M. Emmanuel

Clarté-Dieu

LA DIMENSION CONTEMPLATIVA EN LA ORDEN CISTERCIENSE S.O.

            Hablar de la dimensión contemplativa es, en cierta manera, definir al monje y la vida monástica.

            Me parece que esta dimensión en la O.C.S.O. orienta las otras actividades de nuestra vida que se subordinan a ella. Nuestra vida ha sido concebida y organizada en función de este fin: "Para que en todas las cosas Dios sea glorificado".

            La dimensión contemplativa según nuestro género de vida, es vivir el Evangelio en absoluto, estando del todo polarizado por este fin. Búsqueda nunca terminada, para identificarse a Jesucristo que ha dicho: "No he venido a hacer mi voluntad, sino la voluntad de Aquel que me envió".

            Jesucristo, en efecto, vino a hacer la voluntad de su Padre que le enviaba a salvar a los hombres por el don total de Sí mismo, don total único capaz de revelar la profundidad del amor de Dios por nosotros.

            Asimismo nosotros, monjes y monjas, somos llamados por Dios, a renunciar a nuestra voluntad propia para, en una voluntad común, combatir, bajo el estandarte de Cristo Rey, en la salvación del mundo.

            No habiendo nadie más querido que Cristo, tenemos que participar por la paciencia en sus sufrimientos, para participar también en su gloria.

            Al entrar en el monasterio, somos iniciados en conformarnos a la Palabra de Dios, siguiendo la Regla de San Benito, las Constituciones y las costumbres de una comunidad fraterna particular.

            Vivir así no implica solamente nuestras actividades esenciales: Oficio Divino, lectio, estudios y trabajo, sino que abarca también todas nuestras actividades humanas en sus más pequeños detalles: todo lo que comprende una vida intensamente regular y comunitaria.

            Todo depende de la acogida y de la asimilación de la formación inicial y continua que se da: Abandono de nuestra voluntad en las manos de Dios, bajo la dirección de un guía experimentado: maestro de novicios, Abad. - Dejarse trabajar como un vaso en manos del alfarero: el Espíritu Santo expresándose en la Regla, las Constituciones, la enseñanza del Abad y la vida fraterna... Esta última obra poderosamente para ocasionar el fervor o la relajación.

            Si el monje se deja así por entero orientar hacia Dios, abandonará progresivamente su vida esclavizada a los sentidos y a las pasiones; su corazón se dilatará y se llenará de una dulzura inefable de dilección. Podrá disfrutar a veces, a menudo quizás, de gracias sobrenaturales -contactos profundos con Dios- que permanecerán sin duda discretos y modestos, como todo lo que es cisterciense. Estos son los tiempos fuertes de nuestra manera de vivir la contemplación.

            En cada una de las etapas de su conversión -porque hace falta un gran número para hacer un monje- se introduce más y más en la soledad del corazón, movido y conducido por un toque divino, una certeza de ser llamado a un mayor descubrimiento de Aquel que tanto le ha amado y le ha salvado.

            Por nuestro voto de conversión continuamos siendo siempre seres en formación.

            Puedan nuestras comunidades y nuestros pastores protegernos del espíritu del mundo que tiende a penetrar en nuestros claustros. Si los negocios, los Mass-media, las revistas, el confort, las multiplicadas salidas pueden ser a veces factores de compasión, de comunión e incluso de contemplación, llevan dentro también el gran peligro de asimilarnos al mundo.