Sor Anne Marie,

Abadesa de Ntra. Sra. d'Altbronn

LA IDENTIDAD CONTEMPLATIVA CISTERCIENSE

APROXIMACION PASTORAL

            En las reflexiones que siguen he intentado hacer una aproximación pastoral al tema de la identidad contemplativa cisterciense:

                        Cómo sostener y animar

                        con nuestro servicio abacial

                        la orientación contemplativa

                        de nuestra comunidad.

            Me vais a permitir que hable únicamente en femenino, ya que se trata sólo de compartir fraternalmente un punto de vista personal.

            Me parece que la abadesa solamente puede servir a la identidad contemplativa de su comunidad en la medida en que ella misma tenga convicciones claras y fuertes al respecto. Si lleva estas convicciones en su corazón y en su camino personal de conversión incesante, entonces ellas pueden expresarse en su enseñanza y en su solicitud pastoral, e inspirarle centros de vigilancia e indicios de discernimiento para la vida de todos los días -en lo temporal y en lo espiritual- tanto de la comunidad como de cada uno de sus miembros.

I. CONVICCIONES

1. Creer en la gracia de nuestra vocación

            Al igual que la gracia bautismal en la que se origina, la identidad contemplativa está inscrita en nosotros, en germen, en promesa de llegar a ser, por la gracia de nuestra vocación particular en la Iglesia.

            Este don gratuito sólo puede despregarse en un ser descentrado de sí, desapropiado y abierto a la acción del Espíritu. Por consiguiente hay que entrar en una dinámica de conversión para la unificación de nuestro ser en el amor, al que estamos invitados.

            Necesitaremos toda una vida -marcada con el sello del compromiso serio con el camino trazado por la Regla de San Benito y de nuestras Constituciones- para "llegar a ser lo que somos": "llamados a vivir en Su Presencia por el amor" (Ef 1,4), a "reproducir la imagen de su Hijo" (Rom 8,29), mediante la participación en el Misterio Pascual "bajo la guía del Espíritu".

            Necesitaremos toda una vida para "llegar, en la obediencia del Espíritu Santo, a la pureza de corazón y al recuerdo incesante de la Presencia de Dios" (CST 3,2).

2. Retornar a nuestro corazón

            Para disponer nuestro corazón a recibir la huella de Jesús y permitir al Espíritu Santo formar en nosotros un ser filial y fraterno a semejanza del Hijo Amado, me parece que la actitud interior fundamental es un estar presente a sí mismo, un estar-ahí recogido en atención.

            ")Dónde buscar al Amado?", pregunta Bernardo... "Es Él el que está presente, y yo el que no lo estoy" (Div 4,2). Estar-ahí, encontrar el camino de nuestro corazón, dejar la superficie para entrar en nuestra profundidad, pasar del olvido a la memoria. "Habitar consigo mismo en el propio corazón y mantenerse ahí en presencia del Dueño de la tierra" (Div. 31,1).

            La presencia al otro -al prójimo, Dios- se produce sólo según la medida de la presencia a sí mismo, de la atención profunda del corazón, del mismo modo que el conocimiento de sí es camino hacia el conocimiento de Dios.

            "Avanza hasta ti mismo para encontrarte con tu Dios", dice acertadamente San Bernardo (Adv 1,10). A través de toda la revelación bíblica, Dios no deja de revelarse como un "YO", no cesa de decir al hombre: "Yo estoy contigo", "Heme aquí". Sólo podemos unirnos a Él por un "heme aquí" que concentre el ser en su profundidad: en El-que-Es.

3. Un estar-ahí, despierto en la fe y en la escucha

            Se trata de que en lo concreto de nuestra existencia pasemos del "Dios estaba ahí y yo no lo sabía" a la fe viva en Su Presencia amante y operante, a la consciencia despierta de la mirada de amor que Él deposita sobre nosotros "en todo instante... en todo lugar" (RB 7), a la escucha incesante de su voz, de Su Palabra que es Jesús, del Espíritu que ora en nosotros: "Abba, Padre".

