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21 de mayo de 2011 - Encuentro Internacional de los Laicos Cistercienses Misa votiva del Santo Espíritu Actos 2,1-11; 1 Cor 12,3-7, 12-13; Juan 7,37-39 Homilía Queridos Hermanos y Hermanas, Hace alrededor de 25 años que pequeños grupos de laicos comenzaron a formarse al lado de distintas comunidades cistercienses, deseando encarnar en su vida de laicos en el mundo los valores esenciales vividos por los monjes y las monjas de la Orden cisterciense en sus monasterios. Los Capítulos Generales sucesivos de El carisma cisterciense no pertenece en particular a nadie; no pertenece a las Órdenes cistercienses oficialmente reconocidas. Pertenece a la Iglesia, es decir, a todo el Pueblo de Dios. Confiando que lo que se vive en sus grupos les vincula a un gran movimiento del Espíritu Santo, más grande que cada uno de sus grupos, Ustedes se reúnen aquí en Dubuque, en primer lugar para comulgar en esta gracia común. Quieren también compartir entre ustedes cómo viven esta gracia e intercambiar sobre lo que Dios espera de lo que los Capitulares de 2008 reconocieron como una nueva expresión del carisma cisterciense. El Espíritu Santo está presente en medio de nosotros. Está presente durante esta celebración, y nos acompañará en todos nuestros intercambios. No habrá probablemente lenguas de fuego que descenderán sobre En la tradición de nuestra Orden, comenzamos cada momento importante de la vida de una comunidad - por ejemplo una elección abacial o una Visita Regular - por una Misa del Espíritu Santo, como lo hacemos hoy. Sentimos la necesidad de la luz del Espíritu. ¡Pero atención! No se trata pedir una intervención exterior extraordinaria del Espíritu Santo que nos dirá lo que debemos decidir. Se trata más bien de pedir la gracia de estar atentos al Espíritu de Dios ya presente en cada uno de nuestros corazones. Se trata sobre todo de pedir la gracia de la pureza de corazón que nos libera de nosotros mismos, de nuestro apego a nuestras ideas personales, quizá de nuestras ambiciones, para permitirnos abrirnos al Otro. Este Otro, es el Espíritu Santo mismo, pero es también cada una de nuestras hermanas y cada uno de nuestros hermanos a través de quienes el Espíritu nos habla. San Pablo, en Escuchemos sobre todo la exclamación de Jesús en el último día de la Fiesta: “Si alguno tiene sed, venga a mí y beba... ríos de agua viva correrán de su interior”, Pidamos para cada uno de nosotros la gracia de tener de verdad sed, de modo que nademos juntos durante toda la semana en los ríos del Espíritu. Armand VEILLEUX |
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