LA ORDEN EN EL UMBRAL DEL TERCER MILENIO
(Conferencias a los Capítulos Generales, Octubre-Noviembre 1999)
I
LA ORDEN HOY Y MAÑANA
Nueve años han pasado
ya desde mi elección como Abad General. Si Dios, los Capítulos Generales y yo
mismo lo seguimos queriendo, para la próxima Reunión General Mixta habré
superado la duración media del abadiato general; en efecto, el promedio de
duración de los 8 Abades Generales precedentes fue de: 11 años y 8 meses.
Durante este tiempo he tenido oportunidad de hacer 69 viajes internacionales y
403 visitas a las comunidades, sin contar las comunidades de Italia. Los que
estaban presentes, recordarán que en los Capítulos Generales de 1993 presenté
mi visión de la Orden tal como la percibía en ese momento.
Mi evaluación en ese
entonces era positiva y lo sigue siendo en el día de hoy. Y precisamente porque
la situación era positiva me permitía, discerniendo la voluntad del Señor,
invitar a todos y cada uno a un nuevo paso en el camino de la renovación. Deseo
volver ahora sobre estos temas. Lo dicho en 1993 conserva todo su valor, al
menos ante mis ojos y juicio. Lo que diré hoy, cruzando el umbral del presente
milenio, servirá para completar el cuadro y profundizar algunos aspectos.
1. Estadísticas e interpretaciones
Es un hecho fácilmente
constatable que la población de monjes desciende gradualmente desde hace
ya varios años. El número de monjes alcanzó su cima en el año 1958 con 4400
personas y comenzó desde esa fecha un paulatino descenso. El año de mi elección
como abad general, en 1990, éramos 2797 monjes, hoy somos 2512, es decir: 285
personas menos.
La situación de las monjas
es diferente. Alcanzaron su cima en 1961 con un total de 2010 personas y, desde
esa fecha, comenzó un lento descenso con alternancias de subidas y bajadas. En
1990 eran 1876, hoy son 1863, es decir: 13 monjas menos. Esta mayor estabilidad
de la población monástica femenina permite augurar un rol protagónico creciente
de las monjas en la vida de la Orden.
El movimiento
descendente, sobre todo entre los monjes, parece que continuará aún por algunos
años. Una razón que justifica esta afirmación es la siguiente: la alta edad
media de algunas comunidades de monjes, lo cual significa asimismo que hubo una
afluencia notable de vocaciones en un momento determinado del pasado: al fin de
los años 40 e inicios de la década del 50.
En efecto, las Regiones
con la edad media más alta, son al momento presente: Canadá, Irlanda y Holanda.
Por el contrario, las Regiones con la edad media más baja son: África, Aspac y
Remila. Y esto es válido tanto para los monjes cuanto para las monjas. Esto
significa asimismo que en estas tres últimas Regiones nombradas se encuentra el
mayor número de jóvenes en formación inicial. Es fácil adivinar lo que estos
datos significan para el futuro de la Orden que continúa desplazándose
lentamente hacia el sur y el este.
2. Crecimiento fundacional
El crecimiento
fundacional de la Orden en los últimos años refleja las afirmaciones recién
hechas. Desde 1980 los monjes han hecho 11 fundaciones (Brasil,
Japón, México, Venezuela, República Dominicana, Taiwán, España (2), Indonesia,
Líbano, Ecuador) y 2 prefundaciones (Argelia y Nigeria).
Las monjas, por
su parte, han hecho 15 fundaciones (Chile, Japón, Nigeria, Angola,
Venezuela, Indonesia, USA, Corea, España, Zaire, Ecuador, China, Filipinas,
India, Madagascar) y una pre-fundación
(Noruega).
Es decir, en los
últimos 20 años, la Orden ha hecho 26 fundaciones y 3
prefundaciones distribuidas geográficamente de esta manera: 4 en Europa, 1 en
América del Norte, 8 en América Central y del Sur, 6 en África y 10 en Asia.
A todo lo recién
expuesto hay que agregar la incorporación de Kurisumala en la India; los proyectos
fundacionales de Sept-Fons, Klaarland e Hinojo; y las casas anexas de
Huerta (Monte Sión) y Laval (Meymac). Para ser exactos hay que mencionar
todavía la clausura de Orangeville, fundación de Oka, en el Canadá, y los
diferentes proyectos monásticos en la China.
