Solemnidad de María, Madre de Dios /

Jornada mundial de la Paz

 

Nm 6, 22-27 /

Ga 4, 4-7 /

Lc 2, 16-21

 

Los humildes pastores de esta narración de Lucas representan a toda la humanidad. Son los primeros, aparte de María y José, que han visto a Jesús. Prefiguran a los discípulos a los apóstoles, así como a todos los pequeños que van a recibir el mensaje de Jesús.

 En la noche de Navidad les había sido anunciada una gran noticia. Habían recibido una palabra del cielo que les decía: “Os ha nacido hoy en la ciudad de David, un salvador” Y les había sido dado una señal con que pudieran reconocerlo: “Encontraréis un niño envuelto en pañales y recostado en un pesebre”. Deciden, pues, ir a Belén para ver lo que ha sucedido. El versículo que precede al texto que acabamos de leer decía: “los pastores se dijeron entre si: ‘Vamos a ver lo que ha sucedido’ – o para traducir literalmente – ‘vamos a ver esa palabra que nos ha llegado’ “ En la narración que acabamos de leer, los vemos llegar a Belén, donde se encuentran no sólo con el recién nacido acostado en un pesebre, sino que encuentran también a María y a José. Y es María la que es mencionada en primer lugar.

 Han venido y han visto. Y entonces se ponen a contar a todo el mundo “lo que les había sido anunciado”. Anotemos bien la importancia de la palabra, del anuncio, en toda esta  narración, Se les ha anunciado a los pastores que les ha nacido un salvador, han venido a verificar la señal que les ha  sido dada y se ponen a anunciar a todo el mundo que ha nacido un Salvador. Y todo el mundo se asombra de lo que les cuentan. En realidad se trata más de una admiración que de un asombro. Todo el mundo quedaba maravillado ante lo que se les anunciaba.

 ¿Y qué hace María? Guarda n su corazón todos estos sucesos, o más bien todas estas palabras (tal es el sentido primero de la expresión remata utilizada por Lucas).

 Por supuesto que el suceso principal sobre el que medita María en su corazón, y al que de continuo acude, es el hecho de que la Palabra se haya hecho carne en ella; que haya dado ella nacimiento, como se lo había anunciado  Gabriel, al Hijo del Altísimo; que aquél a quien ha envuelto en pañales y acostado en un pesebre – para dárnoslo simbólicamente como alimento – es ‘El Primer Nacido’, el Primogénito; no sólo su primogénito, sino el ‘Primogénito’ por excelencia, el Primogénito del Padre Eterno, el primogénito entre muchos hermanos.

 La mención de la circuncisión y del nombre dado a Jesús, que viene a continuación, no es una mera posdata, como puede parecer en una primera lectura. El nombre de Jesús “que el Ángel le había dado antes de su concepción”  significa “el Señor salva”, mensaje igual al que había sido dado a los pastores: “Os ha nacido un Salvador”.. He ahí lo que medita María en su corazón.

 De todas las solemnidades de María que celebramos a lo largo del año litúrgico, es la de hoy la más importante sin duda alguna y la que mejor arraigada se halla en el mensaje evangélico. El título fundamental por el que merece María nuestra alabanza es el de haber sido la Madre de Dios. Ha dado nacimiento al Hijo de Dios, que, al nacer de ella, ha querido hacerse  uno más de nosotros.

 De este título de Madre de Dios se derivan los demás títulos que celebramos a lo largo del Año Litúrgico y que corresponden, cada uno de ellos, a la sensibilidad propia de las diversas épocas en las que ha nacido cada una de estas festividades. Pero el hecho de que sea María la Madre de Dios se halla enraizado directamente en el mensaje evangélico.

 Madre de Dios que es, es asimismo Madre de la Iglesia, que es el Cuerpo místico de Jesús, su Hijo. Y es asimismo Madre de toda la Humanidad. Y ésta es sin duda alguna la razón de que desde hace ya una cuarentena de años, celebre la Iglesia cada año en esta fecha, la Jornada Mundial de la Paz.  

 Armand VEILLEUX