Vigilia Pascual (C )

 

Rom 6, 3-11 /

Lc 24, 1-12

 San Benito, padre del monaquismo occidental y autor de la Regla según la cual vivimos nosotros, dice que la condición primera para que un novicio sea admitido a la profesión monástica, es la haber mostrado que busca en verdad a Dios. “Buscar a Dios” constituye algo esencial de toda vida humana, y ésa es sin duda alguna la razón por la que Benito hace de ella la condición primera para ser admitido a la profesión monástica.

 “Buscar a Dios” – Bella expresión, sin duda alguna! Pero la realidad que tras ella se oculta no es nada fácil para definir. De ahí que pueda ser más útil un ejemplo que una definición. Y en el pasaje del Evangelio que acabamos de escuchar nos encontramos con un ejemplo maravilloso.

 Dos mujeres, son las que habían seguido con toda fidelidad a Jesús desde Galilea hasta Judea, e incluso hasta el Calvario, lo buscan en la mañana del día tercero. Lo buscan a pesar de las tinieblas – tinieblas interiores y exteriores -, a pesar de su tristeza y de sus miedos. Estas mujeres constituyen un bello ejemplo de lo que significa ser en verdad discípulos de Jesús.

 El ángel les dice: “No tengáis miedo…Ya sé que buscáis a Jesús, al crucificado. No está aquí, ya que ha resucitado…Daos prisa!  Id a decir a sus discípulos: “Ha resucitado de entre los muertos; irá por delante de vosotras a Galilea: Allí le veréis!.”

 Buscar entre los muertos a quien está vivo. ¿No es eso precisamente lo que a menudo hacemos, cuando quedamos fijados en lo que haya podido haber de penoso o de negativo en nuestra vida? ¿Y no ésa justamente la razón por la que sentimos tan a menudo miedo y quedamos paralizados?

 Ya en el Antiguo Testamento nos encontramos con una lección sobre este tema. Los Judíos tuvieron sin duda alguna su parte de persecuciones, de derrotas, de fracasos y de penas. Lo que no obstaba para que cuando cada año en la celebración de  la Pascua, conmemoraban su pasado, no eran sus penas y fracasos lo que recordaban, y ni siquiera sus pecados. Recordaban ante todo las maravillas que Dios en su amor y su misericordia había realizado en su favor. Siguiendo su ejemplo, hemos hecho nosotros lo mismo en esta noche, escuchando una larga serie de lecturas del Antiguo y del Nuevo Testamento.

 Es lo que debemos hacer también en nuestras vidas. Todos podemos hallar en nuestra vida -  bien que en diferentes medidas, por supuesto – dolores fracasos, pecados, injusticias (sufridas o provocadas), etc., - bien sea en nuestro pasado propio o en el de nuestros padres. Podemos escoger el pasar la mayor parte de nuestra existencia gastando nuestras energías en analizar lo que no ha funcionado. Al actuar de esta manera estamos buscando la vida en lo que es muerte.

 Pero volvamos a nuestro Evangelio. Tras su recomendación de que no se dejen dominar por el miedo y el anuncio de la Resurrección, el ángel les da a las mujeres la misión de ir a llevar un mensaje a los demás discípulos. Y el mensaje consiste en que Jesús ha resucitado e irá por delante de ellos a Galilea y que allí le verán. Era precisamente en Galilea donde habían vivido los discípulos la mayor parte de su tiempo con Jesús. Allí era donde habían sido testigos de las manifestaciones de la misericordia de Dios. Allí habían podido descubrir el Reino de Dios. Era preciso que ahora volviesen allá para proseguir viviendo su existencia ordinaria de pescadores y trabajadores. Y allí, en su vida ordinaria, en su vida de cada día, era donde quería Jesús encontrarlos de nuevo.

 Todas las apariciones de Jesús a sus discípulos tras de su Resurrección se hallan se hallan selladas de una extrema simplicidad. No subrayan la gloria de Jesús, sino más bien su presencia, e incluso la cualidad de su presencia. Jesús se encuentra con amigos; habla con ellos, come con ellos, se muestra atenta con cada uno de ellos, se manifiesta en lugares donde a lo largo de su vida había estado con ellos, y se encuentra con ellos en el contexto de su trabajo cotidiano.

 Nada tenía Jesús que tuviera que probar. Sería erróneo el pensar que ha resucitado para probar que tenía razón. Para probar que era Dios, o incluso para dar mayor fuerza a la fe de sus discípulos. La verdad sea dicha, no es la resurrección un milagro clamoroso que tenga por finalidad forzar a las personas a que crean. Muy al contrario, no tiene en verdad un sentido más que para quienes tienen la fe.

 También para nosotros tiene la resurrección un sentido profundo, porque tenemos la fe –y en la medida en que tenemos la fe. El mensaje que ha confiado el ángel a las mujeres – el que de que vayan a decir a los discípulos que les precede en Galilea y que allí podrán verlo – es un mensaje válido también para nosotros. Es en nuestra Galilea donde quiere Jesús encontrarnos. Y nuestra Galilea para quienes nos hallamos aquí presentes es nuestra comunidad, nuestra familia, nuestro lugar de trabajo.

 Busquemos a Jesús – no entre los muertos, no en un mundo artificial alejado de la vida real, sino en la ocupaciones más ordinarias de nuestro cada día. Es allí donde él nos espera.

 

Armand  VEILLEUX