Es fácil darse cuenta
de la influencia de estas nuevas fundaciones en la renovación de los
participantes en los Capítulos Generales. Y no se trata sólo de nuevos
miembros, sino también de nuevas experiencias, nuevos puntos de vista, nueva
vida.
En este contexto deseo
compartirles un par de ideas que se han ido abriendo camino en mi propio
corazón durante estos últimos años.
La primera de estas ideas se refiere a los criterios de
discernimiento para hacer una fundación. Las Constituciones nos
hablan de: crecimiento de la comunidad, deseo de participar con la propia vida
monástica en la presencia contemplativa de la Iglesia en vistas a la
evangelización, y otros signos de la Providencia. En todo esto se ha de
prestar especial atención a la invitación del Concilio Vaticano II para que
la vida monástica se establezca en las nuevas iglesias. Finalmente, el
Capítulo General exhorta para que las posibilidades fundacionales sean
diligentemente examinadas, no sólo con prudencia, sino también con confianza
y generosidad (C.68). El Estatuto de Fundaciones engloba todos estos
motivos haciendo referencia a diversos signos de la divina providencia y
agrega luego algunos aspectos prácticos: capacidad fundacional (personas y
economía) de la comunidad, posibilidad de vocaciones, condiciones locales,
consejo de terceros. Pero, sea como sea, se trata de un proceso de discernimiento
de la voluntad divina (1 y 3).
Es fácil concluir que
nuestra legislación nos ofrece dos tipos de criterios para discernir una
fundación. Estos criterios pueden presentarse de este modo:
-Criterios naturales de prudencia humana:
número de personas, capacidades personales, medios económicos, posibilidad de
vocaciones, condiciones locales, consejo solicitado a personas con experiencia....
-Criterios teologales de prudencia divina:
ayuda a una iglesia local a manifestar su dimensión contemplativa, testimonio
del Evangelio con la propia vida orante, ofrecimiento de un lugar en donde
vivir y crecer monásticamente...
Es obvio que estas dos
series de criterios no son excluyentes entre sí, sino que han de completarse
mutuamente. Pero cabe la pregunta: ¿cuál ha de tener la primacía? Quizás la
respuesta la encontramos en las mismas Constituciones cuando nos hablan
de: confianza y generosidad. Creo que sin una alta dosis de generosidad
y confianza es imposible discernir los signos de Dios ocultos en los
signos de los tiempos.
Ahora bien, ¿cuáles son
los motivos principales para hacer una fundación? Los motivos coinciden
con los criterios de discernimiento. Y los motivos principales residen en los
criterios teologales de prudencia divina. Si bien muchos problemas concretos en
las fundaciones provienen de no haber tenido suficientemente en cuenta los
criterios de prudencia humana; no obstante, una fundación que no se apoye sobre
los criterios de prudencia divina carecerá de “sentido” que oriente y sostenga
la motivación de los fundadores, de las fundadoras y de las comunidades que
fundan.
La segunda idea se
refiere a las enseñanzas que podemos recibir provenientes de las nuevas
fundaciones. La historia y la experiencia muestran que las fundaciones nos
enseñan algunas lecciones importantes, que, sintéticamente, pueden presentarse
así:
-Esencialidad: se viven los valores y
las observancias básicas sin adornos, con la sencillez y posibilidad de
adaptación que indican las Constituciones.
-Radicalidad: hay que dejarlo todo para
seguir al Señor, en una tierra extranjera, o conviviendo
con personas venidas de otras tierras.
-Valor de la pobreza: no sólo material,
sino también intelectual, litúrgica, formativa... abrazada libremente, aunque
la necesidad la imponga.
-Confianza en la Providencia: pues la
inseguridad (económica, política, vocacional...) es parte de la vida diaria.
-Eclesialidad: se crea una comunión
íntima con las iglesias locales a las que se trata de servir y manifestar.
-Revalorización de la Tradición: a fin
de tener raíces, sana doctrina y experiencia aprobada por los siglos.
-Nuevos caminos de adaptación: se descubre
que muchas cosas son relativas (comidas, vestido, ciertas formas de trato y
estructuras)
-Inculturación: no se trata de
implantar sino de germinar, favoreciendo un diálogo y discerniendo valores y
contravalores.
-Vitalización de la casa madre: gracias
a su misma fecundidad, por la apertura de horizontes y por el desafío de lo
diferente.
