Questions cisterciennes
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Cister a la búsqueda de su identidad La Orden Cisterciense
de
la
Estricta
Observancia La tradición cisterciense no es únicamente algo del pasado
sino
más
bien una realidad viva, siempre
en
vías
de
transformación.
En
esta
comunicación desearía
analizar
la
evolución
de
la
Orden
Cisterciense,
en
la
rama
de la observancia
Trapense,
de
1955
a
1975.
La
elección
de
estas
dos
fechas
no responde
a
ningún
criterio
absoluto.
Si
he
escogido
1955
como
punto
de
partida no
es
porque
éste
haya
sido
el
año
de
mi
entrada
en
la
Orden,
sino
porque es el
momento
en
que
ciertas
adaptaciones
importantes
fueron
votadas definitivamente
por
el
Capítulo
general.
1975
es
el
año
del
último
Capítulo general
de
abadesas
que
siguió
al
Capítulo
general
de
abades
del
año anterior. No pretendo hacer una historia completa de la Orden durante
estos
veinte años. Quisiera, simplemente,
describir
con
brevedad
su
evolución
a
lo largo de
este
período,
analizar
algunos
aspectos
más
importantes
de
la
Misma
y,
finalmente,
ofrecer
al
menos
un
principio
de
interpretación
de
lo
que ha ocurrido. I. BREVE DESCRIPCIÓN DE LA
EVOLUCIÓN
DE
LA
ORDEN
1.
Las adaptaciones de 1955 Desde 1946, algunos miembros del Capítulo general habían
propuesto
ciertas adaptaciones. La reacción
de
Dom
Domingo
Nogues,
entonces
Abad general, fue muy dura,
amenazando
con
dimitir
si
se
llevaba
a
cabo
algunas gestiones
de
este
tipo.
En
realidad,
nada
se
hizo.
La
misma
cuestión se suscitó
de
nuevo
cuando
Dom
Gabriel
Sortais
fue
elegido
Abad
general en 1951.
Después
de
consultar
al
Papa,
a
la
Congregación
de
religiosos y a los
abades
de
la
Orden,
Dom
Gabriel
propuso
una
serie
de
adaptaciones que
fueron
votadas
provisionalmente
en
el
Capítulo
general
de
1953 y confirmadas
por
el
Capítulo
general
de
1955,
para
ser
confirmadas
por la Santa
Sede
en
el
curso
del
año
siguiente.
Las
adaptaciones
más
importantes fueron
la
supresión
del
oficio
parvo
de
la
Virgen
que
se
recitaba
antes de cada
hora
del
oficio
canónico;
la
obligación
de
recitar
el
oficio
de
difuntos únicamente
algunas
veces
al
año;
un
nuevo
horario
que
dejaba
algo más tiempo
de
sueño.
Tales
cambios
pueden
parecernos
hoy
de
escasa
importancia,
pero
significaban
mucho
en
1955,
y
fueron
el
comienzo
de
una
nueva
etapa
en
la
historia
de
la
Orden.
2.
Promoción de los estudios y de la
formación Al mismo tiempo, siguiendo las directrices de la Santa
Sede,
se
desarrollaron grandes esfuerzos para
mejorar
la
calidad
de
la
formación
en
los monasterios
de
la
Orden,
y
fue
construida
en
Roma
una
nueva
casa
de
estudios (Monte
Cistello).
Tal
casa
tendrá
una
influencia
notable
en
el
futuro
desarrollo
de
la
Orden. 3. Unificación El tercer gran cambio en la Orden, durante el tiempo
de
Dom
Gabriel,
fue
la
unificación
de
nuestras
comunidades,
es
decir,
la
supresión
de
la
división de las comunidades en dos
categorías.
Este
proyecto
fue
muy
apreciado por Dom
Gabriel,
aunque
no
pudo
realizarse
completamente
hasta
dos años después
de
su
muerte.
Hablaré
de
él
más
adelante. La principal característica de todas las adaptaciones
realizadas
en
el
curso
de
los
diez
primeros
años
del
período
que
estudiamos
es
que
todas
tenían por objeto la persona. Su
finalidad
era
favorecer
una
vida
de
oración más intensa,
un
desarrollo
humano
y
espiritual
mayor,
así
como
una
participación
más
completa
en
la
vida
de
la
comunidad
local. Evidentemente, esta etapa recibió la impronta de la fuerte
personalidad
de
Dom
Gabriel,
aunque
quizás
él
no
fuese
tan
autoritario
como
se
suele pensar. Su gran sensibilidad
le
hacía
consciente
de
las
necesidades
de
los monjes
y
de
las
monjas
de
la
Orden,
y
tenía
por
costumbre
consultar
abundantemente
antes
de
elaborar
la
solución
de
un
problema.
