Sor María Christiana

Ntra. Sra. de Nishinomiya

BUSCAR A DIOS DE VERDAD

Una vocación cisterciense

            Las motivaciones de los que se sienten llamados a una vida cisterciense ordenada por entero a la contemplación son, con frecuencia, un poco diferentes: amar a Dios solo, entregar toda su vida a Dios, vivir con Cristo.., etc. Sin embargo, una vez que han entrado en el monasterio y su ideal ha sido sometido a la prueba de la vida cotidiana, comprenden poco a poco que se les pide una sola cosa: buscar a Dios de verdad. En esto consiste la exigencia absoluta de la Regla, exigencia que en adelante debe acaparar toda su vida. La mayor parte se preguntan, no sin aprensión e inquietud: ")Hasta dónde me conducirá esto?" Caminando como ciegos por los caminos aventurados de la fe, después de un período más o menos largo, salen de las tinieblas y perciben al fin un leve destello de esperanza. Guiados por el ejemplo de los antiguos, confortados por la atmósfera de la comunidad, llegan a encontrar la perla escondida en la vida cisterciense. Saben ahora que no pueden contar con sus propias fuerzas y son como acosados a abandonarse a Dios en la fe.

La Regla, interpretación concreta del Evangelio

            Cuando con el tiempo acaba por comprometerse de por vida en la alianza con Dios, el sentido y la forma incluso de su don le son puestos en sus labios por mediación de la Regla: "Prometo obedecer a mi abad según la Regla, hasta la muerte". )Cómo no tener entonces en el corazón la imagen del Cristo de los Evangelios que, en el movimiento mismo en que le revela el amor de su Padre, le descubre en cierta forma, para hacerle partícipe de él, el secreto insondable de su ser de Hijo convertido por nosotros en Palabra encarnada que murmura en nuestro corazón: "Yo hago siempre lo que a Él le place"?. Ciertamente, la entrada en este misterio no disminuye las dificultades de la vida cotidiana, pero entonces se convierten en la ocasión de confiarse siempre más en Aquel que se digna hacer del corazón del hombre su morada. La escucha de la Palabra exige de ellos una conversión total, una vuelta completa sin cesar renovados, y les da la verdadera comprensión de la enseñanza de la Regla sobre la humildad, condición sine qua non de su relación con el Señor. "La obediencia es propia de quienes nada estiman más que a Cristo".

            Si la Regla es el fruto de la tradición monástica, si ha sido para nuestros Padres de Císter una fuente de renovación, si, gracias a ella, han podido dejarnos en herencia una espiritualidad cisterciense de una riqueza y de una universalidad tan admirable, )por qué esta misma Regla no puede ser aun para nosotros, que vivimos en la post-modernidad y en culturas tan diferentes, la fuente de una verdadera renovación y de un futuro lleno de promesas?

La vida cenobítica que da vida a la Palabra

            No tengo en modo alguno la intención de tratar extensamente de la vida comunitaria. Quisiera simplemente decir unas palabras sobre algunos elementos de nuestra vida que podrían en la hora actual poner en peligro el aspecto contemplativo de nuestra vida y deberían quizá atraer nuestra atención.

El trabajo manual

            Nuestros Padres de Císter creían en el valor formador del trabajo manual realizado en común. Si es un factor de equilibrio para el cuerpo y el espíritu, es también uno de los elementos que crean la unidad de la comunidad. )Qué es de él actualmente? Muchos monasterios se ven obligados a abandonar la agricultura y se entregan a trabajos artesanales o incluso industriales. )Hace falta tratar de conseguir el mayor rendimiento, el mayor provecho posible multiplicando las máquinas y la mano de obra del exterior? )Qué pensar cuando la economía del monasterio descansa casi por entero en actividades comerciales? )Qué influencia tendrá esto a la larga sobre el aspecto contemplativo de nuestras vidas monásticas?

La ayuda mutua fraterna

            La vida cenobítica reúne en una comunión fraterna a quienes buscan verdaderamente a Dios. Por el voto de estabilidad, el monje se da por entero a su comunidad. Sabe que encontrará en ella una ayuda poderosa para liberarle de su propia voluntad y entrenarle, cada vez más en serio, en la búsqueda de Dios. Sin la presencia de antiguos verdaderamente espirituales, es difícil discernir si nuestra búsqueda de Dios está encarnada en nuestra vida cotidiana. No hay ayuda más preciosa en la vida de un monje que la presencia de quienes han sabido despojarse de su hombre viejo y han llegado a ser, sin ellos saberlo, ante Dios y ante sus hermanos, de una total sencillez. Las reuniones comunitarias y la ayuda mutua fraterna profundizan nuestra mutua comprensión e, incluso en nuestras diferencias, nos hacen entrever semblantes del Cristo aún desconocido por nosotros. Amando porque somos amados, en la alegría de los hijos de Dios, somos entonces capaces de compartir el perdón mutuo.

La lectio divina

            Todos nosotros reconocemos la importancia de la lectura de la Biblia que es como el signo, el sacramento donde se encuentra escondida la realidad de la salvación. Para que las Sagradas Escrituras se encarnen en el corazón del monje, para que le liberen de un moralismo mortal, me parece necesaria desde los comienzos de la vida monástica una seria formación, no sólo en la lectio divina sino en el acto de la lectura en el sentido amplio de la palabra. Muchos de nuestros jóvenes se contentan a menudo con descifrar los textos de una forma superficial. Al hablar de la Escritura, no excluyo evidentemente la lectura de los Padres de la Iglesia y la de nuestros Padres Cistercienses, según las posibilidades de cada lengua y el atractivo de cada uno. Nuestro horario, no hace falta decirlo, debería dar un lugar importante a la lectura para que sea verdaderamente fructuosa.

El Opus Dei

            La vida monástica es toda entera Opus Dei. Si la Eucaristía es el corazón y la cumbre de nuestra vida, por el Oficio Divino, eco de la gran alabanza eucarística, el monje entra en las palabras inspiradas de los salmos, las hace suyas y, llevado por el Espíritu que le anima, se transforma poco a poco en la imagen de Aquel a quien se dirige su alabanza. Nuestra liturgia, para dejar al Espíritu el espacio más grande posible, debe mantenerse en la sencillez de nuestros Padres de Císter. Aquí, el corazón y los labios concuerdan más fácilmente. Es necesario decir que el respeto a la verdad de las Horas es muy importante, más sin duda que el lugar donde se celebran. El estudio de los salmos desde la entrada en el monasterio, me parece también indispensable.

            Ciertamente es posible vivir los elementos de nuestra vida de diversas formas. Yo he querido mostrar aquí una experiencia de vida cisterciense, a la vez personal y comunitaria, que nosotras vivimos gracias al ejemplo y a la ayuda de quienes -me atrevo a decirlo- han sido o son todavía nuestros Padres en la vida monástica. En ellos o en ellas, entrevemos ya la cosecha recogida en el combate de cada día; su paz y su alegría son para nosotros una prenda de lo que la Regla nos promete en el Prólogo: "A medida que se progresa en la vida monástica y en la fe, el corazón se dilata, y se corre por el camino de los mandamientos de Dios, con la dulzura inefable del amor". )No hay aquí una verdadera vida contemplativa?