            Cuando la presencia a sí mismo se abre en la adhesión de la fe a la Presencia divina, entonces la escucha se hace posible: Tú estás ahí... Yo estoy ahí... "Dichosa el alma que percibe en el silencio la pulsación del murmullo de Dios y que repite con frecuencia: Habla, Señor, que tu siervo escucha" (Div 23,7).

            Escucha de la Palabra proclamada en la liturgia, meditada, saboreada en la lectio, acogida en el silencio de la oración, en el "sacramento del hermano" y en los acontecimientos.

            Toda la vida se convierte en lugar de escucha de la Palabra que transfigura.

            Quien quiera ser discípulo de la Palabra cuide de ofrecerle la atención y el silencio interiores -fruto de la vigilancia del corazón- que la permitan pronunciarse en él y producir fruto según la medida del consentimiento que se le dé para cumplirla.

Un estar-ahí, tendente a la unidad en el amor

            La escucha que suscita el conocimiento y compromete en la obediencia filial, despierta y alimenta "el amor derramado en nuestros corazones" y nos impulsa a que marquemos todas nuestras obras con el sello del amor, a que caminemos hacia nuestra unidad y nuestra libertad, recibiéndolos desde nuestra Fuente, permaneciendo unidas a Él a través de todo y desprendiéndonos de lo accesorio para centrarnos en el Unico, a ejemplo de la oración de la Virgen.

Un estar-ahí comprometido en la conversión,

            en una dinámica de esperanza: "la esperanza del perdón, de la gracia, de la Gloria" (Div 22,5).

            Si el amor unifica el ser, no puede concebirse sin conversión: esa conversión de cada instante que tiende a "restaurar la semejanza" mediante la ascesis del corazón y del cuerpo, de las observancias monásticas.

4. Hoy, como ayer, la Regla de San Benito,

            actualizada por la Abadesa a la luz de nuestras nuevas Constituciones, es "lámpara para nuestros pasos", para guiarnos por el camino de la vida teologal centrada en una Presencia -reconocida y amada en todo y en todos por la fe- y en la escucha de la Palabra.

            Tanto hoy como ayer, "la práctica de nuestra Regla puede introducirnos en la verdad viva de las Bienaventuranzas evangélicas" (Pablo VI).

II. ACENTOS PUESTOS EN LA ENSEÑANZA

            Ahora voy a entresacar algunos temas que, a mi juicio, revelan y sostienen al mismo tiempo una vida cautivada por la Presencia divina y orientada hacia ella.

1. Despertar a lo esencial, tender a la coherencia

            En nombre de la autoridad que se le ha confiado -y entiendo la autoridad en el sentido etimológico del término, que habla de servicio del crecimiento del otro, de ayuda al crecimiento- la Abadesa tiene como misión ser presencia interpelante, permanecer despierta y despertar sin cesar a lo Esencial, recordar la identidad monástica y su dimensión contemplativa. Justamente de aquello que estamos llamadas a ser, por gracia, es de donde deriva la exigencia de coherencia, de ajuste incesante de nuestro corazón y de nuestro comportamiento.

            De este modo, la pedagogía de la Abadesa consistirá más en llevar a la persona hacia su nueva identidad en Cristo y su vocación monástica, que en una ley exterior.

2. Tener un sentido agudo de la gracia y de la acción de la gracia

            )Podemos "perder la vida" en la adoración, la alabanza, el servicio humilde de la comunidad recibido en obediencia, sin mantener la mirada del corazón fija en ese Dios "pródigo de sí", y sin tener, en la fe y en el reconocimiento de nuestro ser pecadores, un sentido agudo de la gracia y de su acción en nosotros? )Qué hay más contrario a la oración y a la mirada contemplativa que un alma habituada e insensible tanto a la gratuidad del don que se le hace como al asombro?