Pero,
una
vez que veía
claro
aquello
que
debía
hacer,
sabía
utilizar
todo
su
ascendiente para llevar
al
Capítulo
general
a
votar
aquella
solución
y
a
realizarla.
Este
tipo
de
liderazgo,
fuerte
y
eficaz,
no
habría
durado
mucho,
probablemente, después
de
los
cambios
de
mentalidad
en
la
época
conciliar.
Dom
Gabriel murió
en
1963. 4. Cambios estructurales de 1963 a 1975 La evolución de los años siguientes se ha centrado más
sobre
las
estructuras, que sobre las personas.
Los
cambios
estructurales
que
se
realizaron
entonces
eran
consecuencias
de
las
adaptaciones
del
decenio
precedente, o venían
exigidas
por
los
documentos
conciliares
y
la
evolución
cultural del tiempo.
Se
requería
un
nuevo
tipo
de
liderazgo
y,
de
hecho,
el
de
Dom Ignacio
Gillet
fue
muy
diferente,
dando
mayor
cabida
al
ejercicio
de
la colegialidad en la elaboración
de
las
soluciones
a
nuevos
problemas. Durante este período, las Conferencias regionales, que habían hecho
su aparición a comienzos de los años 60, adquirieron
una
importancia
cada
vez
más
grande
en
la
vida
de
la
Orden.
En
1963-1964
se
creó
una
Comisión
central, que se transformó en el Consilium generale en 1967, llegando a
ser
el
principal
Consejo
del
Abad
general.
Su
misión
principal
es
la
preparación del Capítulo general. Finalmente, cierto tipo
de
pluralismo
fue
introducido
en
la
legislación
de
la
Orden,
que
se
había
distinguido
en
el
pasado
por
su
uniformidad. II. ALGUNOS ASPECTOS MÁS IMPORTANTES DE ESTA EVOLUCIÓN 1. Formación En el pasado, y quizá no sin razón, los trapenses se
ganaron
una
reputación de incultos. Sucedía a menudo
que
los
maestros
de
novicios
y
los
abades eran
elegidos
entre
personas
que
habían
recibido
una
formación
antes
de
su
entrada
en
la
Orden,
y
que
habían
pertenecido
al
clero
Secular
o
a
una orden religiosa activa.
Dom
Gabriel
lamentó
con
frecuencia
el
infantilismo que encontraba en las casas
de
la
Orden,
incluso
entre
tos
abades
y
abadesas. El desarrollo de los estudios y el perfeccionamiento
de
la
formación en general en la mayor parte de nuestros monasterios
ha
sido
considerable. El estudio de los Padres
cistercienses,
en
particular,
ha
recibido
un
gran impulso. No obstante, es difícil
aún
hoy,
incluso
en
comunidades
numerosas, encontrar personas que
estén
realmente
cualificadas
para
ser
abades o maestros de novicios. Creo
que
la
razón
consiste
en
que
lo
que
habíamos considerado un problema de formación es más
bien
un
problema
de estructura.
Algo
en
las
actuales
estructuras
de
nuestra
vida
cisterciense
hace difícil a cualquiera
el
continuar
madurando
normalmente
después
de
su entrada en la comunidad. También
puede
ocurrir
que
nuestros
esfuerzos
en vistas a una mejor formación
se
hayan
orientado
de
manera
casi
exclusiva hacia la enseñanza de un «modelo» monástico y no
tanto
hacia
el
descubrimiento interior que cada uno debe hacer de su propia vocación personal,
dentro
del
marco
de
una
vida
comunitaria
y
de
una
búsqueda
común. En cuanto a Monte Cistello, su importancia
en
el
desarrollo
de
la
Orden
radica
no
tanto
en
los
estudios
mismos,
cuanto
en
el
sentimiento
de
pertenencia
a
una
misma
Orden
que
ha
promovido
al
multiplicar
los
contactos entre
los
monjes
y
entre
las
comunidades.
Aunque
el
«índice
de
mortalidad» haya sido bastante elevado
entre
los
antiguos
estudiantes
romanos, no debe olvidarse, al menos, que muchos han servido,
y
continúan
sirviendo a sus comunidades
en
cargos
diversos,
como profesores,
maestros
de novicios, abades, etc. 2. Unificación Aunque la mayor parte de los antiguos hermanos conversos
eran
hombres muy
sencillos
que
habían
elegido
libremente
el
camino
de
un
humilde servicio, parecía cada vez
menos
tolerable,
a
comienzos
de
los
años
50, conservar en nuestras comunidades la distinción entre dos clases de religiosos, una de las cuales
gozaba
de
tan
escasos derechos.
