Hno. Christian

Ntra. Sra. de ATLAS

            He recibido la invitación a hablaros aquí un poco como por trampa. Hubiera preferido dejar la palabra a nuestro Abad General... Encima tenía que tratar sobre la identidad contemplativa cisterciense y, para decirlo claro, no me gusta mucho esta expresión. De acuerdo con los documentos que se han encomendado a los cuatro puntos cardinales de la Orden, con tanta sabiduría y apertura, me parece que no soy el único que se cuestiona esta formulación. )Por qué me parece ambigua? Primero porque puede dar a entender que la contemplación sería algo que se daría para ser poseído como una identidad, como un estado estable. Ahora bien, a mi juicio, la contemplación pertenece al orden de la búsqueda o no es tal contemplación. En esta vida implica un camino, una tensión, un éxodo permanente. Es la invitación que Dios hizo a Abrahán: "(Camina en mi presencia!"(1). Yo intento caminar, y confieso que el camino ahonda mi hambre de "ver" la Presencia en lugar de saciarla. En este punto ((y en España!) dejemos que sea San Juan de la Cruz quien me consuele: "No todos los que se ejercitan de propósito en el camino del espíritu lleva Dios a contemplación, ni aún la mitad: el por qué, Él se lo sabe"(2).

            Podemos citar también esa sabiduría que hace decir a la mística musulmana: "Quien se declara sufí no es verdadero sufí". De igual modo, )sería verdadero contemplativo quien se autodeclarase tal? Para ello tendríamos que estar en disposición de afirmar que lo hemos reconocido, a Él, siempre cuando pasaba, o que lo hemos visto cuando estaba allí, "desnudo, enfermo, hambriento..."(3) en esos de los que apartamos los ojos para no mirarlos.

            Además, mientras voy de camino me hallo más o menos en conflicto de identidad: )Soy yo quien vive? )Es Cristo en mí? (4). Aspiro a esta nueva identidad: "el nombre del Cordero sobre mí, y el del Padre"(5). Y si mi identidad todavía me preocupa es que me falta la clara visión de Quien me la dará dándose Él mismo para ser visto: "Cuando estás ahí, ya no sé que existo", dice el Amante al Amado.

            "Horizonte cisterciense", propone el P. Josaphat (6), o "dimensión contemplativa cisterciense". Mejor es así. Eso está de acuerdo con el Perfectae Caritatis (7) y el Código (8), que hablan de "institutos íntegramente ordenados a la contemplación". Estar ordenados a... es aceptar de antemano que no se está en ello. "No que lo tenga ya conseguido -dice S. Pablo-, sino que continúo mi carrera"(9). Naturalmente, eso significa, tanto para mí como para todos nosotros, que podemos comprobar si nuestra Orden sigue bien "ordenada" y, por tanto, si es capaz de mantener despierto su deseo de "ver a Dios", siempre amenazado de adormecerse. "Nuestro" San Agustín dice muy bien: "Nos hiciste hacia Ti (ad Te), Señor... et inquietum cor nostrum donec requiescat in Te" (10). Esta INQUIES forma parte de mi identidad tanto como la QUIES, el "reposo en Dios", tan caro a nuestros Padres y a nuestras Constituciones (11).

            En caso de que, a pesar de todo, me identificase con más precisión, preguntadle a mi vecino. )Quién soy yo para él? )"Cisterciense"? (Ni sabe lo que es! )"Trapense"? Todavía menos. )"Monje"? El término árabe que expresa esa realidad no pertenece a su repertorio. Por lo demás él no se pregunta quién soy yo. Lo sabe. Soy un "rumi", un cristiano. Eso es todo. Y en esa identificación genérica hay algo sano y exigente. Una forma como otra de ligar la profesión monástica al bautismo. También veréis que al precisar más, mi vecino no podrá traducir mi realidad de monje más que según propias referencias religiosas: "Hace oración, cree en Dios, hace la 'Cuaresma', da limosna... (es casi como nosotros!" Así, después de haber sido muy bien acogido en varios monasterios de Francia, nuestro joven amigo Mohamed me decía: ")Sabes? (Allí he encontrado verdaderos musulmanes!"