-Cenobitismo: favorecido muchas veces
por la exigencia de una pequeña comunidad, que demanda no poca virtud.
-Catolicidad: se establece una comunión
entre iglesias geográficamente lejanas.
-Rejuvenecimiento de los fundadores:
dado que un nuevo habitat suele favorecer un nuevo renacer.
-Modos fundacionales: la experiencia
enseña qué es lo mejor y el Estatuto de fundaciones orienta.
-Sentido
de Orden: se aprende a actuar localmente y a reflexionar universalmente.
La importancia capital
de las fundaciones en el hoy y mañana de la Orden no puede dejarnos
indiferentes. Por este motivo podemos preguntarnos si no sería mejor
reservar exclusivamente a los Capítulos Generales la aprobación de las
fundaciones (Cf. Est.84.1.C.a). Y, por
otro lado: ¿qué significa concretamente el cuidado con solicitud fraterna de
una fundación por parte de los superiores que la aprueban (C.69; Estatuto de
Fundaciones 9)? Todos hemos de sentirnos obligados a la consolidación de las
nuevas comunidades, pero esto no ha de significar un control artificial de la
expansión de la Orden. El equilibrio entre consolidación y expansión no es
fácil de establecer. Opino que una cierta cantidad de “fermento” puede
ayudarnos a soslayar el inmovilismo que se disfraza con rostro de prudencia.
3. Desplazamiento de centros
El movimiento
fundacional de los últimos años permite asimismo hablar, como he indicado, de
un cierto desplazamiento de la Orden. Más concretamente, la naciente Orden
contaba en 1892 con un 80 % de comunidades en Europa y el 20 % fuera de Europa,
el porcentaje entre las monjas era casi igual (79 % y el 21%). Los datos
presentes ofrecen las siguientes cifras:
-Comunidades de monjes en Europa: 51,
con 1326 personas (edad media 63 años) de los cuales 145 son novicios y
profesos temporales.
-Comunidades de monjes fuera de Europa:
49, con 1186 personas (edad media 57 años) de los cuales 199 son novicios y
profesos temporales.
-Comunidades de monjas en Europa: 37,
con 1121 personas (edad media 62 años) de las cuales 87 son novicias y profesas
temporales.
-Comunidades de monjas fuera de Europa:
30, con 742 personas (edad media 55 años) de las cuales 142 son novicias y
profesas temporales.
Una vez más --teniendo
en cuenta el mayor número de personas en formación inicial, la más baja edad
media y el mayor número de fundaciones fuera de Europa-- no parece osado
afirmar que, si la situación actual continúa invariable, en menos de 10 años la
OCSO será una orden predominantemente no-europea.
Esta situación traerá
aparejadas algunas consecuencias. Una de ellas será un nuevo equilibrio entre
la fidelidad a la tradición y a la creatividad a partir de ella, quizás más que
hablar de “fidelidad creativa” hablaremos por algún tiempo de “creatividad
fiel”. Es también probable que se produzca un redescubrimiento de las raíces
reconociendo que son ellas las que sostienen el árbol y no las hojas, flores y
frutos. Asimismo, el carisma original, al ser vivido e interpretado desde otros
medios culturales, mostrará facetas y posibilidades hasta ahora poco conocidas.
En todo este proceso,
la prudencia de las comunidades más jóvenes se ha de manifestar en la apertura
a la experiencia probada por el tiempo de las comunidades más ancianas. Y la
gloria de las comunidades ancianas consistirá en que los hijos e hijas se
conviertan a su vez en maestros y maestras.
4. Algunos desafíos
En el año 1992, con
ocasión del primer centenario de la OCSO, escribí junto con el Consejo
Permanente una carta circular. En ella mirábamos nuestro pasado, presente y
futuro. El presente estaba caracterizado por signos positivos y desafíos a
enfrentar. Releyendo lo dicho en aquel entonces constato que conserva todo su
valor. Algunas de esas realidades las retomé en una conferencia durante el
último Capítulo General de 1996 en forma de tres “utopías”: integración en el
seno de la Orden, comunión cisterciense, asociación con laicos en el mismo
carisma. Finalmente, en la carta circular de 1998, desarrollé el desafío de la
antropología.
