Abbaye
de
Scourmont
vida religiosa en general
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Cuadernos Monásticos
78 (1986) 379‑388 Armand VEILLEUX, ocso
MEDITACION SOBRE LA OBEDIENCIA
La imagen de Dios en el hombre
Creado a imagen de Dios, el hombre está llamado a llegar a ser perfecto
como su Padre es perfecto. La vida ínsuflada en sus narices en
la mañana de la creación, según la hermosa figura del Génesis,
está llamada a un crecimiento sin fin. El hombre está hecho no
solamente para vivir en plenitud sino que lleva en sí mismo un
dinamismo de crecimiento de origen divino. Es allí donde se encuentra el fundamento de toda ética. El hombre lleva
en sí una semilla de vida divina. Todo lo que respeta y favorece
el crecimiento de esa vida es bueno. Todo lo que lo impide o lo
perjudica es malo. La aspiración a la vida es el designio de Dios
grabado en el corazón mismo de todo hombre. El pecado es el rechazo
de vivir y de crecer, el atractivo de la muerte. "Yo he venido
‑dice Jesús‑ para que tengan vida, y la tengan en
abundancia". Dios creó libre al hombre. Lo puso en el mundo y lo estableció señor
de la creación. Le confió la responsabilidad de construir el mundo
y su propia vida, y de elegir los medios que favorezcan y orienten
su crecimiento. Libre y responsable, el hombre debe responder
por cada una de sus elecciones. Nadie, tampoco Dios, hará esas
elecciones en su lugar ni responderá por ellas. Cuando el hombre, desde la más remota antigüedad, llegó a ser consciente
de ese dinamismo de vida en él mismo, y comenzó a experimentar
su relación con una Fuente de vida más allá del mundo de la percepción
sensorial, elaboró conjuntos de mitos, de creencias y de ritos
para expresar y alimentar esta experiencia, y para perpetuarla
en la memoria. Se sentía llamado a entrar en comunión profunda
con esa realidad que a veces llamaba Dios. Pero esa realidad también
lo atemorizaba.
Esclavitud de la ley
Además, a causa de sus fracasos, su propia libertad lo atemorizaba más
y más. Asimismo, comenzó a percibir al Dios que en primer lugar
había percibido como la fuente de su vida, como la realidad más
íntima en el fondo de sí mismo, como un dueño autoritario y como
un legislador. Por ese subterfugio, renunciaba a la responsabilidad,
de tomar sus propias decisiones y hacer sus propias elecciones,
y dejaba ese cuidado a Dios. Por la religión, nacida de la percepción
de la fuente de su libertad, se constituía a sí mismo esclavo. La experiencia religiosa de Israel, única desde más de un punto de vista,
se desarrolló sin embargo en ese contexto y sólo gradualmente
y parcialmente se desprendió de él. Yahvéh fue percibido primeramente
corno un legislador que dicta sus voluntades a su pueblo. Lo que
había no obstante de nuevo en la experiencia religiosa de Israel,
era la experiencia de un Dioscon‑el hombre, de un Emmanuel,
que reencuentra al hombre en el corazón de su historia humana,
que participa en sus guerras y vive con él las peripecias de una
alianza. Los grandes profetas de Israel conocen y presentan seguidamente a Yahvéh
corno un padre que ama, e incluso como una madre o también como
una esposa celosamente enamorada. Incluso perciben y anuncian
una nueva era de la historia humana en la que, de nuevo, como
en el día de la creación, el hombre podrá leer la voluntad de
su Dios no ya sobre tablas de piedra o en los pergaminos de sus
legisladores, sino en su propio corazón, en las aspiraciones más
profundas de su ser creado a imagen de Dios y animado por su soplo.
Esta liberación del estado de servidumbre en que el hombre mismo
se había colocado, iba a realizarse plenamente en la persona de
Jesús de Nazaret.
Jesús, hombre libre y radicalmente obediente
En Jesús, la simiente de vida puesta en el hombre el día de la creación
alcanzó su pleno crecimiento. Todo es vida en El; nada rechaza
el crecimiento. Hijo del hombre, nacido de la tierra, es hijo
de Dios, uno con el Padre. No tiene otra norma de conducta que
el querer del Padre. Lo que no quiere decir que obedece a "órdenes"
recibidas de su Padre. Quiere decir más bien que su querer y el
del Padre son una sola cosa, de modo que su querer más personal
es idéntico al del Padre. Su propia misión es idéntica a su ser,
y su ser es uno con el Padre.