Los
Capítulos
generales de
1955
y
1957
tomaron
algunas
decisiones
para
asegurar
a
los
hermanos conversos una mejor formación, así como la posibilidad
de
una
participación
más
total
en
la
vida
de
la
comunidad,
especialmente
a
través
de
la liturgia. Después de algunos años de consulta,
Dom
Gabriel
propuso
elegir entre dos
soluciones.
La
primera
consistía
en
mantener
la
estructura
tradicional, introduciendo algunos cambios con el fin
de
mejorar,
la
situación
de los hermanos
conversos.
La
segunda
solución
era
crear
una
situación
completamente nueva; en la cual todos serían monjes,
con
los
mismos
de
rechos, pero con diversas funciones en el seno de
la
comunidad.
El
Capítulo general
de
1962
se
inclinó
por
esta
segunda
solución.
Cuando
Dom Gabriel murió en 1963, tenía casi terminado un
largo
documento
sobre. esta cuestión que serviría de base para las decisiones finales
del
Capítulo general
de
1965. Siempre se pensó que la humilde «vocación» de los
hermanos
conversos debería
conservarse.
Pero
nunca
se
llegó
a
expresar
claramente
qué
se
entendía
por
la
expresión
«vocación
de
los
hermanos
conversos»,
y
ésta
es
precisamente, hasta nuestros días, una fuente de dificultades
y
tensiones
en
ciertos campos.
Unos
entienden
que
los
hermanos
conversos
deberían
conservar
sus
derechos,
permaneciendo
como
un
grupo
diferente
en
la
comunidad, y que las comunidades deberían continuar recibiendo
como
postulantes a jóvenes
que
deseasen
pertenecer
a
este
grupo,
proporcionándoles
su
propio noviciado, etc. Pero la mayor parte piensa
que,
en
una
comunidad
unificada y
sin
clases,
cabría
mejor
la
posibilidad
de
una
gran
variedad
de
«vocaciones» personales, y que cada monje estableciese,
de
acuerdo
con
su
abad el equilibrio
que
le
convendría
personalmente
entre
trabajo
manual,
oficio
divino,
oración
privada,
lectio
divina,
etc.
Este
era,
ciertamente,
el
sentido de la decisión tomada por
el
Capitulo
general
de
1965.
Desgraciadamente, el decreto otorgado por la Santa Sede, reintroducía las dos clases
de
monjes
al
distinguir
entre
los
hermanos
«choro
addicti»
y
los
hermanos «choro non addicti». Espero que cuando se redacten
las
nuevas
constituciones si llegan a realizarse ,
podrá
clarificarse
esta
situación.
Actualmente da la impresión de que muchos encuentran más
fácil
volver
a
la
situación anterior,
con
las
dos
clases
de
monjes,
antes
que
enfrentarse
a
la
tarea de crear un nuevo tipo de comunidades
unificadas
y
pluralistas. 3. Conferencias regionales Desde que el Capítulo general de 1960 determinó celebrar los capítulos generales cada dos años, se manifestó el deseo de
convocar
reuniones
regionales
de
abades.
No
obstante,
el
temor
del
regionalismo
era
entonces
tal, que el Capítulo general, aún autorizando encuentros
informales
y
amistosos
entre
los
abades,
precisó
que
éstos
nunca
deberían
tomar
posición como grupos ante una determinada cuestión. A
pesar
de
todo,
la
situación
evolucionó
rápidamente,
y
cuando
en
1965
el
Capítulo-general
revisó
este
voto,
las
Conferencias
regionales
ya
habían
adquirido
una
función importante en la Orden, sobre todo para la preparación
del
Capítulo
general.
Después
de
este
tiempo
su
importancia
no
ha
cesado
de
aumentar
como lazo de unión entre las comunidades locales y
el
gobierno
central
de
la Orden. En varias ocasiones se propuso dar a las Conferencias
regionales
un
estatuto jurídico claro, pero la
idea
fue
rechazada
una
y
otra
vez,
aunque
el
Capítulo general
había
confiado
a
las
Conferencias
regionales
el
estudio,
e
incluso, en
ciertos
casos,
la
resolución
de
un
número
cada
vez
más
elevado
de
asuntos.
La
opinión
general
era
que
la
carencia
de
estructura
o
de
estatuto jurídico
les
permitiría
desenvolverse
con
más
libertad,
según
la
situación y las
necesidades
propias
de
cada
país.
Éste
ha
sido
realmente
el
caso durante
cierto
tiempo.
Pero
tal
vacío
jurídico
ha
comenzado
a
tener
actualmente efectos
secundarios
perjudiciales,
uno
de
los
cuales
ha
sido
la
aparición de
cierta
especie-
de
oligarquía. Cuando fueron creadas la Comisión central y, más tarde, el Consilium
generale,
se manifestó el temor de que esa especie de oligarquía se introdujese
en
el
gobierno
de
la
Orden.