            La gracia inagotable de la que hemos sido colmados nos está llamando al don de nosotros mismos y a un agradecimiento sin medida; pues la ingratitud esteriliza los dones de Dios y "nos impide progresar en nuestro compromiso cristiano" (Div 27,8). La acción de la gracia es la oración del hijo; nos une a la eucaristía de Jesús y "prepara en nosotros un espacio para la gracia... Dichoso, por tanto, el que por los menores beneficios da gracias ampliamente" (idem).

3. Abrirse al don de la confianza filial

            La confianza filial, )no es acaso el fruto de la acogida en la fe y en el amor, de la revelación del Misterio trinitario? )no es acaso un rasgo característico del hijo que se sabe amado, tomado sobre sí por alguien más grande que él?

            Uno de los obstáculos a la atención amante a la Presencia de Dios, a la disponibilidad a Su Voluntad y a ponernos en sus manos, )no es, acaso, la preocupación -por sí mismo, por las realidades de este mundo, de mañana-, que impide que nos adhiramos al instante presente, obstruye el corazón y ahoga la semilla de la Palabra? )Cómo podría alguien, inquieto por las preocupaciones egoístas y desordenadas, estar libre para la escucha, la oración de alabanza o la intercesión?

            )Acaso no es también la confianza filial la que nos enseña a aceptar lo real, lo que somos, a nuestra comunidad tal como es; a acoger, por ejemplo, asímismo, el hecho del envejecimiento y la ausencia de vocaciones, como una gracia, como un desafío plantado a nuestra fe y a nuestra esperanza?

            )Creerá y amará nuestro corazón lo suficiente como para confiar y comprometerse sin componendas ni inquietud por el mañana, y en fidelidad al hoy, donde sólo tiene valor de eternidad lo que nace del amor?

            )Aceptaremos entrar más profundamente en la dinámica del Misterio Pascual, misterio del grano que muere "para que todos tengan vida", y creeremos en la fecundidad misteriosa para la Iglesia y el mundo de una vida entregada?

            Nos corresponde a nosotros ser testigos de esperanza, "ser signo de que es posible vivir la inseguridad en la esperanza" (Jean Vanier).

4. Verlo todo en el haz de luz de la Palabra

            (La escucha enseña a ver!

            En el haz de luz de la Palabra nos es dado ver la dimensión profunda de toda realidad, la densidad de Presencia, oculta en el corazón de las realidades humanas, de todo acontecimiento: "aquí hay más que..."

            Es fruto, sí, de la escucha, esa mirada nueva capaz de discernir en cualquier realidad de este mundo la realidad del Reino que en ella está inscrita y que ha de ser integrada en el presente. La mirada del hijo le es dada a la fe que escucha.

5. Comprometerse en una lectio auténtica,

            actividad contemplativa fundamental donde la Escritura se vuelve Palabra personal dirigida hoy por Dios a mi libertad. La Palabra, acogida por un corazón dispuesto a cumplirla, produce:

- un fruto de conocimiento, en el sentido bíblico del término: aproximación al misterio de Dios, de Su designio de Salvación, apertura al misterio del ser nuevo en el Cristo que yo estoy llamado a convertirme;

- un fruto de conversión: la Palabra tiene como misión fecundar la tierra de nuestro corazón, evangelizarla y restaurar en nosotros la semejanza conformándonos con la conducta de Dios. "Es viva y eficaz, pone al desnudo los secretos del corazón", nos ofrece un criterio de discernimiento de espíritus y ajusta nuestras referencias interiores;

- un fruto de oración: nos despierta a las maravillas de la gracia y a la respuesta de acción de gracias. Nos revela nuestro ser pecador a la luz del Rostro Salvador, y nos despierta a la confesión de nuestro pecado y de su Misericordia.