El es por lo tanto radicalmente obediente porque es obediente
por la raíz misma de su ser. Es el ser humano en quien la liberación
con respecto a toda ley o a toda voluntad exterior se realizó
totalmente.
Y el hermoso y gran misterio es que Jesús de Nazaret vivió esta obediencia
en el interior de una experiencia de crecimiento humano normal.
Descubrió gradualmente su misión. Constantemente tuvo que hacer
elecciones humanas, usando los mismos medios de discernimiento
que cualquier otro ser humano. En un determinado momento debió
decidir si continuaría con su profesión de carpintero en Nazaret,
o bien sí se lanzaría por los caminos de Galilea y de Judea. Debió
decidir si se conformaría o no a la enseñanza de los Doctores
de la ley y a su sistema religioso; también si subiría o no a
Jerusalén para la Fiesta, etc. En cada una de esas circunstancias
hizo la voluntad de su Padre, pero no debido a una revelación
especial de esa voluntad, sino porque cada vez hizo la elección
conforme a su misión, es decir, a su propio ser profundo, uno
con el Padre.
Un momento capital en el descubrimiento de su misión fue ciertamente
cuando escuchó la voz del Padre en su bautismo: "Tú eres
mi hijo muy amado". Pero quizá el verdadero hito que cambió
su vida se sitúa un poco antes, en el momento en que deja Nazaret
y adopta un modo totalmente nuevo de existencia. Esta especie
de ruptura en su vida, que lo libera de las convenciones de su
entorno socio‑relígioso, y que lo lanza a un camino solitario,
¿acaso no fue el paso radical que abrió su conciencia humana a
la plena percepción de su misión en tiempos de su bautismo?
La paradoja es que para el observador superficial, Jesús prácticamente
deja de ser obediente a partir de ese preciso momento. Hasta entonces,
con excepción de una breve escapada a la edad de doce años, se
sometía a todas las exigencias de su entorno cultural y religioso,
y fue formado por ese medio. El modo cómo sus conciudadanos expresan
su sorpresa cuando comienza a comportarse "extrañamente"
demuestra bien que hasta entonces había sido un observante fiel
y no destacado de las costumbres y obligaciones sociales y religiosas
de su pueblo, y de la enseñanza tradicional de los doctores y
de los escribas. Mas súbitamente, movido por la percepción interior
de su misión, comienza a seguir un camino solitario, más allá
de todas esas balizas, guiado por la sola luz ardiente de su corazón.
En adelante su obediencia será la radical fidelidad a esa visión y a
su percepción de Dios, irreconciliable con
la de los líderes espirituales del pueblo. Esa fidelidad
lo conducirá a la muerte, porque desde que comen zó a vivir como
hombre plenamente libre, se volvió molesto y peligroso para los
poderes constituidos, tanto religioso como civil. Después de todo,
la esclavitud también tiene sus ventajas, y los hombres nunca
escuchan de buen grado el llamado a la libertad. Especialmente
los que son esclavos de¡ poder que detentan. ¿Cómo podrían dejar
desmontar impunemente el sistema que establecieron tan minuciosamente?
Otros, antes y después de él, hicieron la misma experiencia. Pablo de
Tarso es un buen ejemplo. Hasta su conversión es perfectamente
obediente, el más fiel observador de las tradiciones religiosas
de su pueblo. El contexto socio‑cultural en que se mueve
constituye un marco seguro y tranquilo para su propia existencia.
Pero un día tiene la gracia de caerse del caballo. Se topa con
Jesús y descubre su propio corazón. Inmediatamente se vuelve muy
humilde, y, al mismo tiempo, el más irritante de los seres libres.
No puede negar lo que percibió, y eso se convierte en su norma
de acción. Molesta a todo el mundo, comenzando por los cristianos.