Llegando ya al fin de
este segundo milenio nos encontramos con que el Señor de la historia nos invita
a dar respuesta creativa a los siguientes hechos que nos interpelan:
1. Necesidad de redimensionar las
estructuras laborales, económicas y edilicias de algunas comunidades
florecientes en años ya pasados, pero que hoy se encuentran sin vocaciones y
con una edad media muy alta. Tarde o temprano será necesario tomar decisiones,
y sabemos que la necesidad no es buena consejera, mejor elegir y decidir antes
de que la necesidad se imponga. Sería una falta de responsabilidad
histórico-salvífica dejar morir comunidades monásticas en un mundo urgentemente
necesitado de re-evangelización.
2. Situación de pobreza estructural y
crisis económica de algunos monasterios ubicados en el “Tercer Mundo” y
necesitados de continua ayuda de la Orden. Esta situación implicará asimismo
buscar, encontrar y establecer una estructura laboral y económica adecuada a la
realidad local. Cuando las necesarias ayudas sobrepasan las posibilidades de
las casas madres habrá que procurar medios de asistencia provenientes del resto
de la Orden. Así, la solidaridad será el nuevo nombre de la pobreza.
3. Discernimiento de los valores y
contravalores de las culturas locales, de las culturas generacionales, de las
culturas propias a cada género (varones y mujeres) y de la cultura universal
aveniente. Sólo así se podrá realizar una prudente y necesaria inculturación
de nuestro patrimonio que acorte la distancia entre: las diferentes
generaciones, la cultura femenina y masculina, las culturas fuertes y las
culturas débiles. Especial atención merecen los fenómenos del monopolio de la
globalización cultural que no respeta las diferencias, y de los nacionalismos
culturales que se cierran ante lo que no es propio.
4. Apertura a otros “ritos litúrgicos”
para la celebración Eucarística y del Opus Dei además del rito latino.
La fundación en el Líbano y la incorporación del monasterio de Kurisumala en la
India han introducido en la Orden los ritos maronita y siromalankar. Todo esto
es una riqueza aún por explotar, no sólo a nivel de símbolos y ceremonias, sino
también de teología y espiritualidad. El aggiornamento futuro del
“nuevo” Ritual cisterciense no podrá ignorar esta realidad.
5. Diálogo con la Familia Cisterciense
en vistas a una mayor comprensión y acercamiento mutuo que podría llegar a
nuevas formas efectivas de comunión. A partir de la celebración del IX
centenario de la fundación de Cister se ha abierto una nueva etapa. En el
momento presente parece importante privilegiar el diálogo de comunión con los
Presidentes de las diferentes Congregaciones cistercienses. Asimismo, hemos de
redescubrir el rol simbólico y mediador de la comunidad y el Abad del Cister en
el seno de la Familia, quizás la vocación actual del Abad del “Nuevo
monasterio” es ser unitatis Familiae vinculum a fin de acercar a quienes
estamos aún dispersos.
6. Compartir recursos en el campo de la formación
con aquellos monasterios más necesitados a este respecto y al mismo tiempo con
más jóvenes en formación. Una importante tarea de los Secretarios Regionales y
de la Secretaria Central de formación consistirá en seguir poniendo la
sabiduría del viejo mundo al servicio del nuevo, sin olvidar que la novedad
genuina hace más sabio al sabio. Por otro lado, todos somos conscientes que el
pauperismo intelectual es una terrible epidemia; en el pasado reciente han
fallecido varios Hermanos especializados en diferentes ramas del saber que
prestaron un gran servicio a la Orden durante muchos años; ¿qué hacer para
llenar este vacío? Nuestro futuro se
edifica en el presente mediante una cuidadosa formación, y esto es tan válido
para los monjes cuanto para las monjas de la Orden.
7. Especial invitación a la Orden por parte de
las iglesias inmersas en el mundo Islámico luego del testimonio de los
mártires del Atlas. Estas iglesias minoritarias y perdidas en el océano
musulmán, sobre todo en el Magreb, necesitan mostrar que la acción cristiana
está ordenada a la contemplación, que la evangelización no es proselitismo y
que el Dios del Reino es más importante que el Reino de Dios (¡al menos como
habitualmente entendemos dicho Reino!)... ¿Será un criterio decisivo, a la hora
de discernir una fundación en estas circunstancias, la muy posible ausencia de
vocaciones nativas o del lugar? Creo que aquí se precisa no poca confianza y
generosidad a fin de discernir los signos divinos ocultos en los
signos de los lugares y de los tiempos.
