Conferencia de Dom Paul SAUMA,

Abad de Latrún

Reverendos Padres,

Reverendas Madres:

            Voy a hablarles, porque me lo han pedido, de cómo vivimos en concreto ese valor esencial de toda vida monástica y, por consiguiente, de toda vida benedictina y cisterciense, que es la contemplación.

            Y lo voy a hacer no sin cierto malestar, como creo que probablemente les ocurriría también a muchos de ustedes. Primero, porque en nuestra tradición cisterciense no somos teóricos ni predicadores de la contemplación. Segundo, porque es mucho más importante -y me atrevo a decir que más fácil- vivir la contemplación que disertar sobre ella. Por último, porque en esta cuestión siempre existe cierta dificultad para hablar, sin mezclar en ello la propia experiencia personal, así como cierto pudor para descubrirse.

            Todos recordamos los esfuerzos que hicimos para evitar en nuestras Constituciones la inserción de la expresión "íntegramente ordenados a la contemplación". Nos vimos obligados a ceder a la presión de Roma. Pero después hemos podido reconocer que tanto la insistencia de Roma como nuestra propia reticencia estaban igualmente justificadas. Porque es evidente que -aparte de los malentendidos y las segundas intenciones- no se puede concebir a un monje que no fuera contemplativo o que no tendiera a serlo: sería una contradicción en los términos. Sin embargo nosotros rechazamos con razón cierto significado moderno de la contemplación. El monje, o es un contemplativo o no es monje. Dudar de ello es demostrar que no se ha entendido nada de la vida monástica.

            Pero, )qué es la contemplación?

            - "Simplex intuitus veritatis", nos dice Santo Tomás. Eso es todo; y así es de simple. Como todo lo que es verdadero. Como todo lo que es auténtico. Como la vida. Una simple mirada, pura, despojada, sobre la verdad. Y si la Verdad es Dios, como recuerda además Santo Tomás, podemos decir que la contemplación es una simple, pura, desnuda y habitual mirada sobre Dios.

            Creo que esta definición corresponde perfectamente a la contemplación benedictina y cisterciense. Por su simplicidad y por su pureza, encontramos en ella exactamente lo que San Benito nos invita a vivir y lo que la tradición benedictina ha intentado siempre vivir.

            En nuestra manera de vivir la contemplación ponemos de relieve su simplicidad: simplicidad que significa pureza, autenticidad. Se trata casi siempre de una contemplación que se vive, que es vida, sin repliegue sobre sí. Una contemplación que no se analiza, ni se describe, ni se investiga, sino que se ignora. Tan vuelta está hacia Dios, tan atenta a Él. Una contemplación, por tanto, que no es buscada por sí misma.

            En vano buscaríamos en la Regla de San Benito una teoría, una definición, o la palabra misma de contemplación. Nuestras mismas Constituciones hacen tan sólo algunas menciones muy discretas...

            En esta materia, cuanto más simple, más verdadero. Los métodos y los sistemas corren el riesgo de ocultar lo esencial y conducir al vacío. La contemplación es una vida, y la vida no se puede meter en un sistema. La vida no se regula con teorías.

            La contemplación es la actividad del amor, y el amor, como la vida, tiene sus exigencias que San Benito, en línea con todos los Padres del monacato, ha consignado con sabiduría y equilibrio perfectos. El mismo eco lo hallamos en nuestros Padres de Císter, y a lo largo de toda la vida de la Orden, hasta el ejemplo tan cercano a nosotros y tan hermoso de la simplicidad del Beato Rafael.

            En esto más que en cualquier otra cosa tenemos que volver a nuestras fuentes, a nuestras raíces: Císter, San Benito, los Padres del desierto. Compadezco, sin pretender condenarlos, a quienes no les basta la sobriedad de esta tradición y tienen que recurrir a métodos modernos, cualquiera que sea su valor, que carecen del impulso vital de la tradición transmitida por San Benito.

            Incluso aunque la palabra contemplación no se encuentre en la Regla, )quién se atrevería a decir que su realidad está ausente de ella? )Quién se atrevería a decir que la Regla no es una escuela segurísima de contemplación?, )que no ha formado ni continúa aún formando después de 15 siglos un número incalculable de contemplativos auténticos? En esto, como en muchas otras cosas, San Benito no ha innovado nada; ha transmitido fielmente la tradición monástica de siempre.

            Cuando hablo de nuestros Padres, estoy pensando por supuesto en nuestros Padres de Císter y en San Benito, pero también en los Padres del desierto, que fueron los Maestros de San Benito, pero también en los Padres de Císter. Aquí van a permitirme que les hable de la situación particular de Latrún, de lo que el contexto geográfico y la tradición local nos aportan en la búsqueda de nuestra identidad contemplativa. Al ser una vida, la contemplación está necesariamente condiconada por el medio ambiente. Precisamente en este sentido va el informe que nosotros hemos redactado para el Capítulo General.

