LA GRACIA CISTERCIENSE HOY:
Padre Joseph Boyle, ocso., Snowmass
“Señor Jesús, ¿quién
eres tú y quién soy yo?” Con frecuencia utilizo esta pregunta para recogerme al
comenzar la oración personal. Exactamente ¿quién es este Cristo al que
procuramos conformarnos? El misterio de Cristo es tan amplio y rico que ninguna
línea de pensamiento lo puede contener. No obstante, la clave para mí está en
que Jesucristo fue y es el lugar de la presencia de Dios entre
nosotros... Emmanuel, Dios con nosotros.
El teólogo holandés
Eduard Schillebeeckx se refería a Cristo como “sacramento de encuentro con
Dios”. Cuando reflexiono sobre el tema “La Gracia cisterciense hoy: Conformación
con Cristo”, me parece que estamos llamados como personas, y colectivamente
como comunidad, a ser el sacramento de encuentro con Dios... en unión con
Cristo, para ser así lugar de la presencia de Dios en el mundo.
Esto afecta a todos los
aspectos de nuestra vida.
En la liturgia estamos
unidos con Cristo, dado que toda la creación recobra su sentido en nosotros y
puede alabar y celebrar al Creador. Rezamos los mismos salmos que rezó Cristo,
nos unimos a él en su oración eucarística al Padre. En Snowmass, quizá por ser
una comunidad pequeña, nuestra liturgia no tiene el esplendor de las liturgias
de las grandes comunidades. Sin embargo, tiene una elegante sencillez; la
oración es real y la presencia de Cristo llena los silencios. Nuestros cantos
están acompañados a veces por los “cantos” de los coyotes de fuera, y la
grandeza y belleza de la naturaleza que nos rodea entra a través de los
cristales claros de las ventanas de nuestra capilla.
En la lectio divina y
oración personal acrecentamos la conciencia de nuestra unión con Cristo y nos
abrimos a su Espíritu, que nos trabaja ... el Espíritu que nos transforma en
imagen de Cristo.
En nuestras relaciones
comunitarias, los cistercienses nos convertimos unos para otros en la presencia
de Cristo. En el último Capítulo General examinamos el tema de la comunidad
como Schola Caritatis y encontramos el amor de Cristo fluyendo a través
de todas las dimensiones de nuestra vida comunitaria. En la mutua solicitud, al
perdonar y ser perdonados, la vida de Cristo fluye a través nuestro. «Que
los mayores amen a los jóvenes, y los jóvenes respeten a sus mayores».
Practicando esta máxima de San Benito ofrecemos a la sociedad un ejemplo que
puede remediar la creciente división entre generaciones en nuestro mundo
moderno. En Snowmass, respetando el carácter personal del proceso de
crecimiento en Cristo en que cada hermano de la comunidad está implicado,
hacemos lo posible por fomentar una libertad en cada hermano con el fin de
llevarle a una responsabilidad madura, como monje cisterciense, que robustece y
centra en Cristo los objetivos de la comunidad.
Los cistercienses somos
también presencia de Cristo en nuestra relación con todo el cuerpo de Cristo,
al que abrazamos y sostenemos con nuestra oración amorosa y al que acogemos con
hospitalidad, recibiéndolo como a Cristo y recibiéndolo como Cristo lo
recibiría. Por la hospitalidad, los monasterios cistercienses proporcionamos un
ambiente a los huéspedes y ejercitantes que invita a la presencia de Dios y al
encuentro con Dios. Me parece a mí que esa es la razón de que en nuestros días
mucha gente venga a nuestros monasterios para retiro y para los oficios. Llenas
de esperanza, estas personas llevan consigo, al regresar a sus propias
comunidades, la paz y el amor que encuentran.
Esperamos ser también
la presencia de Dios para nuestros vecinos. Pienso en nuestros hermanos de
Atlas y el fuerte vínculo que crearon con sus vecinos en esa comunidad
agrícola, un vínculo tan profundo que los hermanos escogieron permanecer en el
lugar, con sus vecinos, incluso si ello significara su muerte. Por lo que oigo,
no sentían la necesidad de predicar explícitamente sobre Jesús; era suficiente
el que la gente de alrededor pudiera experimentar el amor de Cristo a través de
ellos.