Los de Damasco estarán, por lo demás, muy felices de meterlo en
una canasta y deslizarlo fuera de los muros de la ciudad, y los
de Jerusalén lo despacharán rápidamente a Tarso. ¡Por supuesto,
para su propia seguridad! Pero a pesar de todo es interesante
leer la conclusión de ese relato en el libro de los Hechos: "le
hicieron marchar a Tarso. Las Iglesias en toda Judea, Galilea
y Samaría en, adelante gozaban de paz"... El también será
obediente hasta la muerte.
El hombre en búsqueda de su corazón
Esta especie de ruptura radical en la vida de Jesús y de Pablo, que marca
el comienzo de un camino personal solitario más allá del apoyo
de la sociedad religiosa ambiente, está lejos de ser una realidad
exclusiva de ellos. Por el contrario, corresponde a un tipo de
experiencia humana que se remonta en la historia conocida a casi
dos mil años antes de Jesús. Toda cultura y toda religión es un
sistema destinado a formar individuos y a llevarlos a un tipo
dado de experiencia humana y religiosa. Pero en toda cultura hay
individuos que en un determinado momento de su evolución, por
fidelidad a su ser profundo, se sienten llamados a ir más allá
de lo que favorece o permite el marco o el apoyo de su entorno
socio ‑religioso. Si se encuentran con otros buscadores
solitarios, o si tienen discípulos que vienen a formarse en contacto
con su experiencia, elaboran una subcultura en el interior de
la cultura ambiente, como marco generador y portador de un tipo
específico de experiencia. Así nacieron todos los monacatos en
India, en Grecia, en Israel, antes del monacato cristiano. Lo
que todas esas personas buscan, de un modo o de otro, más o menos
conscientemente según los casos, es el descubrimiento de la voluntad
de Dios a través del descubrimiento de su propio corazón. A ese
respecto es muy significativa la respuesta del anciano Palamón
al joven Pacomio que viene a pedirle que lo haga monje a su lado:
"con la gracia de Dios, lucharemos junto contigo hasta que
llegues a conocerte a ti mismo".
Jesús estaba completamente bajo la moción del Espíritu. Los demás hombres
tienen en su corazón no solamente el Espíritu de Dios, sino también
semillas de desintegración y de muerte depositadas allí por el
mal espíritu. Y a menudo les es difícil ejercer por su parte un
justo discernimiento. Esa es la razón por la cual la experiencia
¡nuestra que todo el que desea recorrer un serio camino espiritual
tiene necesidad de un guía, es decir, de una persona experimentada
que le impida engañarse.
Cuando los primeros monjes cristianos
se retiraron al desierto para vivir esta experiencia de camino
solitario buscando su propio corazón y el de Dios, rápidamente
descubrieron los peligros y los escollos de esta lucha solitaria
con las fuerzas del mal y la necesidad de un guía espiritual.
Se colocaron por lo tanto bajo la dirección de ancianos, es decir,
de personas que habían hecho la misma experiencia y que a partir
de entonces estaban impulsadas por el Espíritu. Y cuando se reagruparon
en comunidades, elaboraron una especie de subcultura cristiana,
un estilo de vida según una regla y bajo la dirección de un superior.
Naturaleza y significación de la obediencia humana
En los dos casos, sea la sumisión a un padre espiritual, sea el ingreso
en una comunidad, no estamos en presencia de formas de vida divinamente
instituidas, sino más bien de medios elaborados por los hombres
en su búsqueda de la voluntad de Dios a través de su propio crecimiento
espiritual. La motivación y los objetivos son específicamente
cristianos; los medios utilizados pertenecen a una tradición humana
multisecular. ¿Cuál es por lo tanto para un cristiano la naturaleza
y el sentido de la obediencia a un director espiritual o a una
regla y a un superior? En primer lugar podemos encontrar alguna luz en lo que la Escritura dice
a propósito de la obediencia, a los poderes establecidos, y especialmente
en la actitud de Jesús al respecto. En tiempos de Jesús, Palestina
estaba bajo la dominación romana. Como en todo país conquistado,
en la población había "cooperadores" y "resistentes".