            La frecuentación asidua de la Biblia en la lectio, siembra en nuestro corazón la "memoria Dei" y nos ofrece un espacio de recogimiento, un lugar de escucha privilegiada donde la dimensión de interioridad se hace profunda.

6. Comprometerse también con seriedad en el trabajo, al servicio de la comunidad

            Para el que se entrega a la acción del Espíritu, no existe muro impermeable entre unas actividades espirituales y otras profanas, el servicio fraterno no compite con el servicio de Dios; todo puede convertirse en camino para amar, todo puede liberar una huella de la Presencia del Amado.

            El compromiso en el trabajo -dándolo su justo lugar- es, por tanto, al mismo tiempo, verificación y medio de nuestra unificación progresiva en el amor.

III. Centros de vigilancia

            Para desarrollar condiciones favorables a la orientación del corazón hacia Dios, me parece importante cuidar de modo particular:

1. La atención hacia las personas y el estar ordenados al Cuerpo

            Estimular a las hermanas para que marchen hacia su verdad profunda, en el conocimiento y aceptación de sus limitaciones, de sus desgracias, y a través de la fidelidad a la gracia personal: ese don propio que es "manifestación del Espíritu dado a cada uno con vistas al bien común" (1Cor 12,7).

            Mediante este conocimiento de sí mismo, el desarrollo de las propias potencialidades humanas y espirituales y de su capacidad de oblatividad, va surgiendo en cada uno de los miembros un nuevo ser, que le permite el ordenamiento al Cuerpo, a la Comunidad.

2. La primacía del ser

            Cómo seguir a Jesús, estar como Él vueltos al Padre, sin dar primacía en la vida diaria al hacer o al tener sobre el ser, y tratar de desprenderse sin cesar, mediante una vigilancia lúcida, del hacer-valer, del buscar aparecer, de las falsas seguridades del tener, tanto en el comportamiento personal como en las opciones comunitarias.

            Las exigencias de autenticidad y de pureza de corazón son fundamentales. Las realizaciones exteriores deben derivar de ellas y no ser un objetivo en sí mismas.

3. La desapropiación

            Es una ascesis fundamental que libera el corazón en la entrega de sí mismo a Dios y por la obediencia, y abre las manos para compartir, para el servicio fraterno, a imitación del Hijo que no quiso tener más riqueza que el amor del Padre, ni más alimento que hacer su voluntad.

4. La calidad de vida fraterna

            La vida fraterna es un test de nuestra apertura a Dios y de nuestra relación con nosotros mismos, un criterio de la verdad de nuestra escucha de la Palabra, de la acogida de la buena nueva en nuestra vida.

            Agraciados por la misericordia de Dios, estamos llamados a testimoniar, a cambio, benevolencia, bondad y confianza en nuestro prójimo.

            Cuanto más está el Hijo en el corazón de la Comunidad, más se convierte ésta en signo del Reino, capaz de misericordia, de perdón ofrecido y acogido, de esa mirada de esperanza capaz de suscitar lo mejor en el otro.

            Existen otras realidades de nuestra vida comunitaria que invitan a la vigilancia de la Abadesa y de la Comunidad por causa de su fuerte repercusión en la "obra del corazón" (Isaac el Sirio): el clima de silencio, la soledad, la sencillez de vida, el horario de la jornada, la organización del trabajo, por ejemplo. Pero como no puedo hablar de todo, únicamente me limitaré a mencionar aquí el principio tan importante enunciado por nuestras Constituciones:

            "El monasterio es figura del misterio de la Iglesia. En él nada se anteponga a la             alabanza de la gloria del Padre; no se ahorre esfuerzo alguno para que toda la vida            comunitaria se acomode a la ley suprema del Evangelio..." (CST 3,4).

            "Toda la organización del monasterio tiene como fin que los monjes se unan       íntimamente a Cristo, porque sólo en el amor entrañable de cada uno por el Señor         Jesús pueden florecer los dones peculiares de la vocación cisterciense" (CST 3,5).