            Cuando yo era novicio en Atlas, vi a uno de nuestros hermanos, converso por convicción, clavado en la ventana al atardecer de una jornada fatigosa. Contemplaba la puesta del sol. Sin embargo, yo le notaba extenuado. Hay que reconocer que el espectáculo era magnífico. Detrás de él, yo veía con admiración que después de veinticinco años de presencia, todavía se supiera admirar una puesta de sol en el mismo lugar de tantos otros días. Al final se dio la vuelta y dijo sencillamente: "(Esperaremos al de mañana para largarnos!" Como en un relámpago, comprendí lo que era la estabilidad, y otras muchas cosas de la vida monástica. Debo añadir que el hermano continúa allí, gracias a Dios, y que todavía se detiene de vez en cuando en la ventana, conmigo o sin mí. En el fondo no tengo nada más que deciros sobre la "identidad contemplativa cisterciense".

            Vuelvo a mi idea de dejar la palabra a nuestro Abad General, el P. Bernardo. Será para confesar que el "sí" que di a su petición no iba sin segundas intenciones. En efecto, nada se opone a que yo reproduzca aquí para vosotros lo que nuestro Abad General nos dijo en Fez y en Tibhirine durante la visita que nos hizo en junio de 1991. Había desembarcado en suelo africano con "una intensa curiosidad", según sus propias palabras. Para acogerle en el continente, teníamos en Fez a un auténtico autóctono, nuestro P. Pedro (Faye), que falleció el 2 de febrero siguiente. )Cómo no dejarse seducir por aquel hermoso rostro de buscador de Dios, testigo viviente de un alma forjada para la contemplación mucho antes de esa mitad del siglo XX, en que nuestra Orden descubrió el Africa Negra, y sin duda mucho antes de la llegada de los primeros misioneros del Evangelio en Senegal, donde él había nacido?

            El P. Bernardo observó mucho, escuchó mucho, lo compartió todo con nosotros, incluida la acogida de los vecinos y el trayecto de alrededor de 1.000 km de un país a otro realizado en Renault 4L, con paso por la frontera el día en que se instauraba en Argelia el estado de excepción... Al final, una mañana nos dijo: "(Esta noche he tenido un sueño!" (Da la impresión de que se sueña mucho más en América Latina que en Europa. También se sueña mucho en Magreb, un poco como en la Biblia). En ese sueño, nuestro Abad General había visto a un monje del Atlas riñendo con un hermano de la Orden que le sujetaba por la garganta sermoneándole con aspereza. Le decía:

            - En primer lugar, estás perdiendo tu vida en este mundo musulmán que no te pide nada y se burla mucho de ti, mientras que hay tantas cosas que hacer en otros lugares, tantos pueblos que están esperando tu testimonio para acceder a la vida contemplativa y venir a acrecentar tu comunidad...

            - En segundo lugar, (pobre de ti! Nuestra Orden no tiene realmente nada que hacer con una fundación como la tuya. (Vaya un peso muerto!

            Curiosamente, en el sueño, era el P. Bernardo el que daba la réplica. El desgraciado hermano del Atlas estaba demasiado bien sujeto como para poder expresarse por sí mismo. Entonces, el sueño se termina, y el Abad General se despierta. Rápidamente toma un papel para consignar sus respuestas. De este modo pudo presentárnoslas por la mañana, todavía cargadas de la emoción del combate nocturno.

            Por lo que se refiere a la cuestión de saber cuál puede ser la utilidad para la Orden de una implantación como la nuestra, es evidente que a nosotros nunca se nos hubiera ocurrido planteárnosla. (Somos tan pequeña cosa! Más profundamente, nosotros tenemos una fuerte conciencia de que ningún monasterio podría conformarse con una razón de ser que viniera de la Orden. Lo primero es la llamada de Dios, que nos hace nacer en comunidad, aquí y ahora. Y Císter, como la antigua Jerusalén, se asombra y se maravilla: "A éstos, )quién los engendró?"(12). Los más antiguos recuerdan los tiempos en que, al finalizar la guerra de Argelia, nuestra supervivencia parecía imposible, incluso hasta un contrasentido, para reproducir la expresión (por otro lado tan antigua) de un Abad de nuestra Región.

