Domingo 32 del tiempo ordinario (C )
 

2 M 7, 1-2. 9-14 /

2 Tes 2, 16- 3, 5 /

Lc 20, 27-38



Los Saduceos de este Evangelio no se muestran verdaderamente interesados en aprender algo de Jesús. Lo que en verdad desean es tenderle una trampa. Habida cuenta de que no creen en la resurrección, quieren mostrar cómo semejante creencia conduce a consecuencias ridículas. La respuesta de Jesús es más bien misteriosa. En realidad, da la impresión de que quiere sencillamente mostrarles que es precisamente su concepción la que cae en el ridículo. Están tratando de “imaginarse” lo que va a ser la vida tras de la muerte, cosa que es de todo punto imposible ya que no se puede “imaginar” algo más que utilizando “imágenes” tomadas de nuestra vida actual, vida que es limitada. Ahora bien, la vida tras muerte se halla más allá de todas esas imágenes y de todos esos límites. No será una nueva vida. Será la misma vida, pero liberada de todas las limitaciones de la actual existencia.

Hay otra cosa que me parece interesante en las lecturas que hoy hemos escuchado. Es el punto de contacto que se da entre la primera lectura tomada del libro de los Macabeos y el Evangelio. Por supuesto que se da ya un punto de contacto evidente en el hecho de que ambas lecturas expresan la fe en la resurrección de la carne. Pero se da asimismo un punto de contacto menos evidente, pero no por ello menos importante. Es el hecho de que el movimiento de los Saduceos se ve relacionado, en sus orígenes, con la revuelta de los Macabeos. Lo cual puede asimismo enseñarnos alguna cosa.

El primer gran período en la historia del pueblo de Israel fue el tiempo del Éxodo, cuando a través de la experiencia del desierto el Señor fue constituyendo a su pueblo. El segundo gran período fue el tiempo del destierro, a lo largo del cual, a través de la enseñanza de sus profetas el Señor preparó el renacimiento de su pueblo. El fruto más bello de este período lo constituyó el movimiento de los Hassidim, de los piadosos, ente los cuales se hallaban los Anawim, es decir los Pobres del señor.

Tras el retorno del “pequeño resto” a la tierra de Israel, y un nuevo sometimiento a un poder extranjero, cuando las autoridades paganas querían obligar por la fuerza a los Judíos a apostatar, la revuelta de los Macabeos contra el poder pagano halló su apoyo principalmente en el movimiento carismático de los Hassidim y de los Pobres del Señor.

Por desgracia, la revuelta de los Macabeos, que en un principio constituía un movimiento profundamente espiritual, se convirtió rápidamente en un poder político que aceptó varios compromisos con las autoridades paganas, hasta el punto de que uno de los Macabeos se convirtiese en rey de Israel y Sumo Sacerdote, sin que perteneciese ni a la familia real ni a la familia sacerdotal. Era ya demasiado todo esto para los fieles del Señor que se separaron de este poder en un movimiento de revuelta. De esta revuelta espiritual nacieron tres grandes grupos espirituales: los Fariseos, los Saduceos y los Esenios (grupo de carácter “monástico”, del que todos hemos oído desde los Descubrimientos de Qumran).

Los Fariseos y los Saduceos ejercieron una influencia espiritual grande y profunda sobre el pueblo de Israel, preparándolo para la venida del Mesías. Pero para cuando vino el Mesías, esos movimientos habían pedido su savia espiritual. Preocupados en preservar sus tradiciones no supieron abrirse a la nueva luz de que era portador Jesús. Desde entonces se convirtieron en dos partidos sumamente conservadores, tanto en lo religioso como en lo político, cosa que sucede fácilmente co quienes habiendo adquirido poder, honor y riquezas, no tienen interés alguno en que las cosas cambien.

¿No hay en todo ello una lección y una puesta en guardia para nosotros? Todo esto nos invita a estar siempre atentos, como comunidad eclesial y como comunidad monástica, para no caer en el peligro de la esclerosis y de la tibieza. No pocos movimientos en la historia de la Iglesia comenzaron con un gran entusiasmo carismático, para más tarde fosilizarse. El monacato no se ha mantenido en la Iglesia más que porque ha conocido periódicamente movimientos de reforma y de conversión.

Lo que para nosotros, lo mismo que para los Saduceos es importante, no es tanto el descubrir, a través de nuestra imaginación - o por revelaciones privadas - a qué se asemejará la vida tras la muerte, sino el continuar, como comunidad lo mismo que como individuos, un movimiento de conversión. Sólo así podremos, al cabo de nuestra peregrinación terrena, vernos reunidos con todos nuestros hermanos y hermanas en el “Hoy” eterno de Dios.

Armand Veilleux 

 

 

 

 

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