Domingo 1º de Cuaresma (A)

Es costumbre en todas las grandes tradiciones culturales y religiosas de la humanidad que cuando es alguien llamado a llevar a cabo un misión especial, por ejemplo la de sacerdote o de chamán, se retire a la soledad para verse allí sometido a diversos tipos de pruebas y tentaciones. Una vez que ha superado todas esas pruebas, vuelve a su pueblo con una nueva personalidad, o en todo caso con una nueva identificación con su misión propia. Este arquetipo humano, que encontramos lo mismo en las tradiciones amerindias que en las de África o de Paupasia, puede ayudarnos a comprender lo que le ha sucedido a Jesús.

Tras su Bautismo en el Jordán y su investidura oficial como Mesías por el Espíritu Santo, fue Jesús conducido al desierto, por ese mismo Espíritu, para ser allí tentado por el diablo. Se nos hace a nosotros difícil el comprender, o incluso aceptar tal cual es, esa tan sencilla frase de Mateo. El Evangelista no dice que cuando llegó Jesús al desierto fuera tentado por el diablo. ¡No! Lo que explícitamente nos dice es que el espíritu Santo lo condujo al desierto para ser allí tentado por el diablo. ¡Qué difícil se nos hace el aceptar que Jesús es plenamente hombre como es plenamente Dios! Fácilmente preferiríamos un Cristo que fuera simplemente un Dios que llevase por algún tiempo una vestimenta humana. Jesús era totalmente humano. Ha crecido. Ha sufrido y ha aprendido. Ha sido tentado y ha resistido a la tentación. Le ha sido preciso escoger el hacer la voluntad de su Padre.

Cuando se retiró al desierto, se hallaba Jesús en n momento crucial de su vida. Acababa de recibir en su conciencia humana una relación nueva sobre su relación con Dios, su Padre. En el momento del Bautismo había oído la voz del Padre que decía: “Tú eres mi Hijo amado” Teniendo en cuenta que el Verbo de Dios hecho hombre había asumido totalmente la condición humana, vivió ese paso a una nueva fase de su madurez humana, esa entrada en su misión personal, exactamente como lo hubiera hecho cualquier otra persona humana: a través de una crisis profunda y de la tentación.

Como toda persona confrontada con un llamamiento personal a la Vida, se vio confrontado asimismo a la presencia del mal y del pecado. Dios es Vida, el pecado es siempre fundamentalmente una negativa a la vida - una negativa a crecer a una vida nueva. La tentación de una negativa como ésa se manifiesta siempre con una particular insistencia cuando se nos ofrece una nueva etapa de vida o un nuevo período de crecimiento.

Ésa fue la tentación que experimentaron al comienzo de la evolución de la especie humana el primer hombre y la primera mujer (véase la primera lectura).Tal fue asimismo la tentación con que tropezó el Pueblo de Israel al comienzo de su nacimiento como nación. Cristo pasó por esa misma tentación al comienzo de su misión de Mesías. Y nosotros mismos nos vemos asimismo confrontados con la misma tentación como como individuos y como comunidades. Cada vez que nuestro desarrollo humano y espiritual nos conduce al umbral de un nuevo crecimiento, hacemos una vez más la experiencia del desierto. Desde un punto de vista superficial, puede tratarse de una tentación de vanidad o de desobediencia, o incluso de dispersión en cosas de poca monta. O de sensualidad, etc. Pero fundamentalmente todas estas tentaciones no son más que manifestaciones secundarias de la gran tentación: la negativa a la vida.

La ezistencia o la naturaleza del mal constituye un profundo misterio. Y más profunda es aún su personificación en Satanás. Pero la primera, y de hecho la única verdad que nos ha sido revelada respecto del mal es que Cristo lo ha vencido. Por esta razón no hemos de tener miedo alguno a reconocer en nosotros y en torno a nosotros la presencia de las fuerzas del mal. Una vez que las identificamos, podemos junto con Cristo vencerlas fácilmente. Nos dominan tan sólo cuando no podemos o no queremos reconocerlas en lo que ellas son. Reconocer la presencia de una gran tentación en nosotros o en nuestro entorno equivale a reconocer que nos hallamos en el umbral de un nuevo nacimiento o de un nuevo crecimiento.

Al comienzo de este período de Cuaresma, quedamos invitados a discernir qué fuerzas dirigen nuestra vida; se nos llama a evaluar una vez más nuestra percepción de los designios de Dios sobre nosotros y a hacernos asimismo más conscientes del peligro de degradación a la que puede conducirnos la acción del tentador. A lo largo de esta semana meditemos sobre las respuestas de Jesús al tentador y hagámoslas nuestras.

Armand  VEILLEUX