29 de Junio de 2007 – Solemnidad de los Santos Pedro y Pablo

Actos 12,1-11; 2 Tim 4, 6...18; Mat 16, 13-19

 

 

Homilía

 

           

            Las dos grandes imágenes de los santos Pedro y Pablo que adornan la Plaza San Pedro en Roma nos recuerdan que la Iglesia romana ha siempre considerado Pedro y Pablo como sus dos columnas, sus dos fundadores.  Aunque sean muy diferentes el uno del otro, y hayan recibido del Señor misiones distintas,  fueron íntimamente legados uno al otro en la realización de sus misiones respectivas.

 

            Ya que es hoy en onomástico de vuestro capellán he pensado considerar en esta breve homilía sobre todo la figura del apóstol Pablo, inspirándome del texto de la Carta a los Gálatas que era la segunda lectura de la misa de la Vigilia en la cual Pablo describía su misión en seno a la Iglesia y sus relaciones con Pedro y los demás Apóstoles.   

 

            Desde muchos puntos de vista, Pablo es muy diferente – no solamente de Pedro sino también de todos los otros Apóstoles.  Mientras ellos eran humildes pescadores de Galilea, con la excepción del publicano Mateo, Pablo era ciudadano de Tarso y poseía la ciudadanía romana.  Había recibido una excelente formación en las escuelas de los Fariseos.  No había conocido a Cristo durante su vida terrestre y no lo había acompañado sobre los caminos de Galilea o Judea. Pero  cuando Cristo  resucitado entró en su vida, esa fue profundamente trasformada.  Antes ese encuentro con Cristo Pablo era un ardiente defensor de Dios y de las tradiciones de sus Padres. La conversión ocasionada por ese encuentro no fue el pasaje de una vida de pecado a una vida de virtud,  sino solamente el cambio de orientación de su energía y de su compromiso.  Las simples palabras de Jesús : “Yo soy Jesús quien tu perseguías”  transformó profundamente y definitivamente su vida y su acción.

 

            A partir de ese momento Pablo vive una pobreza radical.  No existe más sino por Cristo y la comunidad de fieles con los cuales Jesús se identificó.  No tiene más un estado legal en Israel;  y, en un cierta manera, tampoco en la Iglesia.  Mientras cada uno de los otros apóstoles fue establecido como cabeza de una Iglesia particular, Pablo nunca dirigió una Iglesia local. Estableció muchas Iglesias y nutrió muchas con su enseñanza y su atención pastoral; pero no fue nunca el obispo de alguna iglesia particular. 

 

            Se puede decir que mientras la sucesión de Pedro es evidente a través de los siglos hasta el Papa Benedicto XVI, y también la sucesión de todos los otros Apóstoles (de manera que todo obispo de hoy, por lo menos en línea de principio, es el sucesor de uno de los Apóstoles) la sucesión de Pablo, aunque sea muy real es mucho menos evidente.

 

            Hoy día la sucesión de Pedro no hace ningún problema. Quizás sería bien en nuestros días ser también atentos al papel de Pablo y aún a su sucesión. Es decir que podríamos tratar de discernir en la Iglesia y en el mundo de hoy las personas que, aún sin mandato institucional son, como Pablo, en el servicio de muchas Iglesias particulares y también de toda la grande Iglesia, por el testimonio de su vida, por su enseñanza y por el apoyo que prestan a los ministros de Cristo. Debemos acompañarles con nuestra oración.  Quizás, también a ellos, como a Pablo y Pedro una forma de martirio es reservado

 

Armand VEILLEUX

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