Algunos judíos estaban comprometidos con el poder extranjero,
corno por ejemplo los publicanos o recolectores de impuestos,
considerados por muchos como pecadores públicos. Por otra parte,
otros, como los zelotes, eran una especie de guerrilleros deseosos
de expulsar al invasor. Jesús eligió sus discípulos en los dos
campos, y no parece haberse preocupado tanto de qué lado se situaban
las personas. Pero pide a éstos que sean honestos y coherentes
con su elección y lógicos con ellos mismos. Cuando se le pregunta
si es legítimo pagar el impuesto al César, se hace mostrar una
moneda con la efigie del César y responde que se le devuelva al
César lo que es del César. Esto quiere decir: si utilizan la moneda
de la autoridad romana, y aprovechan los servicios que los romanos
les ofrecen, entonces, sean honestos y lógicos, y paguen el impuesto.
La obediencia a la autoridad romana no se presenta como obediencia
a una autoridad divina delegada, sino como un sincero y honesto
comportamiento en una situación social dada. Pueden aceptar o
rechazar esta situación; es una cuestión de elección humana. Pero
deben ser lógicos y aceptar las consecuencias de su elección.
Deben entonces estar siempre sometidos a Dios, de quien sin cesar
reciben la vida.
La actitud de Jesús con respecto a los sistemas religiosos de los fariseos
y de los doctores de la ley es la misma. A los que eligieron seguir
ese sistema y aprovechar la seguridad religiosa y psicológica
a que ofrece, así corno sus demás ventajas, Jesús les pide que
observen lo que enseñan. En cuanto a él y a sus discípulos, toma
distancia y no se siente obligado a observar su interpretación
de la ley y sus prescripciones, así como tampoco a pagar el impuesto
al César. Se niega decididamente a formar parte de su sistema.
De la misma manera, cuando san Pablo recomienda a los esclavos que sean
obedientes con sus amos, no afirma que la autoridad del jefe de
esclavos es una autoridad divina delegada. Simplemente recomienda
lo que parece ser una actitud lógica, coherente con un sistema
social determinado, en un determinado momento de su evolución.
Y en sus recomendaciones a las mujeres para que sean sumisas con
sus maridos, no debemos ver la expresión de una ley divina relativa
a la naturaleza de las relaciones entre los sexos, sino un juicio
prudencial que rinde tributo a un cierto contexto cultural limitado.
En cuanto a las estructuras sociales en el interior del grupo de sus
discípulos ‑la Iglesia‑, Jesús sólo dio un precepto
preciso: ponerse al servicio los unos de los otros. Todo lo demás
es utilización de medios humanos, tributarios de diversos sistemas
sociales, para intentar responder a ese precepto.
Siempre la Escritura refiere la obediencia directamente a Dios. Es la
conformidad del querer humano al querer divino. En ninguna parte
aparece que la sumisión de un hombre a otro hombre sea virtuosa
en sí misma; y en ninguna parte se dice que en su búsqueda de
la voluntad de Dios sea más virtuoso para el hombre someterse
a las decisiones de otra persona que tomar sus propias decisiones,
según su discernimiento personal. La obediencia a toda autoridad
humana, tanto a un padre espiritual como a una regla es una cuestión
de lógica y de coherencia consigo mismo en la utilización de los
medios elegidos para descubrir la voluntad de Dios.
La ley de Dios, la voluntad de Dios sobre cada hombre está inscripta
en su corazón. El camino hacia Dios pasa por el corazón del hombre.
Para descubrir la voluntad de Dios, debe descubrir en primer lugar
el propio corazón, llegar a ser consciente de su verdadero ser,
de su "yo" profundo (mucho más allá de deseos superficiales
y de caprichos). Eso requiere un largo esfuerzo de purificación
y de despojamiento respecto de todo lo que constituye el "falso
yo". Para el hombre ser obediente consiste en descubrir su
vocación o misión propia, es decir, en llegar a ser consciente
de su modo propio e inalienable de relación con el Padre, y en
aceptar las consecuencias de esta toma de conciencia, con las
desgarraduras y las muertes que puede necesitar.
En ese proceso de purificación y de crecimiento, de búsqueda y de realización
de la voluntad de Dios, el hombre debe hacer una elección de los
medios; algunos serán más adaptados para él que otros. Es responsabilidad
del hombre esta elección de los medios; Dios no la hace por él.
Y, aunque esta elección sea libre, por supuesto, está considerablemente
condicionada por el contexto histórico‑cultural en que cada
uno se encuentra.