           Estamos tratando de vivir nuestra vida monástica contemplativa en esta tierra, que yo llamo Tierra Santa, primero porque lo es, a causa del nacimiento, vida, Pasión y Resurrección del Señor; y segundo, para evitar denominarla con otros nombres más contestados.

            Así pues, en esta Tierra Santa nació y se desarrolló un importante monacato, con una fisonomía propia, tan original como desconocida. El prestigioso monacato de sus poderosos vecinos -Egipto, Siria y Capadocia- lo eclipsó a semejanza de lo que ocurrió siempre con el país, que, por mucho que nos remontemos en la historia, siempre estuvo bajo el dominio o la influencia de sus poderosos vecinos: Egipto y Asiria.

            Este monacato tuvo un gran desarrollo, incluso numérico, proporcionalmente más importante quizá que el de Egipto o Siria. La prueba, entre otras bien conocidas, es el gran número de restos de monasterios existentes, tanto en el corazón del país como en los desiertos cincundantes: desierto de Judá, desierto de Gaza y Neguev. En el interior del país muchas localidades llevan el nombre de "Deir" (= monasterio), prueba de que se desarrollaron en torno a un monasterio, como ocurre en Europa con las expresiones "Münster" (en Alemania) o "Moutier" (en Francia). En una nueva guía turística he llegado a contar unos treinta "Deir", sin tomar en consideración las localidades completamente en ruinas o sin importancia turística. El colmo de mi satisfacción lo obtuve en el monte Hebrón, al que vamos a veces a procurarnos obreros, en un pueblecito llamado "Deir Samet" (=Monasterio silencioso), que es el nombre con que en Israel se designa a nuestro monasterio.

            Más que su importancia numérica, por grande que ésta fuera, el principal interés de este monacato palestino reside en su legado de un mensaje de simplicidad y equilibrio, hecho completamente a nuestra medida como hijos de San Benito. Entre los monacatos egipcio y sirio, cuya ascesis fácilmente caía en el exceso -piénsese, por ejemplo, en los estilitas sirios- el monacato palestino brilla por su moderación, (lo cual no significa que sea menos exigente! Esto es particularmente notorio en los Padres de Gaza: Juan, Barsanufio, Doroteo, Dositeo... )No encontramos en ellos el espíritu de infancia, el "caminito" de Teresa de Lisieux? Dositeo, discípulo de Doroteo, muerto a los 24 años de edad, parece espiritualmente un hermano gemelo suyo.

            )Sería temerario pensar que ellos son los inspiradores más directos de la moderación y el equilibrio de San Benito y de nuestros Padres de Císter?

            En cualquier caso, ellos pueden inspirar nuestra búsqueda de autenticidad monástica y contemplativa, mediante la simple vuelta a nuestras raíces.

            Y para nosotros, monjes de Latrún, (qué gran estímulo realizar esta vuelta en los mismos lugares! Sólo estamos a 30 km del desierto de Judá, a 70 del desierto del Neguev y a otro tanto del de Gaza.

            El mismo carácter cosmopolita de este monacato palestino puede inspirar nuestra inserción y nuestra integración en esta Tierra Santa en la que tantos pueblos, razas y culturas intentan cohabitar, y en la que la misma Iglesia -o más bien las Iglesias de todos los ritos- distingue con dificultad sus elementos autóctonos. Desde siempre fue así, y los monjes no escapan a esta regla. La mayoría de los monjes palestinos famosos son extranjeros del país: San Jerónimo, San Sabas, San Juan de Damas, Doroteo...

            )No será esa la vocación propia de esta Tierra Santa, en el pasado tan rica para todos, en el presente tan atormentada, tan cargada de violencia y de sufrimiento, un país que es el patrimonio más precioso de toda la humanidad? Precisamente en la tradición del pueblo judío, que la reivindica como su heredad exclusiva, se lee el siguiente versículo, en el Salmo 86: "Todos la llaman su madre, porque todos han nacido en ella". )No será esa su vocación? También la solución de sus insolubles problemas políticos: ni sólo de los judíos, ni sólo de los árabes, sino de todos los hombres, judíos, árabes y otros, unidos en el amor del que santificó esta Tierra y puso el amor en el corazón de todos los hombres.

            )No es ése también el sentido de nuestra presencia silenciosa en esta Tierra desgarrada, en la frontera misma de los territorios de dos pueblos que luchan y se matan por amor de la Tierra, por amor, incluso, de Dios, al que cada uno quiere honrar eliminando al otro?

            Por su situación en el interior del país, )no podría ser nuestro monasterio el lugar de su encuentro pacífico después de haber sido durante largo tiempo el lugar de su campo de batalla? Por nuestra parte tenemos la firme esperanza y la ambición de contribuir a ello.

            Nuestros frecuentes encuentros con unos y otros nos demuestran que el medio eficaz para llegar a ello es mostrales a todos, en el silencio y en el amor universal, el Rostro del Dios-Amor, amigo de todos los hombres, con poder para satisfacer los verdaderos deseos del hombre; ese Dios al que unos seres, jóvenes y capaces, consagran su vida entera en la contemplación de su Rostro y el diálogo íntimo con Él.