguientes la responsabilidad de llevar a cabo adaptaciones más radicales y profundas.Se ha hablado mucho sobre la aculturación. Mi opinión personal es que más que aculturación lo que se necesita es desculturizar. Lo que quiero decir es que tenemos que llegar a liberarnos de toda cultura, trascenderlas a todas: la que está en nuestro origen y aquella en la que nos encontramos. Si uno es libre, no tendrá dificultad en manifestar sus valores en la lengua y costumbres de la tradición en la que vive como peregrino, pero seguirá siendo él mismo y se sentirá libre para desafiar a la cultura en la que realiza su peregrinar. Porque, si es verdad que el Cristianismo (y el monacato) debe hablar a toda cultura en un lenguaje inteligible, igualmente cierto es que toda cultura debe recibir el desafío del Cristianismo y del monacato. No es suficiente que un monje se haga indio o africano; tiene que llegar a ser monje indio o monje africano... y por supuesto monje cristiano.  
Dialogar desde las raíces 
Diversas circunstancias están en el origen de los numerosos congresos organizados por la A.I.M. en Asia con el fin de ofrecer oportunidades de contacto con representantes de las religiones orientales. Por este motivo, la Santa Sede pidió a los monjes que asumieran la responsabilidad y el liderazgo en el diálogo con las tradiciones espirituales de Oriente. En realidad el diálogo interreligioso e intercultural puede ser una forma de peregrinación extremadamente acorde con la vocación monástica, ya que el monje está llamado a una última integración que vá más allá de cualquier cultura particular. La A.I.M.   aceptó llevar a cabo esta tarea, y se crearon dos comisiones, una en América, en verano de 1977 (Consejo norteamericano para el diálogo Este‑Oeste) y, unos meses más tarde, otra en Europa (Diálogo intermonasterios).  
Diálogo de formas
El interés por el diálogo ha progresado más entre los monjes y monjas de Europa y América que entre los miembros de las comunidades monásticas cristianas de Asia. Y en Asia, ha sido promovido frecuentemente por europeos que han vivido allí mucho tiempo, más que por los mismos asiáticos. A menudo Occidente no parece comprender las razones de esto. Los asiáticos que han crecido en contacto con otras tradiciones religiosas están a veces en radical oposición a ellas, sin embargo apenas he encontrado esta actitud en los monasterios de Oriente. Los monjes y monjas orientales creen más bien que han aprendido de las tradiciones locales a través de los contactos diarios que han tenido desde su juventud y que es eso lo que ha afectado realmente a sus vidas. Los occidentales muchas veces no aciertan a entender que los orientales que siguen una forma externa tradicional de vida benedictina o cisterciense puedan estar mucho más influenciados en su experiencia espiritual por su trasfondo oriental que los occidentales (vivan en Oriente o en Occidente) que han adoptado costumbres orientales en la forma de sentarse y de vestir, y técnicas orientales de concentración y meditación. A los orientales esta ingenuidad occidental con frecuencia les divierte o les ofende, y con toda razón.Es posible que alguien, como Merton, haya aprendido mucho, y crecido mucho más, en su vida espiritual a través de las diversas formas di contacto con grandes maestros de otra tradiciones, aunque nunca haya sentído la tentación o la necesidad de utílizar sus técnicas. Por otra parte, puede alguien haber reemplazado las sillas por cojines, haber decorado las paredes de su lugar de oración con cuadros de Buda o de Confucio y haber adornado su capilla con una artística (?) mezcla de imágenes cristianas, dioses y diosas hindúes y quizá algunas esculturas africanas, y no sacar ningún provecho espiritual de semejante eclecticismo.  Cualquiera que se haya movido un poco por los círculos, monásticos sabe que ésto no es una mera caricatura; y puede ser ésta la mejor forma de trazar la diferencia entre un verdadero peregrino y un turista espiritual o giróvago.  
Diálogo generalizado y de hoy
Durante mucho tiempo los participantes más activos en el diálogo monástico interreligioso han sido especialistas que, como parte de su búsqueda espiritual o por razones académicas (o por ambas cosas a la vez) han adquirido un conocimiento muy considerable de una o de varias tradiciones y a veces han adoptado técnicas espirituales de estas tradiciones. Junto a estos auténticos peregrinos, los caminos del dialogo se han alborotado con la presencia de turistas del espíritu que han optado por la meditación zen, yoga, meditación trascendental, etc.. Incluso la peregrinación de los especialistas corre también el peligro de ser una peregrinación   al pasado. Los Vedas y los Upanishads son obras maestras de espiritualidad de las que siempre podemos aprender. Sin embargo no son el camino más directo de entrar en contacto con el Hinduismo concreto de hoy. Igual que el Peri Arjón de Orígenes o los sermones del maestro Eckard, con ser escritos cristianos muy profundos, no serían probablemente la mejor introducción al Cristianismo actual para un budista o un hindú.En la actualidad el verdadero desafío consiste realmente en que todos los monjes de Oriente y de Occidente ‑cristianos y no cristianos‑ tomen conciencia de las tradiciones religiosas de los demás. Recientemente se han dado algunos pasos importantes en esta dirección con los distintos programas de hospitalidad: monjes budistas han residido algún tiempo en diversas comunidades cristianas occidentales, y monjes y monjas de Occidente han hecho lo mismo en comunidades orientales. De esta manera entran en contacto con una tradición espiritual viva distinta de la suya no sólo unos cuantos especialistas, sino comunidades enteras de ambas latitudes. En nuestros días, esto es más necesario y provechoso que cualquier otra cosa.Para ser un verdadero peregrino normalmente es necesario sufrir una conversión. Todo el que viaja a un mundo extraño ‑sea de Oriente o de Occidentetiende espontáneamente a ser explorador y potencialmente conquistador. El peregrino es una persona que no tiene ningún poder.***A lo largo de la historia del monacato puede encontrarse con facilidad grandes peregrinos. Permitidrne mencionar tan sólo uno del pasado ‑en muchos aspectos uno de los más grandes‑Evagrio Póntico. Se marchó al desierto con la mejor educación que se podía recibir en su tiempo. Formado en la escuela de Alejandría, había bebido a fondo no sólo de la sabiduría griega sino también de las fuentes de espiritualidad no‑helenísticas. Después de alcanzar una perfecta integración y libertad personales, se fue humildemente al desierto y aprendió de la experiencia del numeroso ejército de monjes que le habían precedido en Nitria y Kellia. Y fue capaz de plasmar esa experiencia (la suya y la de los demás monjes de quienes aprendió) en un sólido sistema espiritual.       ARMAND VEILLEUXMonje del Monasterio del Espíritu Santo, Conyers, U.S.A.        


[1] 1 Para el monacato cristiano primitivo, ver: ANTOINE GUILLAUMONT, Le dépaysement comme forme d'ascèse dans le monaschisme ancien, en Ecole Pratique des Hautes Etudes, Ve section: Sciences religieuses, Annuaire 1968‑69, t. 76, París 1968, 31-58; reimpreso en: Aux origines du monaschisme chrétien. Pour une phénoménologie du monaschisme, (=Spiritualité Orientale, n°30), Bellefontaine 1979, pp. 89‑116. Para la Edad Media, ver: JEAN LECLERCQ, Mönchtum und Peregrinatio im Frümittelalter, en Römische Quartalschrift 55 (1960), 212‑255; Monaschisme et pérégrination du IXe au XIle siécle, en Studia Monastica 3 (1961) 33‑52; estos dos estudios se publicaron de nuevo en J. LECLERCQ, Aux sources de la spiritualité occidentale, París, 1964, 35‑90.