Sin
embargo,
en
la
actualidad,
este
tipo
de
poder oligárquico parece haberse introducido subrepticiamente
a
través
del
sistema
de
Conferencias
regionales. Algunas regiones, a causa de su extensión, de su situación
geográfica,
de las competencias de ciertos de
sus
miembros,
así
como
de
otros
factores,
ejercen una
influencia
decisiva
no
solamente
en
la
preparación
del
Capítulo
general, sino
también
sobre
la
misma
toma
de
decisiones.
Y,
como
a
veces
ocurre que
en
cada
una
de
estas
regiones
existen
algunas
personas
más
influyentes,
una
pequeña
«intelligentia»
puede
ejercer
fácilmente
un
influjo decisivo
sobre
la
evolución
—o
sobre
la
ausencia
de
evolución—
en
el
conjunto de
la
Orden. Los abades que no pertenecen a ninguna región, o pertenecen
a
una
reducida o geográficamente desfavorecida,
tienen
poca
cosa
que
hacer,
aparte de dar su
voto
en
el
Capitulo
general
por
una
u
otra
de
las
soluciones
elaboradas antes
de
los
Capítulos
por
las
Conferencias
regionales
influyentes
y
retenidas
por
el
Consilium
generale.
En
el
momento
crucial
de
formular
lis cuestiones, no tienen posibilidad
de
intervenir.
Esto
puede
suceder
especialmente cuando el status quaestionis ha sido elaborado antes del
Capítulo,
a
través
de
los
contactos
y
entrevistas
entre
dos
o
más
regiones,
como ocurrió en 1974 en el caso concerniente a la
duración
de
la
función
abacial. Otro inconveniente de limitarse casi exclusivamente
a
las
Conferencias
regionales
para
la preparación
del
Consilium
generale
es
que
este
procedimiento concede escaso margen a las
instituciones,
al
pensamiento
creador
y
a las experiencias proféticas de los monjes de la
base
de
llegar
al
Capítulo
general a través del complejo entramado
de
las
reuniones
regionales
y
del
Consilium generale. El pensamiento
creador
y
la
experiencia
profética
son
siempre patrimonio de una pequeña minoría, la cual
tiene
muy
pocas
posibilidades
de
verse
mencionada
en
un
informe
local,
y
menos
aún
en
uno
regional, dado
que
estos
informes
deben
presentar
una
imagen
general
—y
necesariamente un tanto superficial— de las cosas.
Todo
esto
hace
que
se
debería dar
a
las
Conferencias
regionales
un
estatuto
jurídico
bien
definido
y claramente delimitado si queremos establecer en
la
Orden
una
verdadera
colegialidad
y
salvaguardar
el
derecho
de
participación
de
cada
abad
y
cada
monje. 4. Las dos ramas de la Orden Sería necesario un libro entero para tratar la cuestión
de
la
relación
entre la rama femenina y la
rama
masculina
de
la
Orden.
Simplemente
me
limitaré a
indicar
que
en
este
campo
sería
muy
oportuno
poner
a
punto
una
situación jurídica
más
clara. En 1958, las abadesas de la Orden celebraron una primera
reunión
en
Císter para estudiar las adaptaciones
de
sus
usos,
en
la
línea
del
Capítulo
general
de
abades
de
1955.
Otra
reunión
del
mismo
género
se
tuvo
en
1968,
a continuación
del
Capítulo
general
de
aggiornamento de los abades,
en
1967. Además, las abadesas celebraron
sus
dos
primeros
Capítulos
generales en 1971
y
1975.
Durante
estos
veinte
últimos
años,
las
monjas
de
nuestra Orden
han
experimentado
la
tensión
entre
la
aspiración
a
una
mayor
autonomía
y
el
deseo
de
permanecer
en
el
interior
de
la
misma
Orden
que los monjes.
En
este
sentido,
se
han
mostrado
particularmente
reticentes a las presiones
ejercidas
sobre
ellas
por
la
Santa
Sede
para
liberarlas
completamente
de
las
influencias
del
Capítulo
general
de
los
monjes. Actualmente, su situación jurídica no está clara del
todo.
Durante
cierto tiempo, se consideró, y con
razón,
que
esta
ausencia
de
estructuras
rígidas
y
claras
favorecía
una
evolución
normal
y
fructuosa
de
la
situación.
No obstante,
y
como
en
el
caso
de
las
Conferencias regionales,
esta falta
de
claridad en .el estatuto jurídico comienza a tener
efectos
negativos.