Las elecciones humanas y su riesgo
Cuando alcanza la edad adulta
y un cierto grado de madurez, el hombre debe elegir en primer
lugar su tipo de relación con la sociedad civil y la institución religiosa. Se casará o se quedará soltero; elegirá un camino espiritual
solitario, dejándose formar o guiar eventualmente por un director
espiritual, o se unirá a una comunidad en marcha. Si elige consagrarse
a un tipo determinado de servicio, podrá entregarse a él solo,
de manera autónoma, o unirse a un grupo que asume y organiza
ese servicio; o también podrá pedir a un obispo que lo integre
por medio de la ordenación, en el servicio pastoral de la Iglesia
institucional, etc. Una vez que ha hecho libre y conscientemente
esa elección, la fidelidad a sí mismo como a las demás personas
con quienes se relaciona, exige que sea fiel a la misma y que
acepte todas sus implicancias y consecuencias.
Si me confío a un director espiritual, a semejanza de los primeros monjes
del desierto, o de los monjes budistas o hindúes, es para llegar,
por ese medio, a convertirme en una persona libre y desprendida,
a dominar mis pasiones y a conocer mi propio corazón, con el objeto
de poder descubrir a Dios y lo que El quiere, amarlo y vivir en
unión con El. Me confío a ese director porque tengo confianza
en su capacidad de guiarme a través de ese proceso. Me remito
totalmente a él y hago todo lo que me dice, no porque crea que
sus decisiones personales son automáticamente la voluntad de Dios
sobre mí, sino porque tengo confianza en su carisma para hacerme
crecer en Cristo. Creo que está suficientemente en contacto con
su proprio corazón como para ayudarme a descubrir el mío. A veces
podrá pedirme que haga cosas ridículas; y, sí tengo la humildad
de hacerlas, no será porque no las considere idiotas, sino porque
creo que por medio de esos gestos idiotas en sí mismos, el director
experimentado sabe conducirme al desprendimiento y a la libertad,
y hacerme crecer. Para mí se trata de ser lógico y coherente con
mi elección de un medio muy específico de crecimiento humano y
espiritual.
Y si me uno a una comunidad, no es porque Dios haya hecho esa elección
para mí. Es que elijo ese estilo de vida comunitaria como un medio
que creo apto para mí, para proseguir mi búsqueda de la voluntad
de Dios. Esto es válido para toda comunidad, tanto las que se
llaman activas como las que se dicen contemplativas. En el caso
de las comunidades activas, hay una dimensión suplementaria. Elijo
realizar un servicio de Iglesia en comunión con una comunidad
estructurada en función de ese servicio antes que realizarlo solo
(lo que sería una elección igualmente legítima, aunque quizás
menos adaptada para mí). Aquí
nuevamente se trata de la elección de un medio. La vida religiosa
en sus diferentes formas, es un estilo de vida cristiana destinado
a favorecer un tipo de experiencia de Dios y, en determinados
casos, a constituir un contexto favorable para un tipo determinado
de servicio. Esas formas de vida elaboradas por los hombres, fueron
probadas por la experiencia de siglos, y su utilidad fue confirmada
por la aprobación de la jerarquía de la Iglesia. No se trata pues
de instituciones divinas. La motivación y los objetivos del religioso
cristiano son específicamente cristianos y enraizados en el Evangelio.
El medio utilizado, o la forma de vida, es una institución humana
cuya historia desborda ampliamente los marcos históricos y geográficos
del cristianismo. Se trata de un sistema que sólo puede producir
sus frutos cuando se acepta en su totalidad. Aquí también, una
vez que elegí ese medio, la lógica y la honestidad exigen que
me conforme a su legislación, a su estructura jerárquica, etc.
