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Octavo domingo ordinario « A »
Isaias 49, 14-15, 1 Cor 4, 1-5 ; Mateo 6, 24-34
Homilía
Jesús nos compara con los
pájaros del cielo y con las flores del campo. Tenemos por cierto mucho en común
con ellos. Pertenecemos al mismo mundo biológico o animal. Sin embargo hay algo
que los pájaros y las flores no tienen y nosotros sí : es nuestra capacidad de expresar nuestras necesidades en palabras. Cuando una
necesidad se expresa en palabras, no es solamente una necesidad. Se ha
convertido en un deseo, una súplica, un requerimiento – algo que establece una
presencia, una relación y, finalmente amor. Cuando, tanto en cuanto de ser
humano, expreso a alguien un deseo,
yo no pido simplemente una cosa. : yo le pido a
alguien que responda a mi necesidad. Yo le pido que me ame lo suficientemente
para que me muestre su afecto satisfaciendo mi necesidad.
Podemos entonces percibir
toda la profundidad del mensaje del profeta Isaias cuando compara el cuidado que Dios nos brinda al afecto de una madre.
« Aún si una madre pudiera olvidar al hijo de sus entrañas yo no te
olvidaré » le dice Dios a jerusalen.
Y, en el Evangelio, Jesús
compara también a Dios a un Padre que sabe de todo lo que tenemos necesidad. No
debemos tener ninguna preocupación de la manera que nuestras necesidades serán satisfechas.
La esencia del mensaje de Jesús en este texto es que nosotros no debemos estar
preocupados, ni inquietarnos. Evidentemente, Jesús no se opone a que le
expresemos nuestras necesidades a nuestro Padre. Por el contrario, nos invita a
hacerlo. Pero nos repite sin cesar: « No se preocupen. »
Una vez más,
Jesús habla aquí del desapego, que debe ser la característica de todo Cristiano. Sus palabras recuerdan aquellas de las bienaventuranzas,
y especialmente aquellas de la felicidad prometida a los pobres. Se debe ser
realmente libre para entrar en el reino ; es
porque, por otro lado, es más fácil, dice, que un camello pase por el ojo de
una aguja a que un rico entre el reino.
No podemos buscar el reino –
nosotros no podemos vivir en una unión constante y consciente con Dios, si
estamos demasiado preocupados de nuestras necesidades – y no solamente de
necesidades materiales. Un sufrimiento intenso o el hambre no se pueden
esconder, evidentemente. Pero nosotros podemos llevar heridas morales o
síquicas que pueden envenenar nuestra vida - y las de los otros durante años
antes que nos demos cuenta. Si nosotros no las reconocemos por lo que son,
ellas pueden limitar seriamente nuestra capacidad de relacionarnos con nuestros
hermanos y hermanas, y también con Dios. Expresar estas necesidades a Dios
conlleva la mejor manera de reconciliarse con ellas.
Y es porque la
relación entre la persona que tiene una necesidad y aquella a la cual se le
expresa, al responder es una relación de amor, Jesús nos explica que hay un
total antagonismo entre Dios, que él llama Abba y al dinero le da el nombre de Mammon. El amor es
celoso, y no se puede mantener estos dos amantes o servir a estos amos.
El profeta Exequiel expresa esto
también de una manera vívida cuando le reprocha al pueblo de Israel el buscar
su seguridad en alianzas humanas antes que en Dios. « Mi pueblo ha
cometido dos pecados, dice el Señor. Ellos me han abandonado, yo la fuente de
agua viva, y se han cavado cisternas – cisternas agrietadas que no retienen el
agua.
Si nosotros recorremos el jardín
de nuestro corazón y de nuestra vida, descubriremos probablemente una buena
cantidad de cisternas agrietadas que nosotros hemos cavado a lo largo de los
años para protegernos de toda eventual necesidad. Si dejamos a las cisternas
que se sequen completamente, seremos entonces ricos en la ternura de Dios que
jamás nos faltará.
Por el momento
acerquémonos con un corazón de pobre, a la mesa donde él nos ofrece el Pan de
la vida Eterna.
Armand VEILLEUX
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