Algunas
cuestiones importantes no son
resueltas
ni
por
el
Capítulo
general
de
abades. que no tiene autoridad sobre la rama femenina, ni por el de
abadesas,
que
no
tiene
aún,
o
no
cree
tener,
poderes
legislativos
suficientes.
Además,
la mayor parte de los temas verdaderamente
importantes
tratados
por
uno
u otro de los
Capítulos,
son
en
realidad
cuestiones
«mixtas»
que
conciernen a todos
los
cistercienses.
Si
sucede,
por
ejemplo,
que
uno
u
otro
de
los
Capítulos rechaza
un
tipo- de comunidad
o
un
tipo
de
liderazgo
como
contrario al espíritu cisterciense,
tal
decisión
implica
premisas
que
conciernen a todos los miembros de la Orden.
Si
las
monjas
continúan
formando
parte de la Orden, y teniendo al mismo tiempo su propio
Capítulo
general
por separado, habrá que buscar otros lazos jurídicos
y
modos
de
comunicación, además
de
tener
el
mismo
Abad
general
y
Padres
inmediatos. 5. Pluralismo Un último aspecto que desearía analizar, quizás de los
más
importantes en la evolución de la Orden
durante
este
período,
es
el
del
pluralismo.
A
pesar de una
fuerte
tradición
de
uniformidad,
el
pluralismo
existía
de
facto
en la Orden, aunque no fuese admitido
por
la
legislación,
mucho
antes
de
la promulgación
del
Estatuto
de
Unidad
y
Pluralismo
por
el
Capitulo
general de 1969.
Por
esta
razón,
cada
Capítulo
general
tenía
la
costumbre
de
votar
una
lista
—a
veces
bastante
larga—
de
excepciones
y
dispensas
concedidas a ciertos
monasterios.
Cuando
la
Santa
Sede
ratificó
en
1956
las
decisiones del Capítulo
general
de
1955,
permitió
a
los
monasterios
que
lo
desearan, con
el
consentimiento
del
Abad
general
y
su
Consejo,
conservar
el
oficio parvo
de
la
Santísima
Virgen.
Dom
Gabriel,
a
quien
asustaba
la
idea
de una diversidad
de
observancias
entre
las
comunidades,
hizo
tal
lamentación contra
el
uso
de
este
privilegio,
que
nadie
lo
solicitó.
Este
hecho
lo
mencionó
en
el
curso
del
Capítulo
general
siguiente
como
un
signo
de
unidad y buen
espíritu
en
la
Orden!
No
obstante,
el
Capítulo
general
de
1967,
al permitir a los monasterios hacer
experiencias,
especialmente
en
materia
litúrgica,
introdujo
oficialmente
y
de
lacio,
un
gran
pluralismo
en
la
Orden. Por muy sorprendente que esto sea, no parece que exista
más
pluralismo en la Orden después del Estatuto
de
Unidad
.1,
Pluralismo
en
1969,
que
el que se daba
antes
—puede
ser
que
menos.
Por
mi
parte
pienso
que
este
Estatuto no
ha
sido
la
bendición
que
se
había
esperado,
y
esto
por
varias
razones. En
primer
lugar,
el
pluralismo
no
fue
elegido
ni
aceptado
como
un
medio positivo
para
expresar,
de
diversas
maneras
complementarias,
las
distintas facetas
del
carisma
cisterciense,
sino
como
un
medio
para
evitar
una escisión
en
la
Orden—
escisión
que
de
ninguna
manera
se
hubiera
probablemente
realizado.
De
hecho,
lo
que
ha
sucedido
es
que
el
estatuto
se
ha
convertido a
la
vez
en
una
confirmación
del
van,
quo
y
en
un
instrumento
de
control.
Por
una
parte
reconoce
el
derecho
de
las
comunidades
que
no
deseen evolucionar
a
no
ser
interpeladas
ni
obligadas
a
entra;
por
el
camino
de
la
renovación.
Por
otra,
las
normas
y
directivas
que
contenía
el
Estatuto
han
sido
utilizadas
en
las
Visitas
regulares
y
en
los
Capítulos
generales
de
1971 y 1974
para
ejercer
un
control
más
rígido
que
antes
sobre
las
experiencias que había permitido el Capítulo
general
de
1967.
Todo
esto
explica
por
qué el Capítulo general de 1969, aún siendo bajo ciertos aspectos un mimen en la historia de la Orden, ha señalado igualmente
el
comienzo
de
una
disminución en el movimiento renovador de la Orden. III. UNA CRISIS DE IDENTIDAD Después de este análisis de la evolución de la Orden
durante
los
veinte
últimos años, desearía ofrecer un
principio
de
interpretación.
Ciertos
psicólogos hacen
una
importante
distinción
entre
«identificación»
e
«identidad» en el
desarrollo
de
una
persona.