Los cistercienses
procuramos ser el lugar de la presencia de Cristo en nuestra relación con el
medio ambiente, allí donde nuestras granjas, ranchos, huertos y tierras son
gestionadas con profundo respeto al Creador y a sus designios, dando
continuidad al cuidado de Dios por el mundo... al cuidado por su creación. Hoy
somos cada vez más prudentes en esta gestión, siendo más reflexivos y
conscientes de ella. Lo cierto es que el trabajo de la tierra ha sido siempre
parte de nuestra tradición cisterciense, en lo que nuestros monasterios fueron
modelos. Tenemos hoy una viva sensibilidad de cómo nuestras acciones afectan al
bienestar y al futuro de nuestra humanidad y de todo el planeta. Esta gestión
asociada al Creador es nuestra respuesta al carácter señaladamente consumista
que, especialmente en los países más ricos, predomina en tantos: la continua
adquisición de nuevos productos en una cultura que despilfarra. Nuestra
gestión, llena de esperanza, manifiesta sencillamente una alternativa de vida
sana en la tierra.
Comenzaba esta charla
con la piadosa pregunta que a menudo me hago: “Señor Jesús, ¿quién eres tú y
quién soy yo?” Esta pregunta normalmente sirve para centrar y hacer silencio en
mi interior, pero en cada época surge una respuesta a la pregunta, dependiendo
de la situación personal. En una ocasión particular, cuando acababa de ser
elegido abad y me cuestionaba qué podría hacer para recuperar algo del espíritu
de los “buenos viejos tiempos”, me senté tranquilo mientras esta pregunta iba
resonando en mi cabeza y de repente oí en mi interior el texto revelado, “He
aquí que hago nuevas todas las cosas”. Era para reírme de mí mismo: estaba
centrado en recuperar lo viejo y Cristo me dio un giro total de 180 grados de
modo que afrontara junto con él lo nuevo. Por supuesto que llevamos
respetuosamente el núcleo de nuestra tradición dentro de lo nuevo, pero lo que
tenemos por delante todavía hoy, es el reto de ser con y en Cristo, que hace
todas las cosas nuevas.
Conformarse con Cristo
en este sentido —ser el lugar de la presencia de Dios—, exige que adquiramos
más y más la mente y el corazón de Cristo; el modo de ver de Cristo; el modo de
amar de Cristo. Esto lo hacemos tanto individual como comunitariamente.
Hacer esto a nivel
personal requiere que estemos alimentados abundantemente por la lectio y la
oración, en todas sus formas; yo subrayaría especialmente (al menos desde mi
experiencia y la de mi comunidad) la transformación que viene desde la oración
contemplativa, callada, solitaria. Veo en esto una conexión con el Jesús que se
va sólo para orar en la noche y alimentarse en la fuente de la Divina Unión. A
veces, en las primeras horas de la mañana, encuentro mi sentido centrado en la
pregunta orante: “Señor, ¿de qué forma quieres entrar en mí hoy?”
Comunitariamente,
adquirir el modo de pensar y el corazón de Cristo, no sólo requiere que en la
comunidad los hermanos estén profundamente entregados a su propio proceso de
transformación en Cristo, sino también que la comunidad misma sea capaz de
discernir juntos cuál es la especial y particular presencia de Cristo que
debemos ser en el mundo, en nuestras situaciones concretas. El recordar la
frase de san Benito, que Dios a veces revela lo que es mejor al más joven, es
tan importante que aprendemos a escuchar a los demás, a todos y cada uno de los
miembros de la comunidad, orando sobre estas cosas, y discerniendo juntos cómo
vivir la vida de Cristo en nuestro caso concreto, en las situaciones
cotidianas. Veo el trabajo que muchas de nuestras comunidades están haciendo
para mejorar los niveles de comunicación entre sus miembros, como una
herramienta en este proceso de colaborar juntos para conocer y vivir el modo de
pensar y el corazón de Cristo.
En nuestro tiempo, de
rápido y radical cambio social y cultural, esta transformación personal de
escucha y discernimiento comunitarios son especialmente necesarios. Ser
presencia de Dios en el mundo hoy, en conformación con Cristo, supone un cambio
profundo para cada uno de nosotros y cada una de nuestras comunidades. Hoy es
difícil estar en contacto y reflejar lo que es esencial, en un mundo donde lo
esencial está a menudo desdibujado y donde el materialismo y la confusión moral
están haciendo estragos. Esto sólo puede brotar desde una comunión cada vez más
profunda con Cristo.
Somos privilegiados en
este Capítulo al estar reunidos aquí en Lourdes, el lugar donde nuestra Madre
María habló a Sta. Bernardita Soubirous hace siglo y medio, un lugar donde el cielo
y la tierra se juntaron, un lugar donde tanto se palpa la presencia sanadora de
Dios. Es de esperar que nuestras comunidades también sean lugares donde el
cielo y la tierra se tocan y la presencia sanadora de Dios actúe en nosotros y
a través nuestro. Así seremos verdaderamente conformados con su Cristo, nuestro
Emmanuel.
Padre
Joseph
Boyle, ocso., Snowmass