Domingo
6º del Tiempo Ordinario (A)
Hace unos años tuvo lugar en la Iglesia una revisión del Código de Derecho
Canónico, lo que trajo consigo a su vez, en años posteriores, una revisión de
las Constituciones de muchas Órdenes Religiosas. Como nada de extraño tiene que
en tantos países se realizan enmiendas de las propias Constituciones.
Ahora bien, cuando
leemos el Evangelio de hoy en el que dice Jesús en diversas ocasiones: “Se
os ha dicho…pero yo os digo”, es muy posible que nuestra primera impresión
sea la de que Jesús está sencillamente llevando a cabo algunas enmiendas a la
Constitución de Israel o tratando de poner al día el Código de Derecho Canónico
del Antiguo Testamento.
Ahora bien, si
estudiamos atentamente las palabras de Jesús, nos damos cuenta de que exige de
sus oyentes un cambio mucho más radical. No se trata de un cambio de la ley
sino de la relación a la ley – cambio que requiere una conversión del corazón y
no de la ley. Jesús no instaura un nuevo legalismo más exigente que el de los Fariseos.
Lo que él hace es reemplazar las exigencias del legalismo por las exigencias , mucho más exigentes, del amor. No establece una
nueva justicia, que pueda ser mucho más .rigurosa. Enseña las exigencias del
amor, que van mucho más allá de lo que pueda pedir la estricta justicia.
En nuestros días nos
hemos ido dando cuenta de que no respetamos colectivamente los derechos de
determinados sectores de la Sociedad. Y por ello hemos publicado no pocas
cartas afirmando los derechos de las mujeres, por ejemplo, o los de los niños,
o de los minusválidos, etc. Todo lo cual es sumamente importante e incluso
necesario. Pero mientras estemos los nuevos derechos de la misma manera que
respetábamos los antiguos códigos, seguimos viviendo bajo el Antiguo
Testamento, y corremos peligro de llegar a no pocas injusticias.
La justicia humana
consiste en el respeto de diversos derechos, cuales
han sido establecidos por las convenciones de una sociedad particular. Así, por
citar un ejemplo, en una cultura en la que la esclavitud formaba `parte de la
estructura de la sociedad, cual era, por ejemplo, el caso en el Imperio Romano
en la época de Cristo o de San Pablo, la justicia consistía en el equilibrio
entre los derechos del propietario de esclavos y sus obligaciones para con los
esclavos que eran propiedad suya. Éstos carecían de todo derecho. En una
sociedad capitalista, la justicia consiste en respetar el equilibrio
establecido entre el derecho de los propietarios del capital y los de los
obreros que por su trabajo hacen fructificar ese capital. En una sociedad
socialista, la justicia consiste en el respeto del equilibrio establecido en
esta sociedad particular entre los derechos del Estado y los de los individuos
que son sus miembros. En uno y otro caso desembocamos en formas permanentes de
opresión, incluso cuando ninguno de los derechos jurídicos haya sido lesionado.
Jesús no trata de
precisar ninguno de estos derechos. Más bien nos dice: no quedéis en ese nivel.
Si la justicia os pide que deis vuestro manto, dad también vuestra camisa. Si
la justicia os da el que podáis exigir ojo por ojo y diente por diente,
perdonad sencillamente a quien os ha ofendido os ha molestado. Si el código de
conducta moral os prohibe un número determinado de
cosas, como, por ejemplo, el haceros con la mujer de vuestro vecino, yo os pido
que cuidéis incluso de los deseos de vuestro corazón.
Esta nueva enseñanza
de Jesús referida a la ley es fuente de una gran inseguridad – una inseguridad
sumamente saludable. En efecto si el ser bueno consiste en no cometer
adulterio, en no matar, en que no exigir más que un ojo por un ojo y un diente
por un diente, en no faltar a Misa los Domingos…es muy
fácil que pueda sentirme seguro. En efecto puedo verificar periódicamente si
soy bueno o no. Y en el caso de que haya pecado, puedo saber exactamente
cuándo, dónde y cómo. Lo cual me otorga un sentido muy grande de seguridad. La seguridad
de los Fariseos. Pero Jesús ha dicho:
“Si vuestra justicia
no supera la de los Escribas y de los Fariseos, no entraréis en el reino de los
Cielos”
Pero, si ser fiel al llamamiento de Jesús consiste en la pureza de intención,
en el amor a mi enemigo; si consiste en dar siempre más de lo que se me pide,
en poner en orden mi relación con mis hermanos, cuando ha quedado ésta
rota…entonces es cuando vivo en esa dichosa y constante inseguridad que
consiste en tener la conciencia de saberse de continuo llamado a algo que
supere lo que actualmente soy y que estoy a punto de llevar a cabo. En este
caso inseguridad es sinónimo de pobreza.
En esta pobreza, en la
actitud de nuños titubeantes aún que están aprendiendo a andar, vamos a
acercarnos ahora al altar, dando con una seguridad muy auténtica, no en una
justicia nuestra que sabemos muy bien que no poseemos, sino en la justicia de
Dios, sabiendo que es Él rico en misericordia y en compasión.
Armand
VEILLEUX