El
niño
se
identifica
con
sus
padres
o
con un héroe, el joven con el papel
que
desempeña
o
las
cosas
que
realiza.
Cuando
uno
llega
a
superar
esta
etapa
de
identificación,
se
convierte
en
adulto;
descubre
su
verdadero
«yo»,
y
llega
de
este
modo
a
la
etapa
de
la
«identidad» —lo cual no se realiza sin atravesar antes
una
crisis—.
Este
proceso
se
aplica
a
un
grupo
tanto
como
a
un
individuo,
y
mi
opinión
es
que la Orden ha vivido una larga crisis de identidad
durante
los
últimos
veinte
años.
Hasta
1969,
se
ha
orientado
hacia
una
identidad
renovada;
pero después de 1969, y especialmente después de 1971,
creo
que
se
ha
producido
un
retorno
gradual
a
la
situación
menos
exigente
de
identificación
con
un
«modelo»
canonizado.
¡Resulta
más
fácil
y
tranquilizador
identificarse con un glorioso pasado que afrontar
audazmente
nuevas
experiencias!
Esta
crisis
de
identidad
a
la
que
acabo
de
referirme,
concierne
a
la
identidad
del
monje
y de la comunidad cisterciense, así como a la naturaleza de la Orden y a la función del Capítulo general. 1. Identidad del monje cisterciense Desde que algunos aspectos de nuestra vida fueron modificados
en
1955, la pregunta sobre cualquiera
de
ellos
podría
plantearse
en
los
siguientes
términos:
¿Es
esto
esencial
a
la
identidad
cisterciense?
¿Cómo
distinguir
lo que es propio
del
carisma
cisterciense
y
lo
que
depende
simplemente
de
un contexto
cultural
del
pasado?
¿Dónde
se
encuentra
la
línea
de
separación entre aquello que es auténticamente
monástico
y
lo
que
no
lo
es?
¿Con
qué criterios podemos responder a tales preguntas? Escribiendo a los abades de la Orden, después de la reunión de Westmalle, a propósito de seis monjes de Achel de emprender un nuevo tipo de fundación simplificada, Dom Ignacio mencionaba la
necesidad
de
redactar
una
definición
de
la
vida
cisterciense
que
pudiera
servir
de
criterio
para
juzgar otros proyectos similares
que
pudiesen
surgir.
Durante
los
años
siguientes
se
elaboraron
varias
definiciones
de
la
vida
monástica
y
cisterciense,
pero ninguna de ellas fue juzgada
completamente
satisfactoria.
El
Capítulo
general de 1969 decidió redactar
no
una
definición,
sino
una
declaración
que fuese la afirmación de los valores
que
los
cistercienses
de
hoy
se
sienten
llamados a vivir y que constituyese, al mismo tiempo,
un
compromiso
de
vivirlos.
Por
su
misma
naturaleza,
tal
declaración
necesita
ser
adaptada
continuamente
según
la
nueva
percepción
que
podemos
tener
de
las
exigencias
de
Dios
sobre
nosotros
como
cistercienses
del
siglos
XX.
Lamentablemente, era grande la tentación de considerar esta
declaración
como
la
descripción
de
un
modelo
con
el
cual
deberíamos
identificarnos,
al
menos
durante
las
próximas
generaciones,
y
hemos
sucumbido
a
esa
tentación.
2.
Identidad de la comunidad El tipo de comunidad unificada, decidido por el Capitulo
general
de
1965,
ha
supuesto
una
innovación
muy
seria,
cuyas
consecuencias
apenas
se han percibido hasta ahora. El hecho de aceptar
un
gran
pluralismo
en
el
interior
de
la
misma
comunidad
y
de
sustituir
la
distinción
entre
dos
clases
de monjes por el reconocimiento y el respeto a la
vocación
individual
de
cada
uno,
implica
un
tipo
nuevo
de
formación
y
también
un
estilo
nuevo
de
liderazgo.
La
decisión
de
1969
sobre
el
pluralismo,
al
exigir
un
diálogo
y
un
consensus comunitarios, así como la decisión de 1974, concerniente a la duración de la función abacial, han modificado también
considerablemente
el
equilibrio
interno
entre
los
diversos
elementos
de
la
vida
de
una
comunidad
cisterciense. Un estudio detallado y multidisciplinar
de
lo
que
implican
para
las
comunidades
locales
las
decisiones
de
los
tres
últimos
Capítulos
es
de
todo punto necesario.
3.
La naturaleza del Capítulo general. Durante muchos siglos, el Capitulo general había sido
esencialmente
un órgano de control, consistente,
ante
todo,
en
la
lectura
de
las
cartas
de
visita. Cuando
los
Capítulos
generales
de
1953
y
1955
dedicaron
la
mayor
parte de su
tiempo
a
discutir
sobre
la
adaptación,
la
función
del
Capitulo
general quedó,
evidentemente
modificada.