            Dom Gabriel Sortais, cuya clarividencia era bien conocida, respondía a uno de nuestros hermanos: "La Orden no puede pagarse el lujo de un monasterio en mundo musulmán". De hecho, allí había un "caso". Y nos da la sensación de que continuaremos siendo un caso insólito mientras la Orden no tenga otra casa en lugar estrictamente no cristiano y con visos de continuar siéndolo en verdad. Todas nuestras recientes fundaciones, India incluída, se apoyan en un núcleo eclesial local susceptible de proveer de vocaciones autóctonas. En el momento de su fundación, en 1934, nuestro monasterio podía contar con la minoría cristiana constituída por un millón de colonos, lo mismo que su hermana mayor, Staoueli, la primera fundación cisterciense en el continente africano, realizada en 1843 (hace justamente 150 años). Nuestra comunidad sabe que no puede proveerse de vocaciones en el lugar. Ése es, incluso, su "contrasentido". Hay que creer que el Espíritu Santo es capaz de suscitar vocaciones venidas de fuera, para corresponder a lo que Él espera de su presencia singular. Esta confianza es más fácil cuando comprobamos que la mayoría de los que ahora estamos allí hemos respondido a una llamada personal de ese tipo, incluso aunque haya habido una etapa intermedia en otro monasterio de la Orden. Con mucho gusto aprovecho aquí la ocasión para dar las gracias una vez más a las comunidades que generosamente han aceptado reconocer y respetar la llamada que atraía hacia nosotros a uno de los suyos.

            Por otro lado, esta ausencia de vocaciones originarias del país nos pone a casi todos en situación de inmigrados, en un Magreb donde la emigración hacia Europa es tan fuerte. (Imaginad el asombro de los jóvenes que van por allí cuando se dan cuenta de que nosotros hemos hecho el camino inverso al que ellos están soñando! Una forma como otra cualquiera de sugerir un "nuevo orden económico internacional", que mal puede nacer viable si no es concebido por todos. De modo más directo, podríamos preguntarnos sobre la forma cómo el monacato debe dejarse interpelar por la urgencia de un diálogo humanitario "Norte-Sur". Veo ahí un auténtico desafío que el mundo actual nos dirige, lo mismo que situarnos de modo más preciso ante lo que se ha dado en llamar "jóvenes iglesias". Me parece claro que éstas se definen sobre todo por su grado de pertenencia a lo que, a pesar de todo, sigue siendo un "tercer mundo". (A modo de ejemplo: nos ganamos la vida con nuestro trabajo; pero la moneda local que sirve para retribuir este trabajo no nos sirve de nada si queremos comprar libros o piezas separadas, indispensables para el ejercicio de nuestra profesión, que no se encuentran en el lugar; sin hablar de la cobertura social, que hay que asegurar...).

            Por otro lado, esta particularidad nuestra nos conduce inevitablemente a "modular" algunas constantes del carisma cisterciense en función de nuestro entorno: asociación en el trabajo, y no simples asalariados; clausura y apertura, en continua búsqueda de un justo equilibrio en nuestras relaciones con la vecindad; interpelación a nivel de las expresiones de la oración y de la vida de fe, para acercarlas, cuando es posible, a la práctica musulmana. Así, en el mes del Ramadán o con ocasión de las fiestas, hay ciertamente mucho camino juntos por hacer. Hay pocos árabes en nuestra liturgia, pero nuestra intercesión de las Horas o de la Eucaristía, concretamente los viernes, llevan la marca de una forma más espiritual de comunión. Campana y almuecín, cuyas llamadas a la oración se elevan desde el mismo lugar se unen para invitarnos juntas a la alabanza, más allá de lo que las palabras pueden decir. La oración ritual del musulmán es breve; moviliza el cuerpo; solicita toda la atención hacia el Unico de toda vida. Se dice de memoria; se parece mucho al Oficio de nuestros antiguos conversos. A algunos de nosotros les gustaría que nuestro Oficio recuperase algo de esta sencillez despojada, aun sin perder nada de su vocación a ser oración de Iglesia.

            Ahora bien, el P. Bernardo nos decía: "Tenéis la misión de inculturar el carisma cisterciense con el fin de que las manifestaciones de este monacato puedan enriquecerse con lo que vosotros hayáis espigado en la cultura local". Y añadía lúcidamente: "Esta inculturación puede provocar alguna reacción de miedo: la de perder vuestra identidad monástica. Para no experimentar ese miedo, o para librarse de él, lo primero que hay que hacer es profundizar en vuestra cultura monástica". Con los medios limitados de que disponemos, es justamente eso lo que tratamos de hacer un poco. Entonces descubrimos que la fidelidad exigente del otro es para nosotros un don de Dios y, por tanto, un objeto de contemplación susceptible de inspirarnos formas nuevas de comunión.