8. La asociación con grupos de laicos a
fin de compartir las riquezas del patrimonio cisterciense ha continuado
creciendo en los últimos años. Todo esto es muy explicable en el contexto de un
mundo globalizado y de una Iglesia-comunión. Quizás es todavía prematuro para
redactar un “Estatuto de Co-fraternidad”, pero parece que ha llegado la hora de
ofrecer unas “orientaciones pastorales” que ayuden a las comunidades implicadas
o por implicarse en esta realidad asociativa. Estas orientaciones han de
establecer criterios respecto a la madurez comunitaria para abrirse a esta
comunión carismática, criterios en el campo de la formación, criterios para la
salvaguarda de las identidades respectivas y criterios sobre los posibles
vínculos a establecer entre las partes.
9. Situaciones límite que reclaman
oración y sacrificio, comprensión y ayuda por parte de todos. Me refiero
especialmente a:
-Marija-Zvijezda (Banja-Luka, Bosnia):
la comunidad ha sobrevivido a la guerra del 93-96; sólo quedan 5 monjes
profesos solemnes y sin posibilidades vocacionales.
-N. Sra. de Bella Vista y Nassoma
y’Ombembwa (Angola): sin monasterios estables y en plena situación de
guerra entre el gobierno y la UNITA.
-N. Sra. de Mokoto y N. Sra. de Clarté-Dieu
( República Democrática del Congo): la comunidad de monjes se halla dispersa en
varios monasterios de la Orden, y la comunidad de monjas se encuentra
físicamente divida entre África y Francia.
5. Espiritualidad de comunión
Deseo decir ahora una
palabra sobre una realidad tan antigua como el ser humano pero que hoy se
presenta en una forma nueva, me refiero a la espiritualidad de comunión. No se
trata precisamente de un desafío, sino de una disposición anímica o “talante” --como
dirían los españoles con acierto--. Pero, es posible que la adquisición de esta
actitud de espíritu resulte para muchos desafiante. El Santo Padre, en la
Exhortación apostólica Vita consecrata, encomienda a la vida consagrada
la tarea de promover la espiritualidad de comunión, nos dice: La Iglesia
encomienda a las comunidades de vida consagrada la particular tarea de fomentar
la espiritualidad de la comunión (51). Esta invitación es totalmente
coherente con nuestra vida cenobítica y el misterio de la koinonia que
se encuentra en su misma raíz.
Ser expertos en
comunión y vivir la respectiva espiritualidad, ser testigos y artífices
del proyecto de comunión que constituye la cima de la historia del hombre según
Dios, supera nuestras fuerzas ordinarias, se trata simultáneamente de una
tarea y de un don (Vita consecrata 46).
La comunión eclesial ha
de desarrollarse en una espiritualidad de comunión, es decir: un modo
de pensar, decir y obrar, que hace crecer a la Iglesia en extensión y
profundidad. De este modo, los carismas de vida consagrada ayudan a la
Iglesia a profundizar cada vez en su propio ser, como sacramento de la unión
íntima con Dios y de la unidad de todo el género humano (Ibid. 46).
La espiritualidad de
comunión ha de ser vivida en una cuádruple dimensión: al interior de la propia
comunidad, en la Orden, en la comunidad eclesial local y universal, en el seno
del mundo, sobre todo allí donde éste se encuentre desgarrado y dividido.
En el ámbito de la
Orden existen grupos particulares --comunidades autónomas, filiaciones,
regiones-- caracterizadas por una rica solidaridad interna. Esta existencia es
simultáneamente factor de solidaridad y de división: división ad extra
respecto a los otros a fin de crear solidaridad ad intra respecto al
nosotros. Siempre será una tarea delicada el encontrar un sano equilibrio entre
ambas realidades
Es evidente que esta
espiritualidad de comunión, mediante el diálogo de la caridad y la comunión en
el carisma, ha de ser un nuevo motivo para nuestra asociación carismática con
los laicos y la búsqueda de formas de unión en el seno de nuestra desgarrada
Familia Cisterciense.
Nuestra Orden en
general y nuestro Capítulo General en particular, que reúnen a personas
provenientes de tantas culturas y países diferentes, es un signo e instrumento,
de la comunión trinitaria reflejada en la humanidad. Es, asimismo, un lugar
privilegiado para vivir la espiritualidad de comunión más allá del ámbito
local.
D. Bernardo Olivera
Abad General