Esto
llegó
a
hacerse
más
claro
aún desde el
momento
en
que
los
Capítulos
general
de
1967
y
1969
emprendieron la tarea de revisar las Constituciones
y
actualizar
las
estructuras
de
gobierno de la Orden. El control ejercido sobre las comunidades locales
siempre había sido considerado como el ejercicio de
su
función
pastoral. No obstante, después que el Capítulo general de 1969
devolvió
a
las
mismas, a través
del
Estatuto
de
Unidad
y
Pluralismo,
gran
parte
de
las
responsabilidades que se habían reservado-
en
el
pasado
al
gobierno
central
de
la Orden, quedó menos claro de qué manera podría y
debería
el
Capítulo
ejercer en el
futuro
su
misión
pastoral
de
cara
a
las
comunidades
locales. La cuestión de la identidad y naturaleza del Capítulo
general,
fue
explícitamente
suscitada
en
el
Capítulo
general
de
1971,
pero
no
recibió
una respuesta precisa, aunque hubo
confrontación
entre
dos
concepciones
distintas. Para
unos,
el
Capítulo
general
especialmente
en
nuestra
época
de
renovación,
debería
ejercer,
ante
todo,
una
función
animadora,
mientras
que otros pensaban
que
debería
conservar
más
bien
una
función
de
control. ¡Esta
última
posición
ha
prevalecido,
ciertamente,
en
1971
y
en
1974! En 1974 hemos vuelto al antiguo método de leer un informe
sobre
cada casa de la Orden, y el mismo
sistema
ha
sido
utilizado
de
nuevo
en
el
Capítulo general
de
1977.
Dicho
método
presenta,
ciertamente,
algunas
ventajas, pero
sería
necesario
una
uniformidad
mucho
mayor
en
la
manera
de
preparar
los
informes
para
que
resultase
realmente
eficaz.
Y
tiene
también sus limitaciones.
¿Qué
hacer
con
estos
informes
después
de
haberlos
escuchada? Hay
abades
que
esperan
que
el
Capítulo
general
aporte
soluciones a los
problemas
locales.
Es
más
fácil,
en
efecto
decir
a
un
monje:
«Esto está
definido
por
el
Capítulo
general»,
que
ayudarle
a
ver
por
sí
mismo si lo que
desea
hacer
es
a
no
compatible
con
su
vocación
monástica.
Sin
embargo, otros
abades
son
conscientes
de
que
la
mayor
parte
de
los
problemas más serios
que
encuentran
son
problemas
de
tipo
personal.
Y
en
lo
que
respecta a
estos
problemas,
ni
un
Capítulo
general,
ni
una
visita
regular
pueden decir
nada
a
los
abades
que
esperan
algo
de
ambos 4. Naturaleza de la Orden Relacionada con esta cuestión de la naturaleza del
Capitulo
general
se
plantea también
la
naturaleza
de
la
Orden.
¿La
Orden
es
primordialmente
una «Comunidad de comunidades» que se ayudan mutuamente
en
su
búsqueda, o es
por
el
contrario
una
estructura
jurídica
destinada
a
proteger
a
las comunidades locales contra ellas
mismas?
El
hecho
de
pertenecer
a
una
Orden internacional debería ensanchar nuestros horizontes
y
darnos
una
visión penetrante
de
los
grandes
problemas
de
la
Iglesia
y
del
mundo.
Por
muy sorprendente que parezca, la
evolución
de
nuestra
Orden
en
los
últimos decenios ha estado marcada, al menos a nivel de gobierno central, por
una ausencia casi total de conciencia
social.
Es
igualmente
significativo
subrayar que la experiencia de nuestros monasterios del
Tercer
Mundo
ha
causado poco impacto en los
Capítulos
generales.
La
mayoría
de
los
superiores de estas casas no hablaban en ellos porque las
cuestiones
que
se
discutían comportaban escaso
interés
—si
es
que
tenían
alguno—
para
las
situaciones en las que ellos vivían, y aquellos que hablaban,
expresaban
a
menudo, la mentalidad y las
preocupaciones
del
país
de
los
fundadores,
más
que
del
país
de
la
fundación. CONCLUSIÓN Y PROSPECTIVAS Es importante hacer una distinción entre reforma y renovación.
Una
reforma
es
la
adaptación
de
uno
o
varios
aspectos
de
una
realidad
para
hacerla
más
adaptada
a
una
situación
nueva.