El árbol debe ser juzgado por sus frutos. Es inútil decir que cada una
de las elecciones mencionadas más arriba implica riesgos. Una
situación de "obediencia", apta para favorecer el crecimiento
de tal persona, será nefasta para tal otra. La obediencia total
y casi ciega a un maestro puede ser un excelente medio de crecimiento,
como lo prueba la experiencia de todas las grandes religiones
del mundo. Pero también puede conducir a terribles fracasos, sobre
todo si el maestro no es tan carismático como se cree o como él
se cree a sí mismo. Incluso en la época de la edad de oro del
monacato cristiano en Egipto, si bien unos monjes fueron conducidos
por est técnica a altos grados de conciencia y de unión con Dios,
otros dejaron allí su salud física y psíquica, bajo la férula
de maestros incompetentes. Y la historia a menudo se repite, hasta
en nuestros días. Ocurre lo mismo con la vida comunitaria, la
cual puede conducir a la libertad interior y favorecer un fecundo
apostolado tanto como puede impedir lo uno y lo otro, sí se esclerosa
o está mal orientada. Superiores autoritarios, sinceramente convencidos
de hablar continuamente en nombre de Dios, han causado mucho daño,
pero a menudo resulta un perjuicio mayor la dimisión de ''sujetos"
que renuncian a su responsabilidad, personal considerando que
renuncian a su "voluntad propia".
Discernimiento de "vocaciones "y formación
Cuando un novicio se presenta a la puerta de una de nuestras comunidades,
a menudo nos esforzamos en descubrir a través de toda clase de
medios si tiene "vocación" como si ésta fuera una especie
de virus que se descubre por medio de tests apropiados. Esta actitud
supone una concepción relativamente reciente de la vocación que
implica una intervención directa de Dios en la elección de los
"medios". En el fondo volvemos a encontrar la misma
actitud en aquellos que cuando dejan la vida religiosa, dicen
haber descubierto que no tenían "vocación".
La actitud de los Padres del desierto me parece mucho más sana y realista.
Cuando se presentaba un aspirante, el anciano le describía su
régimen de vida, después le decía: "Examínate para ver si
quieres vivir este género de ascesis, y si puedes soportarla".
De la misma manera, san Benito escribe su Regla monástica para
quienquiera desee retornar a Dios por el camino de la obediencia,
de quien se había alejado por la desobediencia. Y no creo que
san Bernardo sometiera a largos tests los grupos de novicios que
traía consigo a Claraval después de cada una de sus giras de predicación.
Me parece pues que cuando un novicio viene a una comunidad, lo importante
no es descubrir si pertenece a esa categoría de seres humanos
que se consideran que "tienen vocación", sino más bien
descubrir si quiere realmente el género de vida
en el que ingresa, y guiarlo si es preciso a que lo quiera de
manera cada vez más consciente y sincera. Si los novicios abandonan
el noviciado, decir que "no tenían vocación" bien podría
ser nada más que una manera fácil de no querer admitir nuestra
incapacidad de darles la formación que habían venido a buscar.
Creo que la mayoría de los fracasos en la vida religiosa (y por fracasos
no entiendo, necesariamente las salidas) provienen del hecho de
que muchas personas ingresan en la vida religiosa sin haberla
jamás elegido deliberadamente. Llegaron porque se les convenció
o porque ellos mismos se convencieron de que esa era la voluntad
o la decisión de Dios sobre ellos. Aceptaron esta voluntad exterior
sin jamás haberla querido ellos mismos. En realidad en muchos
casos nunca llegaron a un grado suficiente de conocimiento de
sí mismos como para saber verdaderamente lo que querían en el
fondo de sí mismos. Y bien puede ser que la forma de vida religiosa
que les tocó en suerte, les haya impedido arribar a ese conocimiento.
Para cada hombre la voluntad de Dios está escrita en su corazón. Toda
forma de obediencia que aliena al hombre y lo conduce a la mecánica
sumisión a leyes exteriores pertenece a esa larga serie de medios
religiosos inventados por el hombre a lo largo de la historia
para negarse a asumir sus propias responsabilidades pidiendo a
los dioses que decidan en su lugar. La única forma de obediencia
verdaderamente cristiana es la que conduce al hombre al descubrimiento
de su propio corazón, de esa parte de sí mismo en que es uno con
Dios. Y esa obediencia sólo puede dar frutos en aquél que la elige
deliberadamente y acepta sinceramente y honestamente todas sus
implicancias y consecuencias.
Traducción del francés por María Graciosa Sufé, osb Monasterio Gaudium Mariae Córdoba ‑ Argentina
Místassini
Armand VEILLEUX, ocso
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