Nos encontramos en este Evangelio con algo sorprendente y que supone para
nosotros sin duda alguna una lección. Lo sorprendente es que Jesús, al fin, no
ha recibido el agua que pedía. Estaba cansado, tenía sed y pidió agua a la
Samaritana diciéndole: “Dame de beber”. Esta petición provoca entre los
dos una conversación animada y, al fin, queda tan excitada la mujer que dejando
allí mismo su cántaro se va corriendo a la ciudad para hablar de Jesús a las
personas con que se encuentra. Si nos sujetamos a la narración cual nos lo
ofrece el Evangelio, no sacó agua del pozo ates de irse corriendo a la ciudad.
Ya en ese hecho nos encontramos con una lección. Nuestras necesidades
crean en nosotros una apertura a la relación, y cuando expresamos estas
necesidades a una persona, establecemos una relación con la misma. La relación
en sí es más importante que la satisfacción de una necesidad. La relación de
Jesús con la Samaritana era para Él – y también para ella – más importante que
el hecho de recibir o no recibir agua para calmar su sed.
Ahí nos encontramos posiblemente con el sentido de la oración. Cuando
expresamos a Dios todas nuestras necesidades, establecemos una relación entre
Él y nosotros. Y esta relación es mucho más importante que el hecho de recibir
o no lo que Le pedimos. El Viernes santo gritará Jesús desde la Cruz: “Tengo
sed”. Y tampoco en este caso recibirá agua con que calmar su sed. Tan sólo
unas gotas de vinagre sobre sus labios puestas con una esponja desde la punta
de una larga caña. Y no obstante, unos minutos más tarde, dirá: “En tus
manos pongo mi espíritu”.
La narración del Libro del Éxodo nos describe al Pueblo de Dios en el
desierto. Están cansados ya que llevan largo tiempo caminando y no tienen qué
comer. Es por ello totalmente comprensible desde el punto de vista humano, que
se rebelen contra Dios a pesar de que ha hecho ya tanto en su favor. Olvidan el
pasado y la atención continua de Dios para con ellos y, con una violencia fuera
de lugar, se ponen a quejarse y dicen encolerizados:”Danos
de beber” (Exodo 17, 2). Este grito dirigido a Dios
por medio por medio de Moisés pudiera muy bien haber sido un llamamiento
confiado en un momento de reprueba – una petición inspirada por el optimismo y
convencido de recibir una respuesta favorable. En realidad, era una especie de
blasfemia pronunciada en medio de su desespero. Lo que no obsta para que Dios
lo escuche… Les dio el agua que brotaba de la roca.
Es fácil establecer una relación entre este relato y las palabras de
Jesús sobre el ”agua viva” en el Evangelio de Juan (4, 5-42): “Quienquiera
que beba de esta agua que yo le daré…tendrá en sí una fuente que saltará para
la vida eterna”.
Sería erróneo, no obstante, ver en el Evangelio de este Domingo tan
sólo el tema del agua viva. Es mucho más rico este Evangelio. Nos encontramos
en el mismo con varios elementos entre lazados con todo cuidado. En efecto, el
Evangelio de Juan se halla construido en torno a una serie de signos, de los
que cada uno queda explicado bien sea por un discurso, bien por un diálogo. En
este caso nos encontramos con dos dignos y dos diálogos.
En primer lugar está cansado Jesús y pide pan a sus discípulos (v. 8).
Cuando al fin se lo traen, les hace comprender que se da otro alimento (vv.
31-34). De igual manera, entre estos dos momentos, es decir tras la marcha de
sus discípulos y antes de su retorno, le pide Jesús que beber a la Samaritana
(v. 7), y cuando le responde ella con una serie de preguntas, le habla de otro
tipo de agua (v. 13-14). Tenemos una transposición semejante cuando pasa de la
mención de los cultos materiales – samaritano judío – a la del culto en
espíritu y en verdad (v. 20-24) y también cuando oye a sus discípulos que se
fijen en la cosecha material, para prepararlos a la cosecha espiritual.
Lección que es doble. En primer lugar que no hemos de preocuparnos de
alimento y de bebida materiales, o una vez más del culto exterior y de la
cosecha, sino que hemos de preocuparnos de la bebida espiritual que es el amor
de Dios esparcido en nuestros corazones por el Espíritu Santo (véase la lectura
de San Pablo), y del alimento espiritual, que consiste en hacer la voluntad de
nuestro Padre, como del culto espiritual que consiste en dar testimonio de la
Buena Nueva.
La segunda lección, que constituye en este lugar el corazón del
mensaje con que aquí nos encontramos, es la de que estas dos dimensiones – la
material y la espiritual – se hallan tan esencialmente unidas entre si, que la segunda no puede existir sin la primera.
Es de importancia el observar que Jesús habla de agua viva únicamente
a una persona a la que ha pedido que le de agua natural para beber, a un
enemigo, y que menciona a sus discípulos el pan eterno tan sólo una vez que los
ha enviado en busca el pan material para calmar su hambre física.
Y en todo esto nos encontramos con una lección sumamente importante
para nosotros. Tenemos necesidades materiales y necesidades espirituales, y
Dios tiene en cuenta a ambos. De igual manera, nuestras hermanas y nuestros
hermanos tienen necesidades materiales y necesidades espirituales, y es
menester que nos preocupemos por ambas. ¡Si no respondemos a las primeras
necesidades no pretender comprender las segundas!
Armand VEILLEUX