Una
renovación
es
un
reajuste
interno y radical del conjunto de
los
elementos
esenciales
de
una
realidad,
para permitirla
encontrar
su
identidad
fundamental
en
un
contexto
completamente
distinto. En el curso de veinte años, entre I955 y I975, se ha derrochado una gran dosis de energía en la reforma de la Orden
Cisterciense
de
la
Estricta
Observancia.
Ciertos
gestos
realizados
fueron
audaces
y
hubiesen
podido
tener serias consecuencias. En un momento dado, especialmente
en
1967
y
1969,
daba
la
impresión
de
que
una
verdadera
renovación
estaba
a
punto
de
producirse,
es
decir,
el
paso
a
una
«identidad»
redescubierta
y
renovada.
Mi
opinión
es
que
en
algún
momento,
en
la
cima
de
esta
evolución,
hemos fallado el blanco y nos hemos replegado hacia
una
actitud
de
identificación,
—identificación
con
un
modelo
en
parte
adaptado—.¡
Parece
que
la
dosis
de
reforma
que
hemos
ingerido
ha
sido
justamente
la
suficiente
para
vacunarnos
contra
la
renovación! Algunas decisiones que parecían ser signos de apertura,
como
el
permiso para los ermitaños de vivir
fuera
de
la
propiedad
del
monasterio,
el
estatuto sobre
fundaciones
simplificadas
y
la
adaptación
de
casas
anejas
pueden
haberse
convertido
simplemente
en
procedimientos
esterilizantes
que conducen
a
la
marginación
de
algunos
de
los
elementos
creadores
de
nuestras comunidades.
¿No
es
esta
la
forma
con
que
nuestra
sociedad
post-
industrial
—con
la
cual
nosotros
estamos
comprometidos—
se
protege
contra aquéllos de sus miembros
que
la
incomodan? Hay actualmente un número bastante abundante de novicios
en
varias
de nuestras
comunidades.
En
general
parecen
maduros
y
bien
instruidos.
Muchos de ellos han estado implicados en una u otra forma
de
contracultura.
Han
experimentado
todas
las
formas
de
desarraigo
y
por
eso
aprecian la seguridad y la solidez de la tradición monástica. La mayor parte
son
sensibles
a
la
Tradición.
Valoran
los
Padres
del
desierto
y,
especialmente,
los Padres cistercienses; y se muestran muy poco
interesados
por
el
aggiornamento
y
las
reformas
estructurales.
Al
venir
a
nuestros
monasterios
buscan
una
verdadera
vida
contemplativa,
y
serán
buenos
monjes. No obstante, llegará un día —y probablemente muy pronto—
en
que
casi todos ellos
deberán
elegir
entre:
o
bien
pasar
su
vida
en
una
actitud
de
identificación con un modelo, dicho cisterciense, o bien descubrir su propia identidad cisterciense, personal y comunitaria, en
el
contexto
histórico
y
cultural
de
finales
de
los
años
setenta,
o
comienzos
de
los
años
ochenta.
Si
eligen la primera solución, tendremos comunidades
pacíficas,
fáciles
de
gobernar,
dando
testimonio
de
un
pasado
admirable.
Si
escogen
la
segunda
posibilidad y la realizan, se darán cuenta probablemente,
de
que
existen
aún
varios
elementos
estructurales
en
la
actual
forma
de
vida
cisterciense
que impiden realizar tal aspiración en lugar de favorecerla.
Y
es
muy
probable
que
luchen
por
subsistir.
En
este
caso,
pueden
ocurrir
varias
cosas.
Es posible que se vean arrojados, como muchos antes
que
ellos,
en
el
limbo
de
la
marginación
por
aquellos
que
se
han
arrogado
el
privilegio
de
transmitir intacto a las generaciones venideras el modelo
cisterciense.
Puede
ocurrir
que
algunos
de
ellos
abandonen
el
nuevo
Molesmes
por
un
nuevo
Cister. Y puede suceder también que el milagro tanto
tiempo
esperado,
se
cumpla,
y
realicen
una
verdadera
renovación
espiritual
en
el
interior
mismo
de la Orden. ¡Siempre hay lugar para la esperanza! Armando VEILLEUX Mistassini - Kalamazoo Mayo, 1977 Traducido por JOSÉ RAMÓN SÁNCHEZ Monje de Viaceli
[1]
NDLR. El presente artículo es la
comunicación
presentada
por
el
P.
Armando
Veilleux en la Conferencia cisterciense del mes de Mayo de 1977, en el Instituto medieval de la Universidad de Western Michigan,
Kalamazoo,
U.S.A.
Es
la
versión
abreviada
de
un
estudio
de
150 páginas que el autor publicará próximamente.
Texto
francés
en
Collectanea
Cisterciensia
39
(1977)
273-285 |
|
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