            En este sentido deberíamos presentar como otro desafío bien real del mundo actual la urgencia para que las religiones aprendan a dialogar en el camino mismo de las experiencias espirituales que ellas suscitan, y también a verse juntas y dependientes totalmente del perdón de Dios, por causa de nuestra respuesta tan fría, a veces incluso tan vergonzosa, que los creyentes, monjes incluidos, dan a las exigencias más interiores de su Señor. En la práctica el diálogo interreligioso monástico con el Islam apenas está empezado. Pocos lo creen posible. Mucho más lejos se ha ido ya con las religiones del Extremo Oriente. En su documento, lleno de ricas perspectivas, Dom Frans presenta este diálogo como el eje de la reflexión de las Iglesias de Asia (13). Si hubiera que seguirle hasta su propuesta de "congresos continentales" para la Orden, nuestro corazón sentiría la tentación de latir con Asia (donde nació el Islam), pero nuestros pies están bien enraizados en Africa, y tenemos la cabeza prefabricada en Europa. )Para qué poner a prueba la imaginación de la Orden con su propósito de estructuras mejor ajustadas? )No podríamos formar con Latrún un subcontinente?

            )Existe para nosotros algún otro desafío? En 1990 nos llegó aquella petición insólita de una comunidad de antiguos enfermos de la droga y/o del alcohol, solicitando que fuera uno de nosotros para ofrecer una presencia gratuita susceptible, según ellos, de sostener su frágil determinación de salir de la dependencia, con la gracia de Dios. La oración comunitaria por la mañana y por la tarde, y el trabajo para ganarse la vida, son las dos opciones clave de "Berdine" (Francia). "Ora et labora!" Nos pareció que no teníamos ninguna lección que dar, y queberíamos ponernos en situación de recibir. Por eso juzgamos que podíamos comprometernos con un hermanamiento que estableciera entre nosotros comunión e intercambio.

            Queda la cuestión de fondo: "Estás perdiendo el tiempo aquí -decía nuestro agresor nocturno-, mientras que hay tantos pueblos que esperan tu testimonio..." Y el P. Bernardo le respondía: "Su misión es una presencia silenciosa, viva y vital, la de Jesús, la del Evangelio. Es también una acogida del corazón para el hermano musulmán, con el fin de ser él mismo mejor cristiano. Pues en esta apertura al Islam es donde aprenderá su forma de ser cristiano aquí y ahora. Es inútil buscar la reciprocidad. No esperarla para continuar abriéndose, pues eso sería contrario a la gratuidad del amor. Si se presenta, darán gracias al que la permite y la da... Por supuesto, necesitan aprender algo del mundo musulmán, porque éste tiene valores culturales y religiosos que les están destinados. Además pueden contribuir a despertar y motivar la dimensión contemplativa que está en el corazón de cada musulmán..."

            De hecho, estamos viendo que el Espíritu Santo puede suscitar en el corazón de muchos musulmanes que conocemos un comportamiento de caridad como el del Samaritano de la parábola, del que Jesús nos seguiría diciendo: "Haz tú lo mismo, y vivirás" (14). Vemos también que la tradición musulmana sabe comunicar el deseo contagioso de la visión de Dios: "Todo perece, salvo el Rostro de Dios", dice un versículo coránico (15).

            Podemos incluso decir que todas las perspectivas del encuentro se vuelven del revés cuando al cristiano que soy le es dado tener una auténtica experiencia espiritual a través de lo que el otro ha recibido como propio para desarrollar en él el gusto de Dios: llamada a la oración, exclamación "jaculatoria", gesto de compartir, respuesta luminosa, rostro pacificado de un hombre de fe, versículo coránico, evidentemente, dado que yo creo posible una verdadera lectio divina del Corán, sobre todo en lengua árabe, tan cercana del ambiente original de nuestras Escrituras. (Siempre es un poco doloroso ver a un hombre de oración y de vida interior que en su diálogo con el otro queda en los enunciados de la fe y se topa contra la opacidad de sus incompatibilidades, sin llegar a buscar al otro en las alturas o las profundidades, adonde le compromete la rectitud de su disponibilidad al trabajo del Espíritu, en él y en el crisol del Islam. La primera vez que una comunidad sufí del entorno pidió un encuentro con nosotros -era en Navidad de 1979-, su portavoz había tenido mucho cuidado de precisar que se trataba de un encuentro de oración. "No queremos -decía- meternos con vosotros en un diálogo teológico, porque con frecuencia ello ha levantado barreras, cosa que es lo propio de los hombres. Ahora bien, nosotros nos sentimos llamados por Dios a la unidad; por tanto tenemos que dejar que Dios invente entre nosotros algo nuevo. Eso sólo se puede hacer en la oración". Y añadía: "Sólo hay un pequeño número de musulmanes que podrían comprender. Sin duda también un pequeño número de cristianos creerían en ello. Pero es eso lo que nosotros nos hemos sentido llamados a hacer con vosotros". "(Es un caso excepcional!", diréis. Es posible, pero esa excepción existe, y no es un caso aislado. Me ayuda a no quedarme en la idea que tengo, o que me dan, del musulmán, ni siquiera en lo que de sí mismo puede actual y mayoritariamente decir. )Acaso el monje dejaría de ser un "verdadero" cristiano por el solo hecho de ser "raro" en la cristiandad?

