28, Nov. 2010
La recomendación que Jesús hace en este Evangelio queda resumida en
una palabra; “Estad en vela” – “Estad, pues, en vela, ya que no conocéis
el día en que vuestro señor vendrá” Exhortación que encontramos igualmente en
la parábola del Siervo fiel y en la de las diez vírgenes que concluye así
mismo, con un “con un “estad, pues, en vela ya que no sabéis ni el día ni la
hora”.
La hora de que en este lugar se habla es la hora a la que se refería
Jesús cuando decía “mi hora no ha llegado aún” . ”. Es la hora de su pasión y
de su muerte. De ahí que se vea repetida esa misma recomendación con una
insistencia sorprendente algo más adelante en el Evangelio de Mateo, en la
narración de Getsemaní, cuando diga Jesús a sus discípulos: “Mi alma está
triste hasta morir…velad conmigo”, y más adelante, tan sólo unos instantes más
tarde: “…de manera que no habéis tenido la fuerza de velar conmigo, y una vez
más: “velad y orad…”
Puede comprenderse mejor aún este texto si se tiene en cuenta que el
Evangelio de Mateo fue redactado tras la persecución de Nerón, tras del
martirio de varios Cristianos y la caída de Jerusalén – la Jerusalén en la que,
siete siglos antes de Cristo veía Isaías un punto de encuentro de las naciones
y que, dos mil años después de Cristo sigue siendo un lugar de tensión y de
guerra.
En el espíritu de Mateo no es, pues, la vigilancia una espera pasiva
de la Vuelta del Señor en una oración de quietud. Es solidaridad con Jesús y
participación en su sufrimiento y en su muerte. Es asimismo solidaridad con
tanto desgraciado con quien ha querido él identificarse, muy en especial con
quienes, lo mismo que lo fue él, son víctimas de la violencia.
En el contexto de los numerosos conflictos armados que siguen
desfigurando en nuestros días la humanidad, resuena la profecía de Isaías (1ª
lectura) como una enorme crítica, pero también como el fundamento de nuestra
esperanza. “De sus espadas forjarán arados, de las lanzas, podaderas”,
profetizaba Isaías: “No alzará la espada pueblo contra pueblo, no se
adiestrarán para la guerra”
¿Cuál es la razón de que entre nosotros tenga lugar justamente lo
contrario de esta profecía? ¿Por qué? Sin duda alguna porque como colectividad
no hemos estado en vela. No hemos sido solidarios con el Jesús agonizante. No
hemos sido solidarios con los pobres. Hemos erigido en instituciones las
relaciones de injusticia entre los sectores de la humanidad. No nos hemos
mostrado atentos ni a la queja de los oprimidos ni a la arrogancia de los
opresores.
La utopía de Isaías es, acabo de decirlo, el fundamento de nuestra
esperanza. En efecto es el anuncio de la venida del Mesías. Ya ha venido, se
halla presente entre nosotros, y es el Señor de la historia. No obstante
respeta nuestra libertad, nos deja dormitar, aun cuando de vez en cuando nos
eche en cara el que lo hagamos:”Así, pues, ¿no habéis
podido velar conmigo?”, pero la victoria final de su reino de paz, de comunión
y de armonía está asegurada.
La victoria final depende de Él y de Él tan sólo. Pero el momento en
que esa victoria ha de realizarse depende de nosotros. En efecto Él ha escogido
el llevarla a cabo a través de nosotros. La profecía de Isaías que es un
reproche y una fuente de esperanza es asimismo una llamada a la responsabilidad
y una llamada a la vigilancia. Y la hemos de llevar a cabo por nuestras obras
de amor.
Estar en vela significa no tan sólo no adormilarse sobre nuestros
laureles de una manera despreocupada, como sucedió en tiempos de Noé, sino que
significa asimismo estar en vela con Jesús, acompañarle en su subida a
Jerusalén y a la cruz. Lo cual significa no dejarlo sólo ante su muerte, punto
culminante de su lucha contra las estructuras injustas de nuestra sociedad..
Si todas las armas utilizadas actualmente en toda clase de conflictos
que reducen a escombros nuestro planeta, quedaran transformados en arados y
lanzas podaderas, habría con qué trabajar todo nuestro planeta, y habría con
qué dar de comer a los miles de millones de seres humanos que sufren de hambre.
Pero si lo único que hacemos es esperar a que los políticos resuelvan este
problema, no “estamos en vela”; dormimos sobre nuestros laureles como lo hacían
los contemporáneos de Noé.. Lo que se nos pide es que tomemos todos parte, cada
uno en la medida de sus fuerzas. Y para ello es menester que transformemos
todas las espadas y todas las lanzas de nuestros pequeños conflictos de cada
día en otros tantos instrumentos de trabajo que puedan servir para la
construcción de la comunidad humana y de una sociedad con más amor y más
conforme al plan de Dios.
Armand VEILLEUX