            ")Os ayuda Argelia a vivir vuestra consagración? Y si sí, )en qué?, nos preguntaban hace poco nuestros obispos para preparar la respuesta de nuestra Iglesia a los "lineamenta" propuestos para el Sínodo de 1994 sobre la vida Consagrada. Si la consideratio, tan querida por San Bernardo, puede interpretarse del modo como lo hace el P. Charles Dumont en su documento, a saber, como "una reflexión sobre la experiencia de la existencia concreta" (16), eso es precisamente lo que esta pregunta provocó en nuestra comunidad y lo que, tal vez, estáis esperando todavía de mí...

            Pues bien, SÍ: nos ayuda a sentirnos insertos en un tejido compacto de humanidad, y sin embargo "separados", "en aquel mundo y no de aquel mundo"; ni importantes, ni referencias útiles. (Allí estamos preservados de toda "mundanidad"!

            Nos ayuda a vernos obligados a permanecer pequeños y dependientes, sin ninguna toma de postura sobre la evolución del país. También nos obliga a responder a nuestra "razón social" oficial, que es la de la oración y el trabajo agrícola para vivir. Y a tener presente el comportamiento de nuestros vecinos, que es, de modo global, el de gente modesta y religiosa. Sería escandaloso si nos entregáramos mal a nuestra vocación en ese contexto. La gente sabe compartir; la relación y la hospitalidad es muy importante para ellos. Nosotros también lo hacemos, y recibimos con frecuencia lecciones... Les acompañamos en la situación de inseguridad y de gran desconcierto que actualmente atraviesa el país. ")Cómo podéis vivir en una casa tan insegura", preguntaba una religiosa. Pero más aún: )cómo se podría seguir siendo contemplativo en una casa demasiado segura, demasiado bene fundata? En los comienzos de la Orden se dejó una casa estable y rica, Molismo, por un "desierto" llamado Císter, "frecuentado por bestias salvajes"... (17).

            Nos ayuda, si no lo he dicho todavía bastante, a vernos confrontados en todo a la omnipresencia de la afirmación musulmana. )Cómo respetarla, sin hacer exclusiones a priori, sin hacer inclusiones indebidas? Ella dice "Dios" por todas partes: hay como un micro-clima que libera la fe de todo respeto humano o falsa reserva. Y luego están esos valores que transmite la tradición musulmana y que normalmente se espera encontrar entre los monjes: oración ritual, oración del corazón (dhikr), ayuno, vigilias, limosna, sentido de la alabanza y del perdón de Dios, fe desnuda en la gloria del totalmente Otro, y en la "comunión de los santos". Este último misterio, esencial para nosotros, indica bien el lugar del encuentro, pero sin indicar el camino que allí conduce. Le corresponde al Espíritu de Jesús hacer su trabajo entre nosotros, y creo que para ello se sirve también de nuestras diferencias, incluidas las que nos enfrentan más. (En la oración que hacemos juntos desde hace tiempo con nuestros amigos sufís, concretamente, recordamos que estamos embarcados en un "camino" (Tarîkâ), "ordenados" juntos a una búsqueda activa y pasiva, en una mística del deseo que conduce a la unión con Dios. La emulación espiritual se convierte entonces en mutua caridad; y es la evidencia compartida de ser atraídos hacia la misma dirección; es también la humilde confesión de ir a la zaga, los unos de los otros.

            Por último, nos ayuda mucho para sabernos integrados en una Iglesia local constituida por personas con rostros, cuyas opciones son como las nuestras. En condiciones de existencia a menudo más difíciles que las nuestras, la mayoría de los que permanecen cristianos han tenido que cimentarse más en la fe y en la oración para poder mantenerse con serenidad y con gratuidad. Nuestra acogida en la hospedería lleva mucho la marca de esa necesidad vital de una recuperación espiritual regular. Sentimos el deber de estar más disponibles para ello. Pablo VI nos llamaba, como cistercienses, al "apostolado de la vida oculta" (18). Esta vocación nos sitúa secretamente muy cerca de esos pocos centenares de cristianos argelinos que tienen que unir el Evangelio y la vida oculta, permaneciendo en medio de la refriega.

            Hace algunos años, en una bellísima carta pastoral, nuestros obispos del Magreb habían invitado a sus fieles a "acoger lo que nace en las Iglesias de la región" (19). En efecto, podríamos olvidar que nuestra identidad cristiana está siempre más o menos naciendo. Es una identidad pascual. )Cómo no iba a pasar lo mismo con eso que llamamos nuestra "identidad cisterciense"? )Pertenecería ésta aún al orden de la contemplación si temiera enfrentarse con horizontes nuevos? Los de la modernidad, evidentemente, pero también los de la búsqueda de Dios fuera de los caminos transitados de la cristiandad. Y si ésta termina muriendo, )no es para dejar que nazca una humanidad nueva que sienta la necesidad de nuestra mirada confiada y comprensiva para contribuir a su propio engendramiento?

            "Vueltos hacia el futuro -seguían diciendo nuestros obispos en otro documento importante-, esperamos la ampliación prodigiosa de nuestra mirada sobre el hombre y sobre Jesús, que nacerá de la interacción entre las culturas cristianas actuales y las cuestiones planteadas por los hombres de las demás tradiciones de la humanidad" (20). En esta perspectiva podrá hacerse evidente que no es posible instalar en un sitio un monasterio enteramente construido con anterioridad, porque, más que cualquier otra, la vida contemplativa se descubre dependiente de las condiciones "humanas" de vida de un país, de su cultura, de su historia, de sus costumbres, de su tradición religiosa. Este punto de vista ha sido desarrollado concretamente por el P. Raguin a partir de su experiencia en el Extremo Oriente(21), y nosotros estamos comprobando de modo concreto, y en cierto sentido día tras día, tanto la intuición como las exigencias.

            Frente a un mundo invadido por el ateísmo teórico, y más aún práctico, el monje va a admirarse de poder seguir permaneciendo fiel a sí mismo, descubriéndose "experto en ateísmo", según la expresión, tan fudamentada en la tradición, de Dom André Louf. De igual modo, frente a las nuevas invasiones del Islam, es bueno que el monje se experimente como "experto en Islam", porque está llamado a esa "sumisión a Dios" ejemplar que es la obediencia amorosa del Hijo al Padre. En este sentido JESUS es ciertamente el único musulmán. Y es así como yo le veo en adelante, transfigurando lo que se busca de Él, en un intercambio entre nosotros y nuestros vecinos, allí donde su llamada nos ha puesto para ser testigos del Reino que nace... "(aunque es de noche!" (22).

                                                                     NOTAS

 (1) Gen 17,1. Cf. Dom FRANS, doc. preparatorio, pág. 4.

 (2) SAN JUAN DE LA CRUZ, Noche oscura, c. 9.

 (3) Mt 25,35 e Is 53,3.

 (4) Cf. Gal 2,20.

 (5) Ap 3, 12.

 (6) P. JOSAPHAT (Victoria/Kenia), doc. preparatorio, p. 37.

 (7) P.C. 7.

 (8) C.I.C. c.674. Cf. CST 2.

 (9) Fil 3,12ss.

(10) SAN AGUSTIN, Confesiones I,1.

(11) CST 20, concretamente.

(12) Is 49,21 e Is 66,7.

(13) Dom FRANS (Rawaseneng/Indonesia), doc. preparatorio, pág. 2.

(14) Cf. Lc 10,37.

(15) CORAN, sura 28, v. 88.

(16) P. CH. DUMONT (Scourmont/Bélgica), doc. prepartorio, pág. 25.

(17) Exordio Parvo, 3,2.

(18) PABLO VI, cf. doc. capitulares OCSO, 1969-1977 ó D.C. 1969, n1 1540, pág.452s.

(19) Carta de los obispos de Africa del Norte sobre las nuevas situaciones en sus Iglesias, D.C. n1 1724 del 17/7/1977.

(20) Cristianos en el Magreb: el sentido de nuestros encuentros. Carta de los obispos de Africa del Norte, D.C. n1 1775, del 2/12/1979.

(21) Y. RAGUIN, cf. concretamente La profundidad del hombre, camino hacia Dios, enSpiritus 47 (1971)385.

(22) N.B.: Algunos elementos de este texto ya han sido presentados en la Conferencia Regional FSO, durante su reunión en Timadeuc, en septiembre de 1991, y publicados         en las Minutas de esa reunión, en Anejo